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Creo en la comunión de los santos
Credo 19 Creo en la comunión de los santos
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La expresión “comunión de los santos” tiene dos significados:
1- La común participación de todos los miembros de la Iglesia en las cosas santas: la fe, los sacramentos, en particular en la Eucaristía, los carismas y otros dones espirituales.
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2- Designa también la comunión entre las personas santas, es decir, entre quienes por la gracia están unidos a Cristo muerto y resucitado. Unos viven aún peregrinos en este mundo; otros, ya difuntos, se purifican, ayudados también por nuestras plegarias; otros, finalmente, gozan ya de la gloria de Dios e interceden por nosotros.
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Por lo tanto tenemos tres porciones del Pueblo de Dios, que componen una misma y sola Iglesia: la única Iglesia de Cristo. Pero cada una en diferente estado o situación: iglesia triunfante, purgante y militante.
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Es el objetivo final de la misión que Cristo le confió.
1. La Iglesia triunfante es la del cielo, constituida por todos los que han muerto en gracia de Dios y están ya debidamente purificados. El cielo es el modelo de la Iglesia en la tierra, y su meta. Es el objetivo final de la misión que Cristo le confió.
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2. La Iglesia purgante es la formada por todos los que precisan una última purificación. Son los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero que no están perfectamente purificados. Ellos están seguros de su eterna salvación, pero deben sufrir después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. Esta posibilidad de purificación es una muestra de la misericordia de Dios.
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3. La Iglesia militante es la formada por los que caminan todavía en la tierra.
Deben esforzarse, con la gracia de Dios, en adquirir méritos para la vida eterna; pero al mismo tiempo es “misionera”, preocupada para que otros puedan recibir los dones de la gracia ahora y para siempre. Este espíritu misionero debe ser participación y responsabilidad de todos.
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Estos diversos estados de la Iglesia, triunfante, purgante y militante, constituyen una misma Iglesia y un solo cuerpo, porque tienen una misma cabeza, que es Jesucristo; un mismo espíritu, que las anima y une entre sí; un mismo fin, que es la bienaventuranza eterna, la cual unos miembros gozan ya, mientras otros la aguardan.
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Este artículo del Credo se refiere principalmente a la Iglesia militante, que es la Iglesia que está presente en este mundo. Pero también hablamos de la interrelación que hay entre los tres estados de la Iglesia. En la Iglesia existe una íntima unión entre todos sus miembros, estén donde estén: en la tierra, en el purgatorio o en el Cielo. Es como una corriente interior de gracia y de vida divina, que circula entre todos los miembros de la Iglesia y a todos aúna.
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La Iglesia es una familia
La Iglesia es una familia. La Militante (en la tierra), la que se purifica (en el Purgatorio) y la Iglesia Triunfante (en el Cielo) no son tres divisiones de la única Iglesia, sino que están unidas en una familia por medio de la Comunión de los Santos. La Comunión de los Santos es una comunión de vivos (con la vida de la gracia), no de muertos.
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Los miembros vivos de la Iglesia se llaman santos, porque participan de la santidad de Dios.
Todos son llamados a la santidad y fueron santificados por el Bautismo, y muchos de ellos han llegado ya a la perfecta santidad.
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Con la expresión “comunión de los Santos” la Iglesia nos enseña que, por la íntima unión que existe entre todos sus miembros, son comunes los bienes espirituales que le pertenecen, así internos como externos.
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Los bienes comunes internos en la Iglesia son: la gracia que se recibe en los Sacramentos, la fe, la esperanza, la caridad, los méritos infinitos de Jesucristo, los merecimientos sobre abundantes de la Virgen y de los santos y el fruto de todas las buenas obras que se hacen en la misma Iglesia.
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Los bienes externos comunes en la Iglesia son: los Sacramentos, el Santo Sacrificio de la Misa, las públicas oraciones, las funciones religiosas y las demás prácticas exteriores que unen a los fieles entre sí.
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En la comunión de los bienes internos entran los cristianos que están en gracia de Dios;
pero los que están en pecado mortal no participan de estos bienes, porque la gracia de Dios es la que une a los fieles con Dios y entre sí. Por esto, los que están en pecado mortal, como no tienen la gracia de Dios, son excluidos de la comunión de los bienes espirituales.
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Sin embargo los que están en pecado mortal no dejan de percibir alguna utilidad de los bienes internos y espirituales de la Iglesia de que están privados, en cuanto conservan el carácter de cristiano, que es indeleble, y son ayudados por las oraciones y buenas obras de los fieles para alcanzar la gracia de convertirse a Dios.
