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San Manuel Bueno, Mártir
Miguel de Unamuno
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Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936)
Estudió filosofía y letras en Madrid. En 1891 fue nombrado catedrático en griego por la universidad de Salamanca. Ejerció de rector durante muchos años con interrupciones debido a contratiempos políticos. Desde allí huyó a Francia y permaneció en París y en Hendaya hasta 1930; fueron años de pasión política, en que aumentó enormemente su popularidad internacional. La República le devolvió, en 1931, su cátedra y el rectorado, en el que permaneció, hasta el comienzo de la Guerra Civil. Murió el último día del año 1936.
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Filosofía Poesía Teatro Del sentimiento trágico de la vida
La agonía del cristianismo Poesía Poesías Rosario de Sonetos líricos El Cristo de Velázquez Andanzas y visiones españolas Rimas de dentro Teresa. Rimas de un poeta desconocido De Fuerteaventura a París Romancero del destierro Cancionero Narrativa Paz en la guerra Amor y pedagogía Recuerdos de niñez y mocedad Niebla (“Nivola”) El espejo de la muerte Abel Sánchez Tulio Montalbán Tres novelas ejemplares y un prólogo La tía Tula Teresa Cómo se hace una novela San Manuel Bueno, mártir Don Sandalio, jugador de ajedrez Teatro La esfinge La venda El otro Fedra Medea
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La Generación del 98 Rasgos de la Generación del 98 a la cual pertenece Unamuno: Búsqueda de una lengua sencilla: antirretoricismo Renovación de la técnica de la novela Predilección por el ensayo Tema de España Reflejo subjetivo del paisaje castellano Búsqueda de los valores intrínsecos de la historia Problemas existenciales: angustia vital
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San Manuel Bueno, mártir
Ángela Carballino cuenta la historia del cura de Valverde de Lucerna, Don Manuel. Un hombre abnegado y dispuesto a ayudar a sus feligreses. Esta dedicación total a los fieles hace que se le considere un santo. Un día, regresa al pueblo el hermano de Ángela, Lázaro, un hombre beligerante y anticlerical. En un principio, siente ante Don Manuel un sentimiento de rechazo que, sin embargo, acaba convirtiéndose en admiración. Es precisamente al hermano de Ángela a quién le desvela su secreto: no tiene fe, no cree en Dios, ni en la resurrección; finge su fe para mantener en el pueblo la paz que provoca la esperanza en una vida eterna.
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Lázaro le confía el secreto a Ángela, abandona sus ideas y acaba colaborando en la misión del cura. Así pasa el tiempo hasta que muere don Manuel, considerado un santo por todos, y sin que nadie, exceptuando a Lázaro y a Ángela, conociesen su secreto. Más tarde muere Lázaro, y ante la soledad, Ángela, reflexiona sobre la salvación de sus seres queridos (Lázaro y San Manuel).
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Personajes Manuel Bueno, mártir. Su denominación lo dice todo de él. San, hace referencia al concepto que la gente le tenía de santo. Bueno, numerosos hechos narrados en la novela afirman este apellido. Mártir, por su abnegación y su tormento personal. Representa el enfrentamiento entre RAZÓN Y FE, VERDAD Y VIDA Lázaro: anticlerical, preocupado por los problemas sociales, amante del mundo urbano... Termina siendo el más firme defensor de la labor del sacerdote. Su nombre también tiene un carácter simbólico. Don ManuelValverde Dios Creyentes
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Ángela: emisora del mensaje de Unamuno
Ángela: emisora del mensaje de Unamuno. De los personajes principales, es la que continúa en la aldea una vez muertos San Manuel y su hermano Lázaro, y será la que continúe con su legado. Desempeña distintas funciones en la obra: mensajera, narradora, testigo, ayudante, confesante y confesora, hija y madre del protagonista… Personajes secundarios importantes Simona: Es la madre de Ángela que muere hacia la mitad de la obra. Deseaba que Don Manuel consiguiera devolverle la fe a Lázaro. Blasillo: su función principal es aumentar el drama de la obra. Representa el grado máximo de la fe ciega e inocente. Blas, el bobo, repite las palabras del párroco.
