EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN

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Transcripción de la presentación:

EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN

DATOS HISTÓRICOS El Crucifijo fue pintado en el siglo XII por un artista umbro desconocido, en estilo románico, bajo una clara influencia oriental-siríaca. Nuestro Crucifijo pertenece sin duda a los crucifijos pintados sobre madera, de la Escuela umbra. Un crucifijo análogo se conserva en la catedral de Espoleto, y lleva el nombre de Alberto Sozio (1187). Sin el pedestal, el Crucifijo de San Damián mide dos metros y diez centímetros de largo por un metro y treinta centímetros de ancho. Quizá fuera ejecutado expresamente para San Damián, como podrían confirmarlo las pequeñas figuras de santos pintadas en la base de la cruz, si no estuvieran tan estropeadas. La pintura se hizo sobre tela burda, pegada sobre madera de nogal.

DATOS HISTÓRICOS Se supone que el Crucifijo estaba suspendido en el ábside sobre el altar de la Capilla y, por tanto, en el centro de la iglesia. Es probable que el Crucifijo permaneciera allí hasta que las Hermanas Pobres o Clarisas, en 1257, se lo llevaron a la nueva basílica de Santa Clara, construida junto a la antigua iglesia parroquial de San Jorge, en la que estuvieron sepultados durante algunos años san Francisco primero y luego santa Clara. Las Hermanas guardaron durante varios siglos su tesoro dentro del coro monástico. En 1938, Rosario Alliano restauró el Crucifijo, protegiéndolo al mismo tiempo contra cualquier deterioro. Desde 1958 está expuesto, bajo cristal, en el altar próximo a la Capilla del Santísimo

DESCRIPCIÓN DEL ICONO La mirada descubre al instante y sin dificultad la figura central de Cristo, que domina el cuadro, no sólo por su gran e imponente dimensión, sino también por la luz que su espléndida blanca figura difunde sobre todas las personas que lo rodean y que están centradas en ÉL. Esta luz brota como del interior de su Persona, viva, viviente y glorificada, y es resaltada aún más por los colores fuertes, en especial el rojo y el negro. Aquí viene al pensamiento la palabra de san Juan: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Este Cristo vivo, fuente de luz y de vida a su alrededor, ha vencido ya la pasión y la muerte. El Señor de la vida, glorioso en su majestad de Hijo del Padre, aparece como Cordero inmolado y exaltado: «Y yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Victorioso sobre la pasión, sobre el sufrimiento de la agonía y el abandono del Padre, y sobre la misma muerte, lleva, en lugar de una corona de espinas, una aureola de gloria en la que se dibuja la cruz triunfante oriental. Realmente impresiona este Cristo que, en lugar de estar colgado, está erguido sobre la cruz y tiene los ojos abiertos y mirando al mundo.

El rostro de Cristo es un rostro sereno, sosegado, tiene los ojos grandes, pequeña la boca, casi invisibles las orejas. ¿Por qué? En la contemplación del Padre, en el mundo de la Gloria, ya no hace falta la palabra, ni hay ya que escuchar. Basta con ver, con mirar, con amar. Como Cristo contemplando a su Padre. Tiene los ojos muy abiertos. Miran a través nuestro a todos los hombres. Su mirada envuelve a quienes están cerca, a quienes le contemplan, pero está, a la vez, atenta a todos. «Ésta es mi sangre derramada por vosotros y por la multitud» (cf. Mt 26,28). Con su mirada alcanza a todas las generaciones, a los hombres de hoy, a todos los que serán. Viene a salvarlos a todos.

SEÑALES DE LA CRUCIFIXIÓN Las señales de la crucifixión con las heridas sangrantes, la sangre redentora se derrama sobre ángeles y santos (María, Centurión: sangre de las manos), sobre otros santos (sangre de los pies) y sobre san Juan (sangre del costado derecho). La sangre sale del costado derecho del Señor, según una antigua tradición presente ya en un evangeliario siríaco del siglo VI.

La parte superior del icono De abajo arriba, una inscripción sobre una línea roja y otra negra, con las palabras: «Iesus Nazarenus Rex Iudeorum», «Jesús Nazareno, el Rey de los judíos». Este texto nos remite explícitamente al evangelio de san Juan (Jn 19,19). Los otros evangelistas dicen: «Jesús, el Rey de los judíos».. Un simple detalle, pero un detalle importante. Nazareno es el recuerdo de la vida pobre, escondida y laboriosa de Jesús. Jesús trabajó con sus manos. El que está en la gloria, el que es toda Luz, pasó por la pobreza de Nazaret, por el trabajo humano. Sobre el rótulo, un círculo. En el círculo, un personaje: el Cristo de la Ascensión.

La parte superior del icono CRISTO se eleva. Parece subir una escalera. Abandona el sepulcro, representado en la oscuridad que cerca al círculo. Va hacia su Padre. Lleva en la mano izquierda una cruz dorada, signo de su victoria sobre el pecado. Alarga la mano derecha en dirección al Padre. La cabeza de Cristo está fuera del círculo. Y eso que el círculo, en la iconografía, es símbolo de perfección, de plenitud. Pero la perfección y plenitud humanas no pueden abarcar a Cristo. Cristo rebasa toda plenitud. Por eso está su rostro por encima del círculo.

