La descarga está en progreso. Por favor, espere

La descarga está en progreso. Por favor, espere

Santidad 3 4ª 3 MEDIOS para alcanzar la santidad 1: Normales.

Presentaciones similares


Presentación del tema: "Santidad 3 4ª 3 MEDIOS para alcanzar la santidad 1: Normales."— Transcripción de la presentación:

1 Santidad 3 4ª 3 MEDIOS para alcanzar la santidad 1: Normales

2 Un primer medio para llegar a conseguir la santidad o la perfección es desearla. Cuando veamos las bienaventuranzas, veremos la que dice: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados». En su grado más alto se refiere a la perfección cristiana. Recuerdo lo que dije en el tema anterior: Más que desear nuestra santidad, deseemos el total Reino de Dios o el cumplimiento de su voluntad. Parece algo menos egoísta.

3 A veces cuando se habla de que debemos desear ser santos o ser perfectos, encierra un tanto de egoísmo y mucho de buscar comparaciones, que más bien son contraproducentes. Por eso es más práctico buscar la plena voluntad de Dios, que puede ser resignación o alegría, llegar a la santa indiferencia, a la humildad. Es decir, que uno debería ser indiferente a una perfección más o menos alta. Sobre todo porque lo que creemos más perfecto en uno, en otro no lo es. Por eso, lo que importa no es si yo soy mejor, sino si Cristo reina más en mi.

4 Al hablar de medios para llegar a la santidad es bueno pensar en estas palabras del papa Francisco en la Gaudete et exultate: «En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad. El Señor la ha llenado de dones con la Palabra, los sacramentos, los santuarios, la vida de las comunidades, el testimonio de sus santos, y una múltiple belleza que procede del amor del Señor».

5 Dijimos que la santidad consiste, entre otros conceptos, en seguir plenamente a Jesucristo. O, como otros dicen, en asimilar nuestra vida a la vida de Cristo. Por lo tanto un medio esencial será conocer mejor a Jesucristo e imitarle lo más exactamente, sin que por ello uno deba necesariamente cambiar de vida o de estado de vida, porque todos podemos seguir plenamente a Jesucristo. No se trata de imitarle en actitudes externas, sino en el fondo del corazón.

6 Para poder llegar a la unión con Cristo, nos dice el catecismo:
«Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo [...] para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos».

7 Cristo es, además, nuestro modelo incomparable en sus obras, o sea, en sus virtudes admirables. Desde próximos temas comenzaremos a desarrollar una apasionante página del evangelio: las Bienaventuranzas. Muchos dicen que allí es como si Cristo hubiera querido dejarnos una fotografía de su interioridad o de su espiritualidad. Metámoslas en nuestro corazón y tendremos un método para seguir a Jesucristo.

8 Esta unión con Jesucristo los autores suelen llamarla ‘mística’, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos, ‘los santos misterios’, y en el misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos. Los signos místicos son signos, no medios.

9 Decía el papa Benedicto 16: «La santidad tiene su raíz última en la gracia bautismal, en ser insertados en el Misterio pascual de Cristo, con el que se nos comunica su Espíritu, su vida de Resucitado. San Pablo subraya con mucha fuerza la transformación que lleva a cabo en el hombre la gracia bautismal y llega a acuñar una terminología nueva, forjada con la preposición «con»: con-muertos, con-sepultados, con-resucitados, con-vivificados con Cristo; nuestro destino está unido indisolublemente al suyo.» Así que profundizar en la vida del bautismo es otro medio hacia la santidad.

10 El alma, pues, que quiera santificarse ha de multiplicar e intensificar cada vez más este contacto con Cristo a través de una fe ardiente vivificada por el amor. Este ejercicio altamente santificador puede repetirse a cada momento, muchas veces al día; a diferencia del contacto sacramental con Cristo, que sólo puede establecerse una o dos veces al día.

