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Caso clínico 5.

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Presentación del tema: "Caso clínico 5."— Transcripción de la presentación:

1 Caso clínico 5

2 Ya pasó todo, Debbie JAMA 1988; 259: 272
Me llamaron en mitad de la noche. Contesté al teléfono, como médico residente de ginecología. Una enfermera me dijo que había una enferma que estaba teniendo mucha dificultad para descansar. Ella estaba en la unidad de ginecología oncológica, que no era mi lugar habitual. Mientras me arrastraba medio dormido por los pasillos, intentaba imaginar lo que iba a encontrar. Agarré la historia clínica de camino a la habitación de la enferma, y la enfermera me dio algunos detalles apresurados: Una chica de 20 años llamada Debbie estaba muriéndose de un cáncer de ovario. Había estado vomitando sin parar, presumiblemente como resultado de un tratamiento. A medida que me acercaba a la habitación podía oír su ruidosa y trabajosa respiración. Es algo muy triste, pensé. Cuando entré, vi a una mujer extremadamente enflaquecida que aparentaba ser mucho más vieja. La historia decía que pesaba 45 kg. Estaba recibiendo oxígeno, sentada en la cama y luchando desesperadamente por respirar. No había comido ni dormido nada en dos días.

3 No había respondido a la quimioterapia y sólo se le estaban dando cuidados de mantenimiento. Una segunda mujer de mediana edad estaba de pie a su lado apretándole la mano. Era una escena de patíbulo; una burla cruel de su juventud y de sus posibilidades insatisfechas. Sus únicas palabras hacia mí fueron: "Acabemos con esto de una vez". Me retiré con mis pensamientos al control de enfermeras. La enferma estaba muy cansada y necesitaba reposar. Yo no podía darle salud pero podía darle descanso. Pedí a una enfermera que llenara una jeringa con 20 mg de morfina. Lo bastante, pensé, para hacer el trabajo. Tomé la jeringa, fui a la habitación y dije a las dos mujeres que iba a dar a Debbie algo que le permitiría descansar y decir adiós. Debbie miró la jeringa, apoyó la cabeza en la almohada con los ojos abiertos, mirando lo que todavía le quedaba del mundo. Inyecté la morfina intravenosamente y aguardé para ver si mis cálculos eran correctos. En unos segundos su respiración se enlenteció hasta un ritmo normal, sus ojos se cerraron, sus rasgos se suavizaron y por fin pareció estar descansando. Esperé el inevitable efecto siguiente: la paralización del centro respiratorio. Con precisión de relojería, a los cuatro minutos el ritmo respiratorio se enlenteció aún más, se hizo irregular y cesó. La otra mujer permaneció de pie y pareció aliviada. ¡Ya pasó todo, Debbie!


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