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Significado de la obra. TEMAS
- La novela gira en torno a las ideas de la inmortalidad y la fe y la duda. Pero ahora aparece un nuevo enfoque: LA ALTERNATIVA ENTRE UNA VERDAD TRÁGICA DICTADA POR LA RAZÓN Y UNA VERDAD ILUSORIA. - Plasma la idea de que las religiones no han de ser buenas ni malas, solo “consoladoras”. La religión tiene que eliminar o calmar el dolor existencial del pueblo.
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El problema de la salvación y la inmortalidad.
La abnegación y la entrega al prójimo. Otros motivos El pecado del hombre. Lo vivido y lo soñado. La cuestión social.
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Estructura Estructura externa: La obra está dividida en fragmentos. Todos son el relato de Ángela con la excepción del último, que es como una reflexión del autor. Estructura interna: podemos distinguir tres partes y el epílogo. - La primera (secuencias 1-8): Tienen lugar algunas noticias sobre don Manuel, que Ángela transmite de oídas o gracias a ciertas notas de su hermano. - La segunda (secuencias 9-20): Comienza con el regreso de Ángela al pueblo, poco tiempo después de Lázaro. Con esto, la narración nos lleva hasta el descubrimiento del secreto del santo. Al final de esta parte muere el sacerdote. - La tercera (21-24): - Muerte de Lázaro y desenlace de Ángela. EPÍLOGO (25) Palabras de Unamuno dónde explica como consiguió el manuscrito de Ángela.
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Unamuno crea un desdoblamiento entre autor y narradora por medio del recurso del manuscrito encontrado
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También se puede afirmar que la novela está concebida con una estructura cerrada y circular:
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Tiempo TIEMPO EXTERNO E INTERNO:
La obra comienza siendo Ángela niña, conforme vamos avanzando en la lectura, se va haciendo mayor, a la par que el resto de los personajes (San Manuel, Lázaro, la madre de Ángela…), hasta que llega el momento en el que Don Manuel fallece y poco más tarde también lo hace Lázaro. Al final aparece una epístola de Unamuno, donde se hace una alusión temporal: se cuenta que la memoria ha sido escrita por Ángela y él la narró tal cual la encontró. Encontramos elipsis narrativas (por ejemplo en las frases iniciales de las secuencias 10 y 18). TIEMPO EXTERNO E INTERNO:
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Espacio: Valverde de Lucerna, población mítica ocupa actualmente el lago de Sanabria.
Unamuno elabora un juego simbólico entre el paisaje y el paisanaje; y el paisaje y el problema de la fe y la inmortalidad: el pueblo recuerda a los muertos, el azul del lago al cielo y a los ojos del cura. La montaña simboliza la fe y la nieve blanca simboliza la vida eterna. La ciudad sumergida es símbolo de la intrahistoria del pueblo, el recuerdo de los muertos. El lago azul simboliza con el reflejo del cielo la vida eterna prometida. El buitre es símbolo de la angustia existencial.
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NARRADOR - Unamuno para escribir este libro “confía” plenamente en Ángela, pues es esta la narradora de la obra, de forma que aparece una narración subjetiva ya que toda la información nos llega desde el punto de vista de esta. - Finalmente aparece el propio Unamuno para explicar cómo llegó el manuscrito de Ángela a sus manos.
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Lenguaje El lenguaje sencillo.
Ángela, al ser de pueblo y a pesar de la educación recibida, utiliza un lenguaje coloquial; en sus intervenciones aparecen algunos casos de leísmo. Don Manuel utiliza un lenguaje más cuidado, pero, cercano al dirigirse al pueblo. Son propias en sus intervenciones las alusiones bíblicas. Gran abundancia de diálogos. De hecho, en los diálogos encontramos las ideas principales de la novela, en boca de sus personajes principales: don Manuel, Ángela y Lázaro.
