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San Juan Francisco Regis
16 de Junio
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El Papa Pío XII llegó a exclamar: "Un predicador que merece muy bien ser llamado Patrono de las misiones populares es San Francisco Regis".
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Juan Francisco nace el 31 de enero de 1597 en la pequeña aldea de Fontcouverte, en el Languedoc francés. Es el segundo hijo del matrimonio de Juan Regis y de Margarita Cuhugan, campesinos acomodados.
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Sus padres, muy fervorosos cristianos, lo educaron en la sobriedad y en los más sanos principios cristianos. De niño sólo llamaba la atención por sus modales dulces, atento, servicial y muy entregado a cuanto se refiere a la Iglesia. Nunca se cansaba de estar en ella ni de los rezos familiares por más que se prolongasen.
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Juan Francisco era de una personalidad muy sensible
Juan Francisco era de una personalidad muy sensible. La madre lo comprende y lo educa suavemente. Una palabra ruda lo conmueve hasta las lágrimas. Más vale castigar sus travesuras de niño con una mirada aunque severa. Con ese método Margarita obtiene buenos frutos.
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Juan Francisco entonces florece.
En la escuela, el profesor era demasiado severo. Como era costumbre, a veces castigaba físicamente. Juan Francisco así no aprende, se encierra y aparece casi como un niño poco inteligente. Margarita lo conoce. Ruega al profesor cambiar la severidad por el afecto. Juan Francisco entonces florece.
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En Béziers la Compañía de Jesús tiene un Colegio con buen prestigio
En Béziers la Compañía de Jesús tiene un Colegio con buen prestigio. Es sólo un externado. Por un contrato, los jesuitas supervigilan las pensiones donde residen los alumnos que vienen de lejos. A los 13 años, en 1610 va Juan Francisco a ese colegio. Llama la atención por hacer todo cuanto estaba mandado perfectamente bien. Es el primero en todo: Estudios, piedad, esparcimientos, pero lo que más gusta a sus superiores y compañeros es ver que no se lo cree. Es sencillo, humilde, el compañero más fiel.
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Su devoción a la Santísima Virgen lo llevó a ingresar en la congregación mariana del colegio, convirtiéndose en apóstol de sus compañeros, cinco de los cuales, para llevar una vida más perfecta, se mudaron a la misma casa que Regis. Entonces, con algo más de 14 años, compuso una regla para ellos, en la cual fijaba las horas para el estudio, prohibía toda conversación inútil, disponía la lectura espiritual durante las comidas, el examen de conciencia en la noche y la comunión dominical.
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A los 19 años, se plantea su futuro y desea ser sacerdote en una congregación religiosa. Cerca de su ciudad había una abadía de monjes que lo estimaban, pues tenía un familiar; pero a él le atraía más la Compañía de Jesús, porque los Jesuitas se dedicaban más al apostolado entre el pueblo.
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Cuando termina los estudios secundarios, decide hacer los Ejercicios espirituales de San Ignacio. Allí determina finalmente hacerse jesuita. El día de la Inmaculada de 1616 ingresa en el Compañía de Jesús en el Noviciado de Toulouse y se entrega de lleno a formarse en los votos religiosos.
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Del noviciado sabemos que pasó un mes dedicado al cuidado de los enfermos. En el hospital de Saint Jacques son frecuentes las epidemias y los enfermos son numerosos. Los testigos del proceso de beatificación dicen que entonces Juan Francisco hizo proezas. Allí él escogió a los más abandonados, arregló los lechos, bañó y acostó con cariño a los que parecían repugnantes. Frente a las úlceras, no retrocede. Limpia y cura con gran delicadeza.
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No es, pues, de extrañar que sus compañeros afirmen que Juan Francisco es un novicio ejemplar. Algunos dicen que es demasiado indulgente con las faltas ajenas. Es un artista en arreglar dificultades y siempre parece estar de excelente humor. Uno de sus compañeros llegó a declarar: "Juan Francisco se humilla él mismo hasta el extremo, pero demuestra por los demás un aprecio admirable".
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En octubre de 1618 es destinado al Colegio de Auch, a reemplazar a un profesor de Gramática por un trimestre. Los otros nueve meses del año los pasa en el Colegio de Cahors donde sigue los cursos de Retórica. En ese Colegio emite, el 8 de diciembre de 1618, los votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia.
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En octubre de 1622, Juan Francisco es destinado al Colegio de Tournón para estudiar allí los tres años de filosofía. De esta etapa de filosofía hay varios testimonios en los procesos de su Causa. Unánimemente los compañeros lo consideran un excelente alumno, agradable y piadoso. Lo recuerdan con gran cariño. Tiene gran amor a la Eucaristía y muchas veces importuna al Hermano sacristán ofreciéndose para ayudar misas.
