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Coment. Evangelio Jn. 20. 19-23 Pentecostés Ciclo A. 8 Junio 2014 +Jesús Sanz Montes. Arzobispo Oviedo Música: BSO Braveheart for the love Montaje: Eloísa DJ Avance Manual
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Aparición de Jesús a los discípulos 19 Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». 20 Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 21 Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». 22 Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; 23 a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». «Recibid el Espíritu Santo; 23 a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Jn. 20. 19-23
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Han pasado los días de resurrección. Tras diversas manifestaciones a los discípulos, Jesús ha cumplido ese periplo último de transmitir a los suyos el encargo recibido del Padre,
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al que ha vuelto para prepararnos una morada y seguir acompañándonos de otro modo.
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Pero Él prometió el envío del Espíritu Santo.
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Con la fiesta de Pentecostés que celebramos en este domingo hemos llegado al final de todo el ciclo pascual.
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Tras las ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén como se les había indicado.
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Allí esperarían el cumplimiento de la promesa del Espíritu. “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”.
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Allí, en la sala donde tuvo lugar la última Cena, solían reunirse regularmente, eran concordes,
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y oraban como incipiente comunidad cristiana con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús.
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La tradición cristiana siempre ha visto en esta escena el prototipo de la espera del Espíritu. Esperar porque quien lo ha prometido es fiel.
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Esperar orando, porque el Espíritu es imprevisible: se sabe que ha llegado, pero no por dónde llega ni a dónde nos lleva, y por eso es necesario saber aguardar y acoger.
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María, era una mujer que sabía de la fidelidad de Dios, de cómo Él hace posible lo que para nosotros es imposible; ella había aprendido a guardar en su corazón todo lo que Dios le manifestaba.
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Ella era, la que reunía en el Cenáculo a la primitiva iglesia.
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Se da un cambio importante en el interior de toda aquella gente, que desde los sucesos del Gólgota no acababan de despegar de sus miedos e inseguridades.
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Tras la llegada del Espíritu esperado, a aquellos mismos hombres y mujeres se les comienza a ver y a escuchar:
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“se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”.
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Era aquel momento como una ventana del mundo.
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A diferencia de la torre de Babel, con la que los hombres trataban de construir su propia maravilla para conquistar a ese Dios
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que no pudieron arrebatar comiendo la fruta prohibida del jardín del Edén, ahora en Jerusalén ocurría lo contrario:
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que las maravillas que se escuchaban eran las de Dios,
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y que lejos de ser víctimas de la confusión, aun hablando lenguas distintas, eran las justas y necesarias para entenderse y para hacerse entender.
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Los discípulos de Jesús que formamos su Iglesia, en nuestro tiempo y en nuestro lugar, estamos llamados a continuar lo que Jesús comenzó.
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El Espíritu nos da su fuerza, su luz, su consejo, su sabiduría
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para que a través nuestro también puedan seguir escuchando hablar de las maravillas de Dios
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y asomarse a su proyecto de amor otros hombres, otras culturas, otras situaciones.
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El Espíritu recuerda y enseña en plenitud, lo que ya está dicho para siempre en Jesús.
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Así traduce desde nuestra vida, aquel viejo, nuevo y eterno anuncio de Buena Nueva.
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Esto fue y sigue siendo el milagro y el regalo de Pentecostés. FIN
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