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Los que están en pecado mortal pueden participar de los bienes externos de la Iglesia, con tal que no estén separados de la Iglesia por la excomunión. Mucho más si dudan de su estado espiritual ante Dios o esperan que Dios les atienda con su misericordia.
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No pertenecen a la comunión de los santos en la otra vida los condenados, y en ésta los que están fuera de la verdadera Iglesia. Están fuera de la verdadera Iglesia los infieles o paganos, los judíos, los herejes, los apóstatas, los cismáticos y los excomulgados.
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Infieles son los que no tienen el Bautismo ni creen en Jesucristo, o porque creen y adoran falsas divinidades, como los idólatras, o porque, aun admitiendo al único verdadero Dios, no creen en Cristo Mesías, ni como venido ya en la persona de Jesucristo ni como que ha de venir: tales son los mahometanos y otros semejantes. Estos se excluyen, porque nunca estuvieron en el seno de la Iglesia, no la reconocieron, ni se hicieron participantes de ningún Sacramento.
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Judíos son los que profesan la ley de Moisés, no han recibido el Bautismo y no creen en Jesucristo. Pueden tener muchos bienes espirituales; pero no participan de la comunión de bienes de la Iglesia.
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Herejes son los bautizados que rehúsan con pertinacia creer alguna verdad revelada por Dios y enseñada como de fe por la Iglesia Católica; por ejemplo, los arrianos, los nestorianos y las varias sectas de los protestantes. Lutero
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Apóstatas son los que abjuran, esto es, niegan con un acto externo la fe católica que antes profesaban. Cismáticos son los cristianos que, sin negar explícitamente ningún dogma, se separan voluntariamente de la Iglesia de Jesucristo, esto es, de sus legítimos Pastores.
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Los herejes y cismáticos, que apostataron de la Iglesia, no pertenecen a Ella, como los desertores no forman parte del ejército que abandonaron. Sin embargo continúan bajo la jurisdicción de la Iglesia, que los puede juzgar, castigar y excomulgar.
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Excomulgados son aquellos que por faltas gravísimas son castigados por el Papa o por el Obispo con la pena de excomunión, en cuya virtud son, como indignos, separados del cuerpo de la Iglesia, que espera y desea su conversión. La excomunión se debe temer grandemente, porque es la pena más grave y más terrible que puede imponer la Iglesia a sus hijos rebeldes y obstinados.
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Los excomulgados quedan privados de las oraciones públicas, de los sacramentos, de las indulgencias y, después de sentencia condenatoria o declaratoria, tam-bién de sepultura eclesiástica. Desgraciadamente en un mundo materialista para muchos esto no les dice nada. Hubo tiempos en que una excomunión removía la conciencia y se procuraba volver a la Iglesia.
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Podemos ayudar en alguna manera a los excomulgados y a todos los que están fuera de la Iglesia con saludables avisos, con oraciones y buenas obras, suplicando al Señor que por su misericordia les otorgue la gracia de convertirse a la fe y entrar en la comunión de los santos.
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La comunión de los santos brilla principalmente en la Iglesia en aquellos que buscan seguir la santidad del Señor. En medio de los pecados que hay en la Iglesia, brilla la santidad de Cristo. Su fuerza y su ejemplo hace que broten testimonios continuos de comunión.
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Un ejemplo podemos ver en la vida de santa Teresita
Un ejemplo podemos ver en la vida de santa Teresita. La Iglesia la ha considerado patrona de las misiones porque lograba grandes conversiones con su oración y sacrificio.
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Decía santa Teresita en su autobiografía que deseaba ser al mismo tiempo apóstol, mártir, cruzado, sacerdote, catequista, religiosa de clausura, ayudar a los enfermos... quería ser todo por el beneficio de las almas. Estas ganas de hacer el bien a todos, no podría ser aplicada de forma natural, sino realizada por medios sobrenaturales.
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En determinado momento de su vida, instruida acerca de la doctrina de la comunión de los santos, comprendió que su papel en la Iglesia sería como el "corazón", que irradiara su influencia a todos los miembros por el influjo sanguíneo del amor a Dios.
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La comunión de los santos es un dogma de Fe explicitado desde el primer siglo del cristianismo. Desde el principio se sintió, y los primeros padres de la Iglesia lo escribían, cómo unos cristianos pueden dar auxilios espirituales a los cristianos que están en otros países, a miles de kilómetros de distancia. Por eso en sus escritos pedían oraciones a los de otros lugares.