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En los tiempos que puede destinar al apostolado, suele acompañar a los sacerdotes que dan misiones en los pueblos y aldeas vecinas al Colegio. Un sacerdote, en los procesos, atestigua admiración e insiste en el éxito alcanzado por Juan Francisco en este ministerio con campesinos.
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En Billon está muy presente el recuerdo de los dos jesuitas muertos por los hugonotes en Los hoy Bienaventurados Jacques Sales y Guillermo Saultemouche, los mártires de la Eucaristía, son un ejemplo vivo y muy cercano para la comunidad del Colegio.
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En 1625 es destinado al Colegio de Le Puy, dos años, como profesor de Gramática suprema. Le Puy es una de las villas más pintorescas de Francia. Juan Francisco viaja hasta allí a pie. Descansa un par de días y de nuevo se entrega a su repetida misión pedagógica. Los testimonios en el proceso son numerosos. “Desde que lo conocí, supe que era un santo”, dice uno. “Desde el primer día no vi sino santidad“, corrobora otro.
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Juan Francisco no olvida al pueblo abandonado
Juan Francisco no olvida al pueblo abandonado. Los domingos y días de vacación sale a predicar por las aldeas vecinas. Pero como su misión principal es la educación de sus alumnos, se las ingenia para formarlos mediante el apostolado. Por turno, y en grupos, permite que los mayores lo acompañen. Lo que ven en las correrías los llena de admiración. Y lo dicen en los procesos. “Yo me acuerdo que los pobres lo adoraban. Ellos decían que jamás una predicación les había impresionado tanto”. En las visitas a las casas, “su conversación era aun más encantadora y eficaz”.
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En septiembre de 1627, a los treinta años de edad, es enviado a iniciar los estudios teológicos al Colegio de Toulouse. Pero al término de su primer trimestre, el Padre provincial, su antiguo maestro de novicios, lo destina repentinamente a reemplazar a un profesor en el Colegio de Auch. Otro año como profesor de Gramática con alumnos mayores.
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Al año siguiente, en 1628, reanuda los estudios de teología en Toulouse. Sus Compañeros son 24 jesuitas franceses en los cuatro cursos. Sin embargo, no todo es paz. A las pocas semanas de iniciarse las clases, la peste bubónica estalla en la ciudad. Es tal la virulencia que los superiores deciden trasladar a los estudiantes, primero a los novicios y después a los mayores, a una casa de campo. Con dificultad se reinician los estudios.
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Y la peste no cede. Al contrario, se acrecienta
Y la peste no cede. Al contrario, se acrecienta. Sesenta jesuitas se ofrecen para atender a los apestados que aumentan cada día en las ciudades y aldeas de todo el sur. El provincial destina a muchos para esa heroica tarea, pero no permite que los no sacerdotes intervengan en ella. Juan Francisco insiste y es rechazado. A lo más podrá visitar las casas de los campesinos no contaminados.
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Juan Francisco, en la oración, siente entonces que Dios le pide adelantar la ordenación sacerdotal. Ese debe ser el camino para entregarse del todo a los ministerios de la caridad. Los superiores se sorprenden. El provincial sabe que Juan Francisco es un hombre responsable. Conversa con él muy seriamente. Promete terminar los estudios como sacerdote. Al fin, sus ruegos son aceptados.
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Recibe la ordenación sacerdotal en 1630. Tiene 33 años
Recibe la ordenación sacerdotal en Tiene 33 años. Puede trabajar con los campesinos, pero no con los apestados. Esa es la determinación del superior. Y no debe descuidar la teología. Ahora ya puede dedicarse a lo que más desea: predicar misiones entre el pueblo. Y se dedicó a este trabajo con tal energía que sus compañeros exclamaban: "Juan Francisco hace el oficio de 5 misioneros".
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El éxito de estos primeros ministerios es tan notable, que los Superiores determinan ocuparlo únicamente en las misiones rurales. Pero primero debe terminar la formación con los seis meses de la llamada Tercera Probación. En el Noviciado de Toulouse hace nuevamente el mes de Ejercicios y las experiencias que prescribe San Ignacio.
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En julio de 1632 empieza su misión en Montpellier
En julio de 1632 empieza su misión en Montpellier. Es la segunda capital del Languedoc, la administrativa y judicial. Hay allí una excelente Universidad. Pero, al mismo tiempo es la ciudad de Francia que tiene más habitantes calvinistas. Como es su costumbre, el primer cuidado es para los niños. Con gran paciencia enseña el catecismo. La predicación es sencilla, tierna y con gran unción.
