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LA CASTIDAD DEL ENVIADO
Tercera parte LA CASTIDAD DEL ENVIADO
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El conocimiento y comunión con Jesús es siempre sorprendente, pues nos permite caminar en el Espíritu de la verdad y libertad.
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La seducción por el reino de Dios y por Jesús,
es inseparable en la vivencia de “los eunucos voluntarios”
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Cultivar la conciencia de ser enviado en, con y como Jesús a evangelizar a los pobres me ha parecido ser la primera exigencia para vivir bien el celibato.
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El camino de la libertad en la acción apostólica, esto es, del éxodo con Jesús hacia el Padre y los últimos, requiere un despojo radical, que va mucho más allá de la simple continencia.
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Jesús no vino a formar su comunidad,
sino a reunir a los hijos de Dios dispersos
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La castidad ministerial supone una gran integridad.
La castidad perfecta en el celibato, por tanto exige estar vigilante, para no caer en la tentación de querer formar “mi comunidad”, “mi Iglesia” La castidad ministerial supone una gran integridad.
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El Bautista recuerda que somos “los amigos del novio o del esposo” Jn 3,28-36
La alegría del amigo está en escuchar la voz del novio. Su misión es llevar la novia al novio. Es una traición y una falta absoluta contra la integridad y castidad, apoderarse de la novia.
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La castidad perfecta en el celibato abarca toda la existencia del apóstol, más allá de la dimensión sexual del ministro del Evangelio.
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El ministro casto es discreto,
no busca acaparar la atención ni atraer a él las personas.
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La vivencia del celibato es un camino de fecundidad apostólica
Pero la fecundidad de Jesús no sigue los criterios del mundo.
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Jesús culminó su misión de amor y entrega en la cruz.
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” Jn 12,23
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Es preciso dejarse conducir por el Espíritu de Dios, poner los medios espirituales y también los medios apropiados para una vivencia correcta de nuestra condición sexual.
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