************************ Semilla que busca tierra buena Siembra, Señor, tu semilla en el surco de mi tierra para que sea fecunda y dé abundante cosecha. Empapa mi vida con el agua de tu presencia, con la escucha de tu Palabra, con el aliento de tu fuerza para que vuelvan a germinar mis zonas áridas y resecas. Limpia mi corazón de las malas hierbas, de gustos y caprichos, de apegos y riquezas que van poco a poco ahogando ideales y metas, y me van dejando una mirada corta y estrecha. Da profundidad, Señor, a todas mis experiencias, que no me quede en lo emotivo ni en los buenos propósitos que a nada llevan; ayúdame a poner decisión y voluntad en todo lo que emprenda. Despierta mi sensibilidad para que venza mis durezas, que nada me resbale de aquel que a mí se acerca, y muestre una actitud de acogida sincera. en el surco de mi tierra. Perdón, Señor… Por no acoger los dones que me ofreces cada día. Por ser duro e insensible ante las personas que me necesitan. Por no prestar atención a tu Palabra, ni dejar que vaya calando profundamente en mi vida. Por no ser buena tierra preparada para que germine tu semilla. ************************ Siembra, Señor, tu semilla en la tierra… de nuestra Iglesia. Que fructifique y dé buena cosecha. de nuestra sociedad tantas veces baldía, árida y reseca. Que haga brotar auténticos valores que merezcan la pena. de los educadores. Que ayuden a otros a que echen raíces y no se pierdan. de las familias. Que se conviertan en escuela del Evangelio y en pequeñas iglesias domésticas. de los niños y jóvenes. Que la acojan con ilusión para que germine y crezca. de los misioneros. Que vivan con fe y alegría su vocación de servicio, generosidad y entrega. Señor, que no sea camino endurecido para esa simiente que tú dejas caer a diario en mi vida, sino que mi corazón se haga sensible al clamor de mis hermanos. Que no sea tierra pedregosa para tu simiente, sino que tenga el don del aguante fiel para mantener con tenacidad lo que en principio recibí con alegría, para echar raíces, por igual, en lo divino y en lo humano. Que no sea una zarza para tu simiente, sino que nada muera en mí ahogado por la ansiedad o la prepotencia; que el dinero y la comodidad no me priven de mi opción por la comunidad, por los pobres, por los niños... Y que los afanes de la vida no agosten mis esperanzas. Señor, que sea tierra fecunda y que dé el fruto que anticipa el espíritu de los soñadores. [I.L.] 15º Dom. T. O. Ciclo A Semilla que busca tierra buena CON PACIENCIA DE SEMILLA. Salomé Arricibita y Teresa Nécega https://youtu.be/dJeRHYyZHR4 PALABRA EFICAZ. La primera lectura resalta la importancia y el poder de la palabra. La palabra es lazo de comunicación, puente de relación, vehículo de encuentro. Da fuerza, energía y crecimiento. Crea compañerismo, amistad y une lo diverso… Así es la Palabra de Dios: como la lluvia va cayendo poco a poco y empapando lo que la va acogiendo. Comunica un mensaje, propone un estilo de vida, va configurando una manera de ser, estimula para ir por determinados caminos, deja marcas que no se olvidan… ¿Qué importancia doy a la lectura, reflexión y meditación de la Palabra? ¿Procuro que me vaya calando por dentro para ir transformándome? ¿Va empapando mi vida: mi forma de pensar, de sentir, de vivir, de actuar…? ¿La Palabra va orientándome en los proyectos y decisiones que voy realizando en mi vida? ¿Me ayuda a crecer como persona y como cristiano? ¿Es la Palabra de Dios como la lluvia que va regando la sequía de mi corazón darme vitalidad? SEMBRADOR GENEROSO. Así es Dios. No es calculador, primero analizando los terrenos y sembrando sólo donde espera que dé más fruto. Él arroja la semilla para que pueda llegar a todos, para que nadie se quede sin ella. Él es puro don que se ofrece y se entrega, sin estar demasiado pendiente de la respuesta. Da oportunidad a todos. Esparce libremente. No quiere que nadie se quede sin la posibilidad de acogerla. Su actividad no está condicionada por el resultado previsible ¿Qué podemos aprender de esta manera de actuar de Dios? Que lo nuestro es sembrar y procurar que las semillas lleguen a todos los lugares donde es necesaria nuestra presencia. Sembrar con la generosidad de quien no mide ni calcula en la entrega. Con la confianza de que el proceso lento y laborioso del crecimiento necesita tiempo y paciencia. Contando con que acecha el fracaso del vacío y que no todo se amolda a los controles de nuestra eficiencia. TIERRA ACOGEDORA. No basta con que haya sembrador, semilla y lluvia para que haya una buena cosecha. El crecimiento no está asegurado de manera automática. Se necesita una buena tierra que acoja y ayude a germinar. Don y tarea. Acoger y ayudar a que brote para que nada se pierda. Jesús me laza hoy a mí la pregunta ¿qué tierra eres? ¿DURA: en la que todo rebota, en la que no dejo entrar nada porque soy insensible y las cosas me resbalan, porque tengo “callo en el corazón y en el alma” y ya poco me entusiasma? ¿SUPERFICIAL: con poco fondo, muchas emociones y buenos propósitos, pero sin decisión ni voluntad, donde me vence la inconstancia, donde vivo entretenido en banalidades que no llevan a nada? ¿VICIADA: en la que abundan las “malas hierbas”, gustos, caprichos, apegos… que van ahogando lo que realmente merece la pena, y me van quietando vitalidad y fuerza? ¿Qué puedo hacer para ser tierra buena donde arraigue la semilla de la Palabra y se vaya transformando en excelente cosecha? Si me llamas, te seguiré sin dudar aunque el camino sea desconocido y duro. Si me hablas, callaré y creeré en Ti aunque tu voz destroce mis planes y sueños. Si quieres podarme, me dejaré podar aunque mi savia se desparrame en tierra sin nombre. Si me acrisolas al fuego, me dejaré purificar aunque pulverices mis deseos y posesiones. Si me invitas, entraré en tu casa y en tu corazón aunque sea pobre y mendigo. Y si me miras con amor, intentaré acoger tus anhelos aunque los mimbres de mi ser no sirvan para ello. [F.U.]
Lectura del libro de Isaías (55,10-11): Así dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.» Salmo 64,10.11.12-13.14 R/. La semilla cayó en tierra buena y dio fruto Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. R/. Riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes. R/. Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría. R/. Las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses, que aclaman y cantan. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,18-23): Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,1-23): Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»