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La doctrina explica que los miembros de la Iglesia, por toda la tierra, aunque poco o nada conociéndose, sobre todo a la distancia, están unidos por un vínculo espiritual que transpone las distancias y hasta los tiempos. Por la comunión de los santos, estamos unidos de tal manera que nuestros actos e intenciones pueden influir en la fidelidad o la infidelidad de nuestros hermanos en la Fe en el presente, el pasado y el futuro.
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Por la comunión de los santos, un acto de virtud, abnegación o generosidad, puede tornarse auxilio para un joven que se precipita en los caminos del pecado, así como un acto pecaminoso puede tener consecuencias en los miembros y, de cierta forma, en el cuerpo místico. Recordamos las palabras de un obispo a santa Mónica: “No puede perderse un hijo de tantas lágrimas”.
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La comunión de los santos es el medio más poderoso de apostolado
La comunión de los santos es el medio más poderoso de apostolado. Por más que sintamos no tener dones para hacer el bien a las almas de nuestro prójimo, si vivimos una vida santa y de amor fervoroso a Dios, podemos prestar un valioso auxilio a los cristianos del mundo entero, pues por la práctica de la virtud se conserva el estado de gracia y el cumplimiento de los mandamientos divinos.
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Los primeros cristianos disponían de "todo en común“, no sólo de los bienes espirituales, sino también de los materiales (Hech 4,32). La comunión de los santos también tiene un aspecto material, por donde los cristianos deben estar dispuestos a ayudar al prójimo a través de los propios bienes materiales, colocándolos al servicio de los más necesitados.
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La práctica de la virtud no sólo nos aleja del pecado haciendo que se acreciente gracia divina en nosotros, en la Iglesia Universal, o en un determinado conjunto de fieles, país, ciudad o barrio, sino que además esa práctica de la virtud hace que seamos verdaderos "pararrayos" de la gracia de Dios, beneficiando así a toda la Iglesia Universal.
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Hay una manera de auxiliar a nuestros hermanos en la Fe, que es la recepción de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, ofreciendo las intenciones de la comunión. De hecho, la comunión de los santos no es solamente la unión entre los santos, sino también la comunión de las cosas santas. En latín, "communio sanctorum" tiene este doble sentido, "comunión de los santos" o "de las cosas santas". En la Liturgia se dice: “las cosas santas para los santos”.
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Por lo tanto, podemos ofrecer una oración a Dios, por las almas más tentadas en el mundo, por los cristianos que son perseguidos por causa de su Fe, para que sean más santos y fieles a la vocación que Dios les llamó, ofreciendo también nuestras súplicas por el Papa, el Clero y por tantas personas.
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Agrada también a Dios ofrecer un sacrificio, un sufrimiento corporal o moral, que estemos en la contingencia de soportar, o también una privación voluntaria de algún placer legítimo, como comer algo delicioso o descansar por un tiempo mayor. Ello es un acto de caridad exquisita.
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La comunión de los santos se extiende también al cielo y al purgatorio, porque la caridad une las tres Iglesias: triunfante, purgante y militante. En cuanto a los santos que ya están en el cielo, ellos ruegan a Dios por nosotros y por las almas del purgatorio, y nosotros damos honor y gloria a los santos, que es para gloria y honor de Dios.
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Los que ya murieron y fueron salvados, y gozan de la gloria divina, pueden interceder por nosotros.
Pues de la misma forma que una persona que ama a Jesús y María quiere prestar los beneficios materiales y espirituales a sus hermanos en la Fe, también aquellas almas que están en el Cielo quieren ayudar a las personas en la tierra. Ellos están ansiosos de que pidamos su intercesión, para así continuar en el Cielo ayudando a aquellos que peregrinan en la tierra.
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Por esta razón, la Iglesia cree y confiesa esta relación con los cielos en la devoción e intercesión de los santos y de la Virgen. Así, tenemos también nosotros la esperanza de, cuando estemos salvados, poder auxiliar a nuestros parientes y amigos en las sendas del bien y de la verdad. La raíz de la comunión de los santos está en que la virtud de la caridad "es bondadosa y no interesada" y nunca deja de existir.
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En la comunión con los santos, canonizados y no canonizados, que la Iglesia vive gracias a Cristo en todos sus miembros y que ya disfruta de la bienaventuranza en el cielo, nosotros disfrutamos de su presencia y de su compañía y cultivamos la firme esperanza de poder imitar su camino y compartir un día la misma vida feliz, la vida eterna.
