Había una vez un joven llamado Adrián, el cual había conquistado a Lucía, Mónica y Cristina, las tres chicas más guapas del pueblo. Un buen día, a éstas se les acabó la paciencia y le presentaron un ultimátum al joven: tenía que decidirse por una de ellas. Entonces, Adrián le dio una nota a cada una, advirtiéndoles que no había tenido tiempo de puntuarla correctamente, pues tenía prisa, y que ellas debían ser las encargadas de hacerlo. Cada una de las chicas se lanzó rápidamente sobre el papel que contenía la ansiada respuesta en verso. En los tres había escrito lo mismo…
Mónica Lucía y Cris puestas de acuerdo las tres me piden que diga cuál es a la que yo diga sí Si cumplir es obligación digo pues que a Lucía quiero no a Mónica cuyo cabello es como una bella canción no ofrezco mi amor a Cristina que no es ella poco divina
Lucía no lo dudó ni un momento, según su puntuación, ella era la elegida: Si cumplir es obligación, digo, pues, que a Lucía quiero. No a Mónica, cuyo cabello es como una bella canción. No ofrezco mi amor a Cristina, que no es ella poco divina
Mónica también lo vio claro: la elegida era ella. Si cumplir es obligación, ¿digo, pues, que a Lucía quiero? No, a Mónica, cuyo cabello es como una bella canción. No ofrezco mi amor a Cristina que no es ella poco divina.
Si cumplir es obligación, ¿digo pues que a Lucía quiero? No. ¿A Mónica cuyo cabello es como una bella canción? No. Ofrezco mi amor a Cristina, que no es ella poco divina Mientras, Cristina tampoco tuvo ninguna duda a la hora de puntuar y de entender que la elegida era ella:
Si cumplir es obligación ¿digo, pues, que a Lucía quiero? No. ¿A Mónica cuyo cabello es como una bella canción? No. ¿Ofrezco mi amor a Cristina? ¡Qué no! Es ella poco divina. Hubo que esperar a que al día siguiente Adrián le pusiera la correcta puntuación al verso y aclarara el enigma. … ninguna de las tres resultó elegida.