La parte superior del icono A izquierda y a derecha, unos ángeles. Miran a Cristo que entra en la gloria. Son rostros felices. Cristo se alegra con ellos, y sigue vuelto hacia todos, sin dejar de mirar al Padre. En su Ascensión y Gloria, Jesús prosigue su misión de Salvador. El semicírculo del ápice de la cruz Un círculo, del que se ve sólo la parte inferior, simboliza al Padre. El Padre, conocido por lo que Cristo nos ha revelado de Él. Por eso vemos sólo un semicírculo. El resto, nadie lo conoce. Es el misterio de Dios. En el semicírculo, una mano con dos dedos extendidos. Es la mano del Padre que envía a su Hijo al mundo y, a la vez, lo recibe en la gloria .

Los brazos de la cruz Bajo cada mano y antebrazo de Cristo hay dos ángeles. La sangre de las llagas los purifica, y se derrama por el brazo sobre los personajes situados más abajo. Todos son salvados por la Pasión. En los extremos de los brazos de la cruz, dos personajes parecen llegar. Señalan con la mano el sepulcro vacío, simbolizado por la oscuridad de detrás de los brazos de Cristo: ¿No serán las mujeres que llegan al sepulcro para embalsamar el cuerpo y a quienes los dos ángeles les muestran a Cristo Glorioso?

A LOS LADOS DE LOS BRAZOS DE LA CRUZ A los flancos de Cristo hay cinco personajes íntimamente unidos a Él. Estamos en el evangelio de Juan: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la mujer de Cleofás y María Magdalena» (Jn 19,25). Acerquémonos a estos personajes, cuyos nombres figuran al pie de sus imágenes. A la derecha de Cristo están María y Juan. Juan está al lado mismo de Cristo, como en la Cena. Él fue quien vio atravesar su costado y salir sangre y agua de la llaga, y quien lo atestiguó veraz (Jn 19,35). María, grave el rostro, está serena: ningún rastro exagerado de dolor; la suya es realmente la serenidad de la creyente que espera confiada al pie de la cruz y cuya esperanza no queda defraudada. Acerca su mano izquierda hasta el mentón, este gesto significa dolor, asombro, reflexión. Con la mano derecha señala a Cristo. Juan hace el mismo gesto y mira a María como preguntándole el sentido de los hechos. A los pies de María, un personaje más pequeño. Leemos su nombre: Longino. Es el soldado romano. Mira a Cristo, y sostiene en la mano la lanza que le traspasó el costado.

A LOS LADOS DE LOS BRAZOS DE LA CRUZ A la izquierda de Cristo hay tres personajes: dos mujeres y un hombre. María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor: las dos mujeres que llegaron primero al sepulcro la mañana de Pascua. Con la mano izquierda en el mentón, María Magdalena manifiesta su dolor, en tanto que la otra María, la madre de Santiago, le apunta con la mano a Jesús resucitado, invitándola a no encerrarse en su propio sufrimiento. Junto a las dos mujeres, un hombre: el centurión romano que estuvo frente a Cristo y dijo: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"» (Mc 14,39). Es el modelo de todos los creyentes. Con su mano derecha, y sus tres dedos levantados, enuncia su Fe en Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu. Por encima del hombro izquierdo del centurión romano asoma una cabeza pequeñita, y detrás, como un eco, otras cabezas. ¿No serán los creyentes que venimos a contemplar a Cristo para entrar en su misterio y reavivar nuestra fe? A los pies del centurión, otro personajito. Apoya la mano en la cadera, y parece mofarse de Cristo crucificado. Sus vestidos hacen pensar en el jefe de la sinagoga. Su rostro aparece de perfil. Este hombre no ha alcanzado todavía la luz de Cristo. Es menester que la otra parte de su rostro, la que no se ve, salga de la oscuridad y sea iluminada por la Resurrección.

A LOS PIES DE CRISTO En el pie de la cruz, a la derecha, hay dos personajes: Pedro, con una llave, y Pablo. Debía haber otros. El tiempo los ha borrado. Eran, quizá, santos del Antiguo Testamento, o san Damián, patrono de esta iglesia, tal vez también san Rufino, patrono de la catedral de Asís. La sangre de las llagas se difunde sobre ellos y los purifica. MARISA

A LOS PIES DE CRISTO Sobre Pedro, a media altura frente a la pierna izquierda de Cristo, un gallo en actitud desafiante. Evoca la negación, la de Pedro y las nuestras. Es el símbolo, igualmente, del alba nueva. Saluda con su canto los primeros rayos del sol y nos invita a todos a salir del sueño para adentrarnos en la luz de Jesús resucitado.

Cristo no está solo sobre la cruz El Cristo de San Damián, recién contemplado, contiene una asombrosa densidad teológica. En él encontramos la evocación del Misterio Trinitario y la plenitud de Cristo, encarnado, muerto y resucitado. Unido a los suyos en el cielo por la Ascensión, sigue permanentemente vuelto hacia nosotros. Su Misión es salvarnos a todos. Estamos ante el Misterio Pascual total. Cristo no está solo sobre la cruz. Está en medio de un pueblo, simbolizado en los personajes que lo rodean y atestiguan su resurrección. Hoy, también, sigue vivo en medio de su Iglesia. Invita, a quienes le contemplamos, a ser sus testigos.