11 Dice el evangelio que, cuando Jesús anunció el gran misterio de la Eucaristía, como no se podía entender, algunos discípulos le dejaban a Jesús. Éste se volvió a los 12 apóstoles y les dijo: Vosotros ¿también queréis dejarme? Y san Pedro le dijo: «¿A quién iremos, Señor? Tu tienes palabras de vida eterna?» También hoy Jesús, al ver nosotros la grandeza de la santidad y quizá darnos algo de vértigo, nos puede decir: ¿Preferís dejarme por los bienes materiales? Le digamos: ¿A QUIÉN IREMOS, SEÑOR?

12 ¿A quién iremos, Señor? Tu tienes palabras de vida eterna.
Automático

13 ¿A quién iremos, Señor?

14 ¿A quién iremos?

15 Tu eres Jesucristo, el profeta esperado.

16 ¿A quién iremos, Señor?

17 ¿A quién iremos?

18 Tu eres el camino, la verdad y la vida.

19 ¿A quién iremos, Señor?

20 ¿A quién iremos?

21 ¿A quién iremos, Señor? Tu tienes palabras de vida eterna.

22 ¿A quién iremos, Señor?

23 ¿A quién iremos? Hacer CLIC

24 Dios nos ha creado para su gloria, que es al mismo tiempo nuestra felicidad. Buscar la gloria de Dios y seguir a Jesucristo viene a ser una sola cosa. Basta recordar y meter en nuestro espíritu lo que dice el sacerdote en la misa, antes de rezar el Padrenuestro: «Por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén».

25 «La glorificación de la Trinidad Beatísima es el fin
absoluto de la creación del mundo y de la redención y santificación del género humano. Pero en la economía actual de la Providencia y de la gracia, esa glorificación no se realiza sino por Jesucristo, con Jesucristo y en Él. De manera que todo lo que pudiere intentar el hombre para glorificar a Dios fuera de Cristo estaría completamente fuera del camino y sería completamente inepto para lograr esa finalidad».

26 «Comprendamos que no seremos santos sino en la medida en que la vida de Cristo se difunda en nosotros. Esta es la única santidad que Dios nos pide; no hay otra. Seremos santos en Jesucristo, o no lo seremos de ninguna manera.» Todo se reduce, pues, a incorporarse cada vez más a Cristo para hacerlo todo «por El, con El y en El, bajo el impulso del Espíritu Santo, para gloria del Padre». Esta es toda la vida cristiana.

27 La preocupación fundamental, y casi podríamos decir la única, del cristiano que quiere santificarse no ha de ser otra que la de incorporarse cada vez más intensamente a Cristo para hacerlo todo por El. Es preciso incorporar de tal manera a Cristo todas nuestras buenas obras, que no nos atrevamos a presentar ante el Padre una sola de ellas sino por Cristo, a través de Cristo, por medio de Cristo. Esto complacerá al Eterno Padre y le dará una glorificación inmensa.

28 Hacer todas las cosas por Cristo a través de Cristo, es poco todavía
Hacer todas las cosas por Cristo a través de Cristo, es poco todavía. Hay que hacerlas con El, en unión íntima con El. Hacer todas las cosas por Cristo y con El es de un precio y valor incalculable. Pero hay mucho más: hacerlas en El, dentro de El, identificados con El. Esto lleva hasta el máximo esta sublimidad y grandeza. Las dos primeras modalidades (por, con) son algo extrínseco a nosotros y a nuestras obras; esta tercera nos mete dentro de Cristo, identificándonos, de alguna manera, con El y nuestras obras con las suyas.

29 Eso no lo podemos hacer nosotros solos, ni siquiera con las gracias ordinarias de Dios. Decía el papa Benedicto 16: «Pero Dios respeta siempre nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamos las exigencias que conlleva; pide que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu Santo, conformando nuestra voluntad a la voluntad de Dios».

