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Publicada porBeatriz Herrera Quintana Modificado hace 6 años
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3ª 77 Mandamientos 10 3er mandamiento1: Santificar las fiestas.
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Al hablar del 2º mandamiento, decíamos que debemos respetar el nombre de Dios; porque respetar el nombre es honrar a quien lleva ese nombre. Como un epílogo decimos algo del nombre cristiano. Todos tenemos un nombre, además del genérico «cristiano», discípulo de Cristo, o católico (universal). Pero el día del bautismo se nos pone un nombre. Algunos llevan nombres muy raros. Lo conveniente sería llevar el nombre de algún santo, para que nos proteja, sea un ejemplo y nos sirva de guía y protección. Y que por el nombre seamos respetados.
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Vengamos ya al tercer mandamiento que, expuesto de forma positiva, es: «Santificar las fiestas». Así que debemos santificar las fiestas y, de una manera especial, el domingo, que es el día del Señor. La razón principal es que, como consecuencia del 1º y 2º mandamiento, donde se trata de dar culto a Dios, debemos dar ese culto, no sólo como personas particulares, sino como personas sociales. Y por eso la Iglesia nos pone unas normas concretas para poder dar culto externo a Dios en su día, que para nosotros es el domingo.
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Santificar las fiestas quiere decir sobre todo: santificarnos nosotros
Santificar las fiestas quiere decir sobre todo: santificarnos nosotros. Se nos pide que en esos días seamos un poco más santos. Si nosotros somos un poco más santos, el nombre de Dios se habrá santificado más en el ámbito social donde nos movamos y especialmente dentro de la Iglesia.
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En el Antiguo Testamento se fijaban más, normalmente, en el aspecto del «no trabajar»: «Recuerda el día del sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso, consagrado al Señor, tu Dios. No harás trabajo alguno, ni tu, ni tu hijo… Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay en ellos, Y el séptimo día descansó. Por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó».
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La palabra de Dios se expresa muchas veces por medio de símbolos o parábolas. Así fue para el precepto del sábado entre los antiguos israelitas. Alguna vez he dicho que el capítulo 1º del Génesis se escribió por lo menos 300 años después del capítulo 2º, en que se habla de Adán y Eva, como importantes mensajes en el tiempo de Salomón. Unos 300 años después los israelitas tuvieron que ir al destierro, donde debían seguir dando culto a Dios, aunque no tuvieran templo, sostenidos en la fe por algunos pocos profetas.
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Entonces estos profetas y sacerdotes, viendo que todos los días debía el pueblo trabajar mucho, casi sin descanso, iluminados por Dios, escribieron y predicaron cómo Dios es el dueño de todo, porque es el creador de todo. Todo lo hizo bien (lo malo es el pecado) y a Él debemos dar culto. Y describieron la creación en seis días, pero el séptimo DESCANSÓ. Por eso también nosotros debemos descansar el séptimo día, que es el sábado, día dedicado especialmente para el culto a Dios.
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Que esta exposición de aquellos seis días de la creación sea una parábola para exponer el mensaje o los mensajes religiosos, es fácil de ver: Va diciendo sin orden grandes cosas creadas: la luz, el agua, la hierva… Y luego crea el sol y la luna. Luego animales y por fin los seres humanos. Dios crearía una masa enorme, lo daría movimiento y durante millones de años-luz se irían haciendo las cosas. Pero lo que les interesaba decir es que Dios descansó, para que así el pueblo descansara un día a la semana.
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Eso de descansar un día a la semana es también algo natural
Eso de descansar un día a la semana es también algo natural. Es exigencia de la propia naturaleza. Lo nuevo era que ese día fuese día de alabanza a Dios, pero con alegría y en hermandad. Es decir, que el hecho del descanso fuese ya un culto que estaban ofreciendo a Dios. La narración de la creación nos parece como algo hecho para niños pequeños; pero para aquellos israelitas les sirvió para poder captar el mensaje de ser Dios el dueño total y que debían ofrecerle un día a la semana.
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Un día dijo Dios: que exista ya la luz
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y en medio de la noche el día amaneció.
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Y luego dijo Dios: que exista un cielo azul,
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y todo el firmamento de pronto se formó.
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Y Dios creó los cielos, los mares y la tierra;
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creó la vida entera y todo lo hizo bien.
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Y luego dijo Dios: comiencen a brotar
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los árboles y flores y frutos de verdad.
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Y luego dijo Dios: comience a relumbrar
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el sol y las estrellas con blanca claridad.
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Y luego dijo Dios: ya puede rebosar
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la tierra de animales, de peces todo el mar.
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Y al verlos dijo Dios, creced y procread.
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Y peces y animales nacieron sin cesar.
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Y luego dijo Dios: ahora quiero hacer
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mi obra más hermosa: el hombre y la mujer.
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Al hombre lo hizo Dios, lo hizo como Él;
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le dio todas las cosas y todo lo hizo bien.
