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Transcripción de la presentación:

“La hermosa que amé era como leche, miel y vino. Sus labios, como rosa del alba, y sus ojos negros como abeja. Yo callaba mi corazón no fuera a asustarla, pero ella se me fue, como mis flores y mis canciones; y me ha dejado mi amor solo”. S. Datta.

Carta 1. En el ansioso caminar de muchos años, recorrí tus secretos y me adentré en la esencia de tu alma. El latir de tu corazón se unió al latir del mío, mi aliento se fundió con tu aliento y tu sombra se posó sobre mí. Y así peregrinamos asidos de las manos.

Compartimos tristezas y alegrías. Tus sueños eran mis sueños, mis deseos tus deseos y como en la quietud callada de las aguas, tus palabras se miraron en las mías. Era el alegre discurrir de nuestras vidas que sin orillas gozaban en su plenitud. Y más que la ternura y el dolor nos unió el encuentro ilimitado de nosotros mismos.

Porque yo nada te vine a ofrecer. Fui a tomar de ti el secreto de tu sabiduría y el abrazo de tu juventud y sin embargo me diste todo aquello y mucho más. Me diste un espíritu ilusionado que me infundió la más grande sed de vivir.

Pero tenía que ser así. Trémulas las estrellas desde siempre me anunciaban tu venida y en mi solitario andar, ¡en cuantos crepúsculos y amaneceres he oído tus pasos! ¡y cómo su fragancia me extasiaba! Un día se cumplió la espera y en mi vida sentí el aroma familiar de tu presencia.

Carta 2. Crucé jubiloso el umbral de tu vida. Nada me quedó de lo que fue mi pasado. ¡Qué lejos ya mis amigos y mi opaca juventud! Allí, en el polvo del camino quedaron olvidados los afanes de todos mis días. Pero llegué a ti en el instante feliz en que la brisa mensajera me anunciaba tus promesas y mi corazón saltó desbordante de alegría.

Entonces quedé subyugado. ¿Acaso algo importaba la luz y la libertad? Tú eras la libertad y la luz, y abrazándome a ella sólo quise poseerla para siempre. ¿Y qué otros deseos podrían embargarme si vano y falaz era el mundo que me rodeaba?

Carta 3. Un día, parco de equipaje, quisimos embarcarnos en una aventura sin retorno ni final. ¿O sólo era un sueño irrealizable? Sólidas eran las amarras que nos unían al rocoso acantilado de nuestra mezquindad; y no había sonado, dijimos, la hora de nuestra partida. ¡Tanto quedaba por hacer!

Las olas de la incertidumbre se erguían amenazantes y, ¡nuestra barquilla era tan frágil! Y sin embargo, ¿por qué no rompimos nuestras ataduras hasta viajar por la ancha magnitud del océano? Con el último suspiro del retorno de las gaviotas y la tenue languidez de la joya en el ocaso, ¿por qué no nos desvanecimos en la quietud luminosa de la noche?

Carta 4. Fue un día en el que tú no estabas. Mi ser en silencio escuchaba la dulce melodía de la Naturaleza. Levantados los ojos al cielo y perdido en el inmenso azul me sentía inmerso en la grandeza de la Creación. Mi vida, expectante, se confundía con las suaves ondas de la brisa pudorosa y el verde posesivo de la yerba despertaba mis deseos.

Tú no estabas, pero tu imagen lo llenaba todo. Y yo era uno con todo lo presente. Era la cumbre del pensamiento y la existencia. Era el reposo de la exaltación. Era el abismo proceloso y los trigales en paz. Era la alianza de la vida y la imposible separación. ¡Éramos tú y yo!

Carta 5. Aquel atardecer me traía promesas de identidad. Los jazmines derramaban fragancias sin que yo, descreído, pudiera percibirlo. El viento enamorado traspasaba mis sentidos con una vaga sensación de placidez, pero yo andaba ocioso y no supe que era el elegido.

Las adelfas dejaron de mecerse y alertas en el cielo pregonaban mi destino, pero yo miraba al suelo y no pude ver cual era mi sendero. Sólo más tarde, en aquella hora desperté y entonces supe que era tu amor que en el mío había florecido.

Carta 6. Cuando llegó el instante de nuestro encuentro, como la temprana luz de la mañana, la sonrisa de la aurora se hizo algarabía en mi corazón y de tus palabras, hechas canción, y del tumulto de mi espíritu nació nuestra plegaria: “¡Danos fuerzas, Señor, para perseverar en nuestro amor! ¡Danos fuerzas, Señor, para no flaquear y engrandecer nuestro amor!

¡Danos fuerzas, Señor, para pregonar con nuestro amor el amor a nuestros hermanos! ¡Danos fuerzas, Señor, para arrancar el poso de nuestras miserias con nuestro propio amor! ¡Danos fuerzas, Señor, para que nuestro amor se inmole en el altar sagrado de tu Amor! ¡Danos fuerzas, Señor, para mantener nuestro imperecedero amor!”.

Carta 7. Aquellos, eran gozosos día de gloria y esplendor. Y las gentes nos gritaban: “¡Estáis locos! ¡Volved a ras de tierra! ¿Pero queréis volar donde sólo las águilas desafían el vértigo de la sinrazón? ¿Acaso sois como nubes vaporosas que se enredan en las cumbres intangibles?

¡Bajad, sed como nosotros! Y, como nosotros, retornad a la tierra llana que os sustentará con el pan de la cordura y el aceite del perdón”. Pero tú y yo desoímos aquellas palabras y desde nuestra atalaya vimos cómo los techos de las casas aprisionaban la pequeñez de los hombres.

Carta 8. Acaricié, despacio, tus cabellos con mis manos y te dije: “Amada, sólo los enamorados no tienen memoria”. Atraje tu cabeza junto a mi pecho y te besé en los ojos. El pasado, muy lejos ya, se desvaneció en un espacio inerte y vacío.

Aquel mundo gris se hizo irrealidad y toda la hermosura y la alegría que guardábamos en nuestros corazones se hicieron incontenibles cantos de esperanza. Recuerda bien. Era veinte de diciembre, un día antes de comenzar el invierno. Y en la Costa del Sol sobre un cielo inmaculado lucía la joya de la vida y del amor.

Cartas a ella 1. Texto: Pedro Martínez Borrego. Imagen: Internet. Tema musical: Honey - Bobby Goldsboro.

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