30 Desde ese día de Pentecostés, y hasta el final de los tiempos, esta santidad, que es la plenitud de Cristo es dado a todos los que están abiertos a la acción del Espíritu Santo y que se esfuerzan por ser dócil. Es el Espíritu que nos hace experimentar una alegría plena. El Espíritu Santo viene a nosotros, vence la aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y promueve la madurez interna en la relación con Dios y el prójimo.

31 Esto es lo que San Pablo nos dice: “He aquí el fruto del Espíritu, es amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio” (Gal 5,22). Todo esto el Espíritu Santo lo hace en nosotros. Y seguía diciendo el papa Benedicto: «Una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces santo, quien nos hace santos; es la acción del Espíritu Santo la que nos anima desde nuestro interior; es la vida misma de Cristo resucitado la que se nos comunica y la que nos transforma».

32 ¿Cómo puede suceder que nuestro modo de pensar y nuestras acciones se conviertan en el pensar y el actuar con Cristo y de Cristo? ¿Cuál es el alma de la santidad? De nuevo el concilio Vaticano II precisa; nos dice que la santidad no es sino la caridad plenamente vivida. «“Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Dios derramó su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5).

33 Para decirlo una vez más con el concilio Vaticano II: «Los seguidores de Cristo han sido llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propios méritos, sino por su designio de gracia. El bautismo y la fe los ha hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por tanto, realmente santos. Por eso deben, con la gracia de Dios, conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron».

34 Por lo tanto, uno de los medios necesarios para conseguir la santidad es ser dóciles al Espíritu Santo. El día de Pentecostés de este año 2018, el papa Francisco nos presentaba al Espíritu Santo como principal autor de la santidad. Entre otras cosas decía: «En este día comenzó la historia de la santidad cristiana, porque el Espíritu Santo es la fuente de la santidad, que no es el privilegio de unos pocos, sino la vocación de todos». Por eso pidamos al Señor que nos ilumine y nos transforme con su Espíritu.

35 Ilumíname, Señor, con tu Espíritu;
Automático

36 Transfórmame, Señor, con tu Espíritu.

37 Ilumíname, Señor, con tu Espíritu;

38 Ilumíname y transfórmame Señor.

39 Y déjame sentir el fuego de tu amor aquí en mi corazón, Señor.

40 Y déjame sentir el fuego de tu amor aquí en mi corazón, Señor.

41 Fortaléceme, Señor, con tu Espíritu;

42 Consuélame Señor, con tu Espíritu.

43 Fortaléceme Señor, con tu Espíritu;

44 Fortaléceme y consuélame, Señor.

45 Y déjame sentir el fuego de tu amor aquí en mi corazón, Señor.

46 Y déjame sentir el fuego de tu amor aquí en mi corazón, Señor.
Hacer CLIC

47 “Desde aquel día de Pentecostés, y hasta el fin de los tiempos, esta santidad, cuya plenitud es Cristo, se entrega a todos aquellos que se abren a las intenciones del Espíritu Santo, y se esfuerzan a serles dóciles. Es el Espíritu el que hace experimentar una alegría plena”. Por lo tanto el Espíritu Santo es el primer motor de nuestra santificación. A nosotros nos toca dejarnos guiar y vivir lo mejor posible el sentido de nuestra Confirmación. – Pero hay más medios para progresar en la virtud.

48 En la Confirmación se nos derrama el Espíritu; pero, ya por medio de los antiguos profetas, el Señor había anunciado a la gente este designio. A través de Ezequiel, él dice: “Pondré mi espíritu en vosotros, y haré que caminéis conforme a mis leyes, guardéis mis preceptos y seáis fieles a ellos”. […] vosotros, seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios “(36,27-28). Y por la boca de Joel proclamó: “Derramaré mi espíritu sobre toda carne; vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán”. […] Incluso hasta en los siervos y en las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. … Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo “(3,1-2,5).