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Y Dios creó los cielos, los mares y la tierra;
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creó la vida entera y todo lo hizo bien.
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Así que el hecho de tener que descansar un día a la semana parece de derecho natural, pues las fuerzas físicas se van desgastando; y las fuerzas morales también. No es todo tan sencillo esto del descanso, pues en la vida moderna, debido a que hay tantas clases de diversiones, se da el hecho que después de dos, tres o más días de «vacación», muchos quedan más cansados y requieren la vida de trabajo para descansar.
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Este mandamiento nos pide sobre todo lo positivo: dar culto público a Dios, que nos sirva para que podamos santificarnos. Este santificarnos lo podemos tomar en sentido personal interior o expresado en actos de caridad hacia los demás. Todo ello para los católicos en el día del domingo, porque fue el día que Jesús resucitó. Es el día de la semana destinado para renovar el cuerpo fatigado y procurar al alma la alegría y el refrigerio espiritual. Esto es en general, pues siempre habrá quienes, por el bien social, tendrán que trabajar el domingo.
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Aunque el domingo debe ser para reponer fuerzas del alma, desgraciadamente suele pasar que en muchos es el día de la semana en que más pecados se cometan, en estos tiempos modernos, unidos a todo el fin de semana. Ya vimos cómo en el Antiguo Testamento el día de fiesta (y de descanso) en la semana era el sábado. Todavía hay algunas sectas «cristianas» que lo siguen teniendo el sábado. La Biblia, hemos dicho varias veces, que hay que seguirla sobre todo por su espíritu. Y, como lo más grandioso para nosotros fue la Resurrección de Cristo, ese es el gran día de fiesta, el domingo.
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El Ant. Testamento fue como una preparación para el Nuevo
El Ant. Testamento fue como una preparación para el Nuevo. Para nosotros la suprema autoridad no consiste precisamente en un libro, sino en la persona de Jesucristo, Dios hecho hombre, quien nos enseñó primeramente con su vida y sus palabras; pero luego dejó esa autoridad en la Iglesia respecto a algunas cosas externas. Y entre esas cosas externas fue determinar que nuestra obligación de descansar para honrar a Dios un día a la semana se realiza plenamente con la celebración del domingo.
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El cambio del sábado al domingo no es algo que se haya inventado recientemente en la Iglesia. Ya el mismo Jesús lo quiso celebrar. Resucitó el domingo por la mañana. Se fue apareciendo a algunos como anuncio particular; pero llegó a celebrarlo con los apóstoles a la hora de la cena, más bien hacia el final, cuando ya todos estaban reunidos. Fue una celebración muy festiva espiritualmente, pues hubo mucha paz y alegría, mu-cha gracia y amor.
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Y ya no se reunió Jesús con los apóstoles en toda la semana
Y ya no se reunió Jesús con los apóstoles en toda la semana. Ni siquiera el sábado, que para los israelitas era el día de descanso, sino de nuevo el domingo siguiente, cuando ya todos estaban reunidos, hasta Tomás. Fue otro día de fiesta y de mucha gracia.
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Otro domingo de reunión y de derramamiento de gracia fue el domingo de Pentecostés. El mismo Espíritu Santo vino a reunirse con los apóstoles y la Virgen María para infundir su aliento de vida y amor. De esta manera comenzó la misión expansiva de la Iglesia; y san Pedro, junto con los demás apóstoles, pronunció la primera homilía o sermón, anuncio de tantas homilías y sermones que se habrán pronunciado en la Iglesia en el día del domingo, con el deseo de hacer crecer la vida del espíritu.
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Después, en los Hechos de los Apóstoles se relata cómo los cristianos se reunían sobre todo el día del domingo para alabar y bendecir al Señor. Y en el Apocalipsis, san Juan Evangelista nos relata cómo en el domingo, día en que se reunían los fieles, Dios le reveló grandes cosas para el bien de la Iglesia.
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Otra de las razones que daban en la antigüedad para festejar en el domingo, es que era como una nueva creación. La 1ª creación comenzó un domingo, ya que era el primer día de la semana, Ahora con Jesucristo comienza como una nueva creación espiritual. Y comienza sobre todo, con su resurrección, que fue también un primer día de la semana. Esta nueva creación será hasta la última venida de Cristo, en que inaugure la etapa final y definitiva en la vida eterna.
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Por todo ello el domingo es el día que nos reunimos para alabar al Señor. Y esta alabanza nos debe proporcionar alegría y gozo, como el salmo propio de este día: «Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo». Esta es la verdadera alegría del alma, no como la de muchos que esperan el fin de semana sólo para una alegría pasajera que suele dejar amargura. Para nosotros: EL DOMINGO ES ALEGRÍA.
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El domingo es alegría, el domingo es celebrar.
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El domingo es una fiesta, la fiesta de su Pan.
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Hoy comemos, hoy bebemos, es la fiesta con Jesús.
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Hoy comemos, hoy bebemos, es la fiesta con Jesús.
