¿ BUENAS PRÁCTICAS ? ÉTICAS, ESTÉTICAS O FUNCIONALES
"Ya no hay análisis social que pueda prescindir de los individuos, ni análisis de los individuos que pueda ignorar los espacios por donde ellos transitan Marc Augé.
La ciudadanía cultural se entiende como el pleno ejercicio de participación de sujetos y comunidades en la creación, goce y distribución de bienes simbólicos. Desde una perspectiva amplia, este concepto expresa también el sello de igualdad/diversidad de una ciudadanía inclusiva y cómo ello determina los grados de cohesión social de esta ciudadanía.
En la construcción del pleno acceso participativo a los desarrollos culturales y artísticos nacionales, hay diferentes dimensiones y niveles de necesidad y satisfacción. El elemento distributivo o redistributivo es básico.
Las fuentes de sentido de esta tarea son también diversas y complejas. De aquí surge una segunda dimensión necesaria de citar en esta propuesta para construir la ciudadanía cultural: la del reconocimiento.
Otra manera de abordar las dimensiones complejas de la ciudadanía cultural es desde el grado y amplitud de la participación de los sujetos.
Dependiendo de la amplitud y gravitación de la participación, podemos estar frente a ciudadanos culturales pasivos, quienes son consumidores (de símbolos) que pueden tener amplias competencias de goce y apreciación, pero que no participan sino como espectadores. En otro estadio, reconocemos a los ciudadanos culturales activos como aquellos que participan en la construcción de estos símbolos culturales y artísticos compartidos por una comunidad de pertenencia. La ciudadanía cultural más activa es la que además de lo anterior, participa real y legítimamente en la creación, producción y circulación de bienes y expresiones artísticas. Para definir de qué hablamos cuando nos referimos a espacios para la cultura, su carácter y modelo de gestión, conviene mantener abierta la interrogante sobre qué lugar le cabe a los sujetos y comunidades destinatarias en cada etapa de realización y la envergadura de la participación que tales modelos hacen posible.
Crear condiciones para el ejercicio pleno de estos derechos culturales con grandes brechas sociales y económicas que salvar, y focalizando acciones en grupos con mayores niveles de insatisfacción de necesidades de orden material y cultural, con menores grados de reconocimiento de sus identidades, es una tarea de país consustancial a sus objetivos de desarrollo. Y en este sentido, las opciones respecto de los tipos y formas de espacios culturales que se construyan o habiliten, los modelos de gestión que se promuevan y adopten, la selección de territorios urbanos o rurales que se beneficien con iniciativas de acceso a las expresiones culturales y artísticas, son decisiones que superan criterios puramente técnicos y que exigen de mucho más que recursos públicos. La participación de una ciudadanía diversa, la gestión privada, la asociatividad cultural, la voluntad política, la creatividad espacial, el conocimiento especializado, son todos factores determinantes para la toma de decisiones de quienes estén llamados a administrar tales espacios.