49 Para ir a Cristo, deberíamos ir por María
Para ir a Cristo, deberíamos ir por María. Decía san Luis María Grignon de Monfort: «Persuadíos, pues, que cuanto más miréis a María en vuestras oraciones, contemplaciones, acciones y sufrimientos, de una manera clara y distinta, al menos con mirada general e imperceptible, más perfectamente encontraréis a Jesucristo, que está siempre con María, grande y poderoso, activo e incomprensible, y más que en el cielo y en cualquier otra criatura del universo»,

50 Dios ha hecho lo que ha querido y siempre para el bien
Dios ha hecho lo que ha querido y siempre para el bien. Y ha querido asociar de tal modo a María a la empresa divina de la redención y santificación del género humano, que, en la actual economía, sin ella no sería posible lograrlas. No se trata, pues, de una devoción más, sino de algo básico y fundamental en nuestra vida cristiana.

51 Decía el papa Francisco: «Pidamos a la Virgen María que obtenga hoy un Pentecostés renovado para la Iglesia, una juventud renovada, que nos da la alegría de vivir y atestiguar el Evangelio e “infunda en nosotros un intenso deseo de ‘ser santos para la mayor gloria de Dios’ (Gaudete et exsultate, 177).

52 Más ideas del papa Francisco: «Aunque parezca obvio, recordemos que la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de largos momentos o de sentimientos intensos».

53 San Juan de la Cruz recomendaba: «procurar andar siempre en la presencia de Dios, sea real, imaginaria o unitiva, de acuerdo con lo que le permitan las obras que esté haciendo». En el fondo, es el deseo de Dios que no puede dejar de manifestarse de alguna manera en medio de nuestra vida cotidiana: «Procu-re ser continuo en la oración, y en medio de los ejercicios corporales no la deje. Sea que coma, beba, hable con otros, o haga cualquier cosa, siempre ande deseando a Dios y apegando a él su corazón».

54 Todo lo de la oración es esencial, como diremos más adelante, después de que veamos las Bienaventuranzas. Y es esencial escuchar la palabra de Dios y meterla en el corazón, como una semilla que debe fructificar. Y deberemos cumplir la voluntad de Dios con la ayuda de su gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en la sagrada liturgia; buscar la renuncia de sí mismo; también el servir activamente a los hermanos y la práctica de todas las virtudes.

55 No es fácil la santidad, aunque es una empresa ilusionante
No es fácil la santidad, aunque es una empresa ilusionante. Aunque sepamos que la nueva vida en Cristo comienza, la naturaleza de pecado aún persiste, como nos dice san Pablo en Romanos 7:23: “pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Esta vieja naturaleza se apega al hombre lo cual le impide llevar una vida cristiana exitosa. Es aquí donde necesitamos que el Espíritu Santo actúe en nuestras vidas a través de su obra santificadora.

56 También debemos saber, como nos dice el Catecismo, que «El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas». No temamos: Costará escuchar la llamada de Jesús y seguir tras de Él con la cruz; pero nos espera la alegría, que la experimentaremos ciertamente en esta vida, pero sobre todo en la eternidad con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

57 Escucha la melodía. Automático

58 Escucha: Alguien llamó.

59 Y vuelve con alegría,

60 vuelve de corazón,

61 a él que dio la vida,

62 a él que dio el amor,

63 a él que cada día nos entrega su perdón.

64 siempre lo encontrarás.
Búscalo; siempre lo encontrarás.

65 Ámalo; Siempre te amará.

66 Él es fuerza, amor y luz.

67 Síguelo y lleva su cruz.

68 Él es fuerza, amor y luz.

69 Síguelo y lleva su cruz.

70 Pero Jesús murió para resucitar

71 Y nuestros sufrimientos
tendrán un amanecer de gloria.

72 En compañía de todos los santos.

73 Que María nos ayude a llegar al cielo.
AMÉN


Descargar ppt "Santidad 3 4ª 3 MEDIOS para alcanzar la santidad 1: Normales."

Presentaciones similares


Anuncios Google