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Y ahora, al escribir esta memoria, esta confesión íntima de mi experiencia de la unidad ajena, creo que Don Manuel Bueno, que mi san Manuel y que mi hermano se murieron creyendo no creer lo que más nos interesa, pero sin creer creerlo, creyéndolo en una desolación activa y resignada. Pero ¿por qué –me he preguntado muchas veces- no trató Don Manuel de convertir a mi hermano también con un engaño, con una mentira, fingiéndose creyente sin serlo? Y he comprendido que fue porque comprendió que no le engañaría, que para con él no le serviría el engaño, que sólo con la verdad, con su verdad, le convertiría: que no habría conseguido nada si hubiese pretendido representar para con él una comedia –tragedia más bien-, la que representaba para salvar al pueblo. Y así le ganó, en efecto, para su piadoso fraude: así le ganó con la verdad de muerte a la razón de vida. Y así me ganó con la verdad de muerte a la razón de vida. Y así me ganó a mí, que nunca dejé transparentar a los otros su divino, su santísimo juego. Y es que creía y creo que Dios Nuestro Señor, por no sé que sagradas y no escudriñados designios, les hizo creerse incrédulos. Y que acaso en el acabamiento de su tránsito se les cayó la venda ¿Y yo, creo? Y al escribir esto ahora, aquí, en mi vieja casa materna, a mis más de cincuenta años, cuando empiezan a blanquear con mi cabeza mis recuerdos, está nevando, nevando sobre el lago, nevando sobre la montaña, nevando sobre las memorias de mi padre, el forastero; de mi madre, de mi hermano Lázaro, de mi pueblo, de mi san Manuel, y también sobre la memoria del pobre Blasillo, y que él me ampare desde el cielo. Y esta nieve borra esquinas y borra sombras, pues hasta de noche la nieve alumbra. Y yo no sé lo que es verdad y lo que es mentira, ni lo que vi y lo que soñé –o mejor lo que soñé y lo que sólo vi-, ni lo que supe ni lo que creí. No sé si estoy traspasando a este papel, tan blanco como la nieve, mi conciencia que en él se ha de quedar, quedándome yo sin ella. ¿Para qué tenerla ya…? ¿Es que pueden pasar estas cosas? ¿Es que todo esto es más que un sueño soñado dentro de otro sueño? ¿Seré yo, Ángela Carballino, hoy cincuentona, la única persona que en esta aldea se ve acometida de estos pensamientos extraños para los demás? ¿Y estos, los otros, los que me rodean, creen? ¿Qué es eso de creer? Por lo menos, viven. Y ahora creen en san Manuel Bueno, mártir, que sin esperar inmortalidad les mantuvo en la esperanza de ella […].
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Nadie en el pueblo quiso creer en la muerte de don Manuel; todos esperaban verle a diario, y acaso le veían pasar a lo largo del lago y espejado en él o teniendo por fondo la montaña; todos seguían oyendo su voz, y todos acudían a su sepultura, en torno a la cual surgió todo un culto. Los endemoniados venían ahora a tocar la cruz de nogal, hecha también por sus manos y sacada del mismo árbol de donde sacó las seis tablas en que fue enterrado. Y los que menos queríamos creer que se hubiese muerto éramos mi hermano Lázaro y yo Él, Lázaro, continuaba la tradición del santo y empezó a redactar lo que le había oído, notas que me han servido para esta mi memoria. - Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un resucitado –me decía-. Él me dio fe. - ¿Fe? – le interrumpía yo. - Sí, fe, fe en el consuelo de la vida, en el contento de la vida. Él me curó de mi progresismo. Porque hay, Ángela, dos clases de hombres peligrosos y nocivos: los que, convencidos de la vida de ultratumba, de la resurrección de la carne, atormentan, como inquisidores que son, a los demás, para que, despreciando esta vida como transitoria, se ganen la otra, y los que, no creyendo más que en ésta… - Como acaso tú… -le decía yo. - Y sí, y como don Manuel. Pero no creyendo más que en este mundo esperan no sé qué sociedad futura y se esfuerzan en negarle al pueblo el consuelo de creer en otro… - De modo que… De modo que hay que hacer que vivan de la ilusión.
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