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Además, la comunión de los santos se aplica a aquellos que padecen los sufrimientos convenientes del purgatorio, pues estas almas esperan ser purificadas de sus faltas y entrar al convite eterno del cielo. Por la comunión de los santos podemos ayudarlas a purificarse con más presteza, y así unirse para siempre a los santos del Cielo.
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La Iglesia siempre ha creído en la oración por los que están en el purgatorio.
En los sepulcros más antiguos de las catacumbas romanas suele haber una inscripción que dice: “Ruega por mi”.
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La oración y los méritos adquiridos por nosotros en la Eucaristía, y en otros actos piadosos, pueden beneficiar al mundo entero, por causa, del "fondo común", de todos los méritos de los santos, de la Santísima Virgen y de la Pasión de Cristo en la Cruz. Este fondo común, que atrae las gracias de Dios, beneficia a todas las almas de la tierra y del purgatorio.
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Este dogma de la Comunión de los Santos se funda-menta en uno de los más bellos capítulos de San Pablo, donde el Apóstol compara la Iglesia al cuerpo humano:
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"Así como el cuerpo es un todo teniendo muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. [...] El cuerpo no consiste en un solo miembro, sino en muchos. Si el pie dijese: Yo no soy la mano; por eso, no soy del cuerpo, ¿acaso dejaría él de ser del cuerpo? [...] Hay, pues, muchos miembros, pero un solo cuerpo. El ojo no puede decir a la mano: no necesito de ti; ni la cabeza a los pies: No necesito de vosotros. Antes, al contrario, los miembros del cuerpo que parecen los más débiles, son los más necesarios [...] Si un miembro sufre, todos los miembros padecen con él; y si un miembro es glorificado, todos los otros se congratulan por él. Ahora, vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno, de su parte, es uno de sus miembros" (1Cor12, 12-27).
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Desde el principio de la Iglesia los cristianos interpretaron este pasaje de san Pablo en el sentido de la comunión de los santos. Por eso enseñan los Padres que la "Iglesia es la comunión de todos los santos", del Cielo, de la tierra y del purgatorio, de todos los rincones del planeta, de todas las lenguas y pueblos.
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La comunión de los santos hace a la Iglesia Católica más universal
La comunión de los santos hace a la Iglesia Católica más universal. Quien vive compenetrado en este artículo de Fe puede hacer maravillas en el orden de la gracia, convertir pueblos, auxiliar a los santos y a los cristianos perseguidos... La Fe en la comunión de los santos pone en las manos del católico el verdadero "timón de la historia".
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Pablo VI lo resumió muy bien en el “Credo del Pueblo de Dios”:
«Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones».
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En la raíz de la comunión de los santos está la caridad que “no busca su propio interés” (1 Co 13, 5), sino que impulsa a los fieles a “poner todo en común” (Hch 4, 32), incluso los propios bienes materiales, para el servicio de los más pobres.
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De San Agustín se cuenta que alguien le preguntó: “¿Cuánto rezarán por mí cuando yo me haya muerto?”; y él le respondió: “Eso depende de cuánto rezas tú por los difuntos. Porque el Evangelio dice que la medida que cada uno emplea para dar a los demás, esa medida se empleará para darle a él”.
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Citas de la Biblia que indican la Comunión de los Santos:
Génesis 28, 12: Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella.
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Tobías 12,12.15: Cuando tú y Sara hacían oración, era yo el que presentaba el memorial de sus peticiones delante de la gloria del Señor; y lo mismo cuando tú enterrabas a los muertos. (.)Yo soy Rafael, uno de lo siete ángeles que están delante de la gloria del Señor y tienen acceso a su presencia.
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Apocalipsis 5,8: Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos.
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Es un signo de la misericordia de Dios el que nos podamos ayudar espiritualmente; pero también es una responsabilidad. Por todo ello terminamos alabando y dando gracias a Dios por este intercambio de dones en la Iglesia.
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Todos unidos formando un solo cuerpo,
Automático
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un pueblo que en la Pascua nació.
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Miembros de Cristo en sangre redimidos,
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Iglesia peregrina de Dios.
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Vive en nosotros la fuerza del Espíritu que el Hijo desde el Padre envió.
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Él nos empuja, nos guía y alimenta, Iglesia peregrina de Dios.
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Somos en la Tierra semilla de otro reino, somos testimonio de amor.
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Paz para las guerras y luz entre las sombras, Iglesia peregrina de Dios.
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Paz para las guerras y luz entre las sombras, Iglesia peregrina de Dios.
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Suplicando a María, esperamos estar todos en la iglesia triunfante.
AMÉN
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