LA LIBERTAD.

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Transcripción de la presentación:

LA LIBERTAD

Dimensiones de la libertad Conducta libre es aquella que no está determinada por ninguna necesidad exterior o interior, constituyendo, por tanto, una verdadera expresión de la autodeterminación de la persona humana.

1. La libertad de coacción Consiste en que nuestra conducta no se vea determinada ni impedida desde el exterior. Su principal enemigo es la violencia. Es un tema importante para la Filosofía Política que debe delimitar, en el plano normativo, cuál es el área dentro de la cual a cada individuo se le debe dejar ser y hacer lo que considere oportuno, sin interferencias por parte de los demás y del Estado.

2. Libertad de elección o libertad psicológica Es ausencia de necesidad interior para tomar o no tomar una decisión, para tomar una decisión u otra, para conducirnos a nosotros mismos hacia una meta o hacia otra. Se trata de la libertad interior del querer, de la posibilidad de proponernos fines y de elegir el modo de realizarlos, sin que esas decisiones resulten necesarias en virtud de alguna fuerza que reside y actúe desde el interior del sujeto.

Esta dimensión de la libertad implica la idea de autodeterminación; es decir que soy yo y no otro el que decide, determina y se conduce y que, además, decido, determino y me conduzco a mí mismo; es decir que cuando decido forjo mi ser moral. La libertad implica que los objetivos presentados por la inteligencia no determinan necesariamente el acto con el que la voluntad se dirige o se aparta de ellos.

Relación entre moral y libertad de elección La moral no es un conjunto de obligaciones que limitan la libertad, como si ésta empezase donde aquéllas acaban. La moral es el gobierno de la propia conducta, la cual es verdaderamente libre precisamente porque es la persona y no el instinto o la necesidad, la que la proyecta y regula. Donde hay libertad hay moral y viceversa. En todas las situaciones de su vida, el hombre tiene la tarea de distinguir lo que es verdaderamente bueno de lo que lo es sólo en apariencia.

3. Libertad como valor y tarea moral La libertad como “libertad de” es insuficiente Es necesario plantearse el “para qué” o el “hacia qué” de la libertad Si se expresa negativamente la libertad como tarea moral es la liberación de la ignorancia y de los impulsos desordenados y de la miseria moral. Constituye el perfeccionamiento ético de la libertad, su consolidación en el bien, que es el fin de la Ética y de la educación moral. Este perfeccionamiento se da a través de la adquisición de los hábitos morales que afianzan en el hombre la capacidad de hacer buen uso de su libertad en las más variadas circunstancias.

Obtenida la libertad, la actividad no se termina, la vida no se detiene. La libertad es condición necesaria para lograr los bienes que el hombre desea. Sin libertad ningún bien es un bien humano; pero sin bien, la libertad es algo vacío.

La libertad es libertad de la conducta, del “conducirse a sí mismo” y el conducirse plantea por fuerza la pregunta del “hacia donde”, es decir, la pregunta acerca del bien humano que se ha de afirmar y del mal humano que se ha de negar. El bien humano es el “para qué” de la libertad y el bien humano completo es su “para qué último”.

La realización del bien lleva consigo esfuerzo, algunas veces costoso, e impone límites a nuestra actuación. Estos límites aparentemente coartan la libertad. Esta paradoja solo se resuelve en la práctica, cuando la libre afirmación del bien es vivida como amor.

Libertad y amor El amor no es otra cosa que la afirmación libre del bien. El amor es el acto primordial de la voluntad libre, la primera impresión que un fin (un bien amable en sí y por sí) provoca en el espíritu, despertando el deseo y, muchas veces, también el sentimiento; en él tienen su origen los demás actos de la voluntad: intención, elección, gozo, etc.

Formas o grados de amor Amor de complacencia: consiste en dejarse atraer por lo que se presenta como bueno. Es consentir a la atracción. Amor de concupiscencia: el amor en cuanto se traduce en deseo del bien no poseído. Es verdadero amor y afirmación del bien, aunque en último término es amor de sí mismo. No es negativo, pero esta sujeto a posible degeneración; sin embargo es una dimensión que siempre acompaña al amor humano. No hay que confundirlo con la concupiscencia que no ama sino que utiliza un bien para lograr una sensación subjetiva de satisfacción

Amor de benevolencia: o amor de amistad Amor de benevolencia: o amor de amistad. Es esencialmente la afirmación de la persona de su valor, querer su bien. Cuando el amor benevolente hacia otra persona es correspondido aparece la amistad propiamente dicha, que implica un amor de benevolencia recíproco.