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Jesús es Pan de Vida
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Jesús nos da su amor.
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Jesús, Jesús amigo;
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Jesús libertador.
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Hoy comemos, hoy bebemos, es la fiesta con Jesús.
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Hoy comemos, hoy bebemos, es la fiesta con Jesús.
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Algunos santos Padres ya hablan del domingo como la fiesta propia de los cristianos. Así lo dice expresamente san Jerónimo: «Nuestra fiesta». Esto dicho en Roma tenía más fundamento que entre los israelitas, a quienes les costó más pasar del sábado festivo a celebrar sólo el domingo. San Jerónimo recuerda que entre los romanos ya celebraban, como día festivo de la semana, «el día del sol», que era el primer día de la semana. Ahora era celebrar a Cristo, el verdadero sol que es «la luz del mundo».
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Dice el conc. Vat II: "La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón “día del Señor” o domingo" (SC 106).
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Hay un dicho antiguo: «El día del Señor es el señor de los días»
Hay un dicho antiguo: «El día del Señor es el señor de los días». Pues este día del Señor, el domingo, debemos santificarlo. Esto quiere decir que en ese día debemos ser más santos. Por lo tanto santificarlo no quiere decir sólo que hay que tener fiesta, sino que debe haber una alegría verdadera, la alegría interior del alma. Para ello es por lo que se prohíben los trabajos «serviles», es decir, los propìos de los que hacían los esclavos. Y vivir un poco más según la idea de Dios, que es quien nos puede dar la verdadera alegría.
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En el libro del Génesis, después de haber descrito los días de la creación, en el capítulo 2º dice: «Bendijo Dios el día séptimo y lo consagró». Dios bendice ese día y queda consagrado. Así que en ese día debemos profundizar un poco más en los conocimientos religiosos, que nos puedan llevar hacia Dios, como lo entendían así los antiguos israelitas. De hecho, si somos verdaderamente cristianos, todos los días deberían ayudarnos un poco para ir hacia Dios; pero el domingo está consagrado para ello.
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Normalmente durante los otros días de la semana el ser humano está metido en muchos quehaceres materiales, diversos trabajos y ocupaciones, con los cuales le es más difícil profundizar en las verdades de la fe. Se necesita una situación de descanso, donde pueda haber una cierta diversión externa, pero sobre todo momentos de mayor unión con Dios, como es la oración. Para ello la Iglesia nos presenta lo más elemental que es la Santa Misa.
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La participación activa en la Santa Misa es un encuentro verdadero con Dios a través de Jesucristo que se hace presente en el altar. El asistir a misa no es tiempo perdido, ni mucho menos, es el ofrecer a Dios parte del tiempo que Él nos da, para que sirva para alabanza de la Gloria de Dios y para nuestro bien espiritual.
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En el Ant. Testamento, al hablar de este día del Señor, se decía que era para recordar las maravillas hechas por Dios. Así pues, después de enunciar el precepto del descanso, dice: «Recuerda que fuiste esclavo en la tierra de Egipto y que el Señor, tu Dios, te sacó de allí con mano fuerte y con brazo extendido. Por eso te manda el Señor, tu Dios, guardar el día del sábado» (Deut 5,15). Así que una de las razones de aumentar nuestra unión con Dios es para agradecer tantos favores.
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Para nosotros, los cristianos, el mayor don recibido de Dios es el mismo Jesucristo, a quien tenemos presente en la Santa Misa y con quien agradecemos a Dios todos los dones que Él nos da. Todo esto nos invita a dar un paso adelante en el trato positivo con Dios, nuestro Padre, y al mismo tiempo un apartarnos más del pecado. Todo esto será verdad si asistimos y vivimos la misa del domingo, presencia viva de Cristo Redentor.
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Por eso, si queremos cumplir plenamente este tercer mandamiento, que es santificar el día del domingo y otras fiestas, dando el culto debido a Dios, vayamos a la misa, cuando celebramos la resurrección de Cristo, que es la luz del mundo; y, como decía un autor antiguo: «Es el día del reflejo perenne de esa epifanía de gloria». El Señor nos espera en la fiesta del domingo.
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En la fiesta del domingo el Señor nos espera;
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reunidos en su mesa escuchamos su voz.
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Su Palabra es alimento, es la buena noticia;
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como prenda de vida, Él se da en comunión.
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Un altar, un manjar, una Iglesia,
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una Iglesia, una ofrenda, sacrificio pascual.
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Con nosotros está, revestido de pan.
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El Señor, buen Pastor, Él nos guía,
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Él nos guía, nos perdona, nos orienta su voz.
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El Señor, buen Pastor, Él se da en comunión
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En la fiesta del domingo
el Señor nos espera;
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reunidos en su mesa escuchamos su voz.
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Su Palabra es alimento, es la buena noticia;
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como prenda de vida, Él se da en comunión.
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Con María, la Madre.. AMÉN
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