La forma más alta del amor de benevolencia cosiste en la entrega de sí, en la completa donación de la propia persona. La entrega de sí es la manifestación por excelencia de la libertad: el darse, el autotrascenderse, y el destinarse constituyen el “para qué” de la libertad.

Formas en que esto puede realizarse: El matrimonio monogámico e indisoluble La dedicación y el servicio a quienes lo necesitan o la colaboración para la realización de tareas humanas y sociales importantes. Las relaciones entre el hombre y Dios.

La autodonación implica un salirse de sí mismo sin autodestruirse, sino más bien saliendo de sí la persona logra su propia perfección personal. Amar por tanto no es tan solo desear sino es entregarse. En cuanto la persona humana ha sido creada a imagen y semejanza de Dios, que es AMOR, el amor que consiste en darse representa para ella su vocación específica; en cuanto que es finita tal amor supone para ella su máximo enriquecimiento.

Por todo esto: La ordenación moral de la libertad no puede ser entendida en último término como adhesión a valores abstractos o a ideales impersonales. La moral tiene sus raíces más profundas en el ser de la persona que consiste en “ser-con”. El hombre puede destinar libremente a Dios lo que ha recibido de Él o puede replegarse sobre si mismo. El hombre cuando afirma el bien, aunque no lo sepa, imita a Dios y se entrega a Él. Cuando niega el bien o afirma el mal (aunque no se afirme por que es malo, sino sabiendo que es malo), el hombre se repliega sobre sí mismo y se aleja de Dios.

En la práctica los grados del amor representan el itinerario de la maduración y elevación moral de la persona, cuyos extremos son, por abajo la concupiscencia y por arriba la entrega de sí.

La libertad y el fin último Lo que define la categoría ética de una persona es el sentido que da a su vida, es decir, el género de vida que ha decidido vivir o, en sentido más técnico, la concepción del fin último que asume prácticamente. El fin último es el “para qué” de la libertad, por lo que asumir personalmente el fin último es el acto más profundo de la libertad y del amor, el acto que define la identidad de la persona como sujeto moral.

Todos los hombres tienen de hecho un fin último, que puede cambiar, pero no todos reflexionamos acerca de cuál es el fin último verdadero. La pregunta que surge es: ¿qué determina la orientación de la vida que de hecho tienen los que no han llegado a ella reflexivamente?

Tomás de Aquino piensa que el que una persona conciba de un modo u otro su felicidad “obedece a una disposición especial de la naturaleza. Por eso dice Aristóteles que como cada cual es, así le parece el fin”. Para Aristóteles, son las pasiones y los hábitos los que determinan lo que cada cual es, pero como los hábitos son más estables que las pasiones, Sto Tomás sostiene que “los hábitos morales de la persona desempeñan un papel de primer orden a la hora de trazar el proyecto totalizante de vida”, de allí que haya una conexión importantísima entre felicidad y virtud.

La inclinación a la felicidad, propia de nuestra naturaleza, es ya un impulso atemático hacia el bien infinito. Los hábitos conformes con nuestra naturaleza racional nos permiten una clara visión temática de nuestra finalidad última. Quien tuviese como máxima de vida el placer, la vanagloria, el poder, el enriquecerse a toda costa, una vida exenta de esfuerzo y peligro, no puede reconocer su máximo bien en la visión de Dios, porque esto implica regularse según las exigencias del espíritu y de la verdad (recta razón).

Es posible llegar mediante la reflexión a advertir la necesidad de liberarse de ciertos hábitos y de asumir un estilo de vida diverso del que se tenía hasta ahora, pero esto no ocurre con facilidad, a no ser que surja una motivación que desencadene un proceso de revisión de la propia vida.

Las características específicas de la condición humana (corporalidad, temporalidad, etc.) hacen que la dirección de la totalidad de la vida no pueda ejercerse normalmente por medio de opciones puramente espirituales (lo que se suele llamar opción fundamental).

Mediante la opción fundamental el hombre es capaz de orientar su vida hacia un fin último. Pero esta capacidad se ejerce, de hecho, en las elecciones particulares de actos determinados, mediante los cuales el hombre se conforma deliberadamente con ese fin último. Por tanto, se afirma que la llamada opción fundamental, se actúa siempre mediante elecciones conscientes y libres. Precisamente por esto, la opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones conscientes de sentido contrario a ella.