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También se preocupa de los pobres y los enfermos
También se preocupa de los pobres y los enfermos. Día tras día, incansable, pide limosnas en las casas de los más pudientes, para distribuirlas entre los indigentes. Es audaz. No tiene miedo. Recorre y pide. Visita a todos. La manera sencilla que tiene de hacer las cosas los edifica. Al poco tiempo, ricos y pobres empiezan a darse cuenta de que vive un santo en la ciudad.
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El 6 de Noviembre de 1632 hace los últimos votos en la Compañía en la capilla del Colegio de Montpellier. Meses antes en la lista de los que deben ser promovidos, junto al nombre del padre Juan Francisco Régis, el Padre General había indicado: “Sea promovido sin tardanza“. Fue una fecha importante en su espíritu para una entrega más total.
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Y continúa con su trabajo misionero rural. Sommières es el preludio
Y continúa con su trabajo misionero rural. Sommières es el preludio. Los próximos siete años será un proseguir incansable. Recorre la región de Cévennes. Atraviesa montañas. Los senderos cruzan los grandes bosques. Las ciudades de Montauban, Nimes, además de Montpellier, tienen también mayorías calvinistas. En los campos la ignorancia es muy grande. Muy pocos practican la antigua fe católica.
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Con su compañero, Juan Francisco va de pueblo en pueblo.
Prepara la visita del obispo quien llega al terminar la pequeña misión. Predica intensamente, santifica con los sacramentos de la confesión, y comunión. Prepara al sacramento de la confirmación que impartirá solemnemente Monseñor Luis de Suze. El pueblo, en todas partes, le muestra gran confianza y un aprecio verdaderamente extraordinarios. Se aglomeran a su paso, le salen al encuentro y lo acompañan largas jornadas cuando parte.
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También vienen las pruebas
También vienen las pruebas. Los ministerios de Juan Francisco gustan a los campesinos, pero no siempre a los sacerdotes. La mayoría del clero apoya su extraordinario celo. Pero un grupo está molesto. El trabajo del misionero parece echarles en cara lo poco que han hecho por mantener la fe. Las conversiones logradas por Juan Francisco inquietan a los calvinistas que podrían decidir un contraataque. Lo que más molesta a algunos es el celo del padre Regis por hacer brillar el celibato de los sacerdotes, pues son muchos los que no cumplen los deberes eclesiásticos.
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Se confabulan. Es necesario obligar al obispo que despida a ese misionero inoportuno. Hay informes, cartas y visitas, una tras otra. Juan Francisco es imprudente, dicen, no los respeta, no pone la verdadera paz. Es bueno, pero es también un obsesivo. No debe seguir con sus misiones. El pueblo va tras él y parece despreciar a los sacerdotes del país.
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El obispo, en un comienzo, no da oídos
El obispo, en un comienzo, no da oídos. Pero al continuar las quejas se inquieta. A lo mejor es bueno hacer un alto y despedir al misionero. Entretanto Juan Francisco sigue en su ministerio rural. Algunos le cuentan que de él se dicen falsedades al obispo. Pero él no habla, prefiere callar. Nada dice en su defensa.
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Al fin el obispo, sin oírlo, decide prescindir de sus servicios
Al fin el obispo, sin oírlo, decide prescindir de sus servicios. Escribe al Padre provincial pidiendo el traslado de Juan Francisco. También escribe al Padre General. El Padre General está lejos, en Roma. Poco sabe del trabajo de sus súbditos. En su ánimo tiene gran temor por la difícil situación de la Compañía en Francia. Al fin admite el traslado del padre Juan Francisco al colegio de Le Puy.
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La verdad le llega al obispo cuando el padre Juan Francisco está ya en camino a Le Puy.
El obispo escucha otros informes de los amigos de Juan Francisco. Abre los ojos y con valentía reconoce su gran error. Escribe entonces una segunda carta al P. General elogiando al buen Padre Regis. Agradece que se le haya destinado “un hombre poderoso en obras y en palabras“. Alaba su prudencia, celo, energía en el trabajo, su caridad, la vida santa y los grandes frutos obtenidos.
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El General se disculpa. Juan Francisco, en su humildad, se examina seriamente en el Colegio de Le Puy. Tal vez no ha sido muy prudente. Es bueno recibir humillaciones. En el obligado descanso lee las cartas de San Juan de Brébeuf y de los misioneros del Canadá. Ahí sí que hay un buen trabajo. Hay peligros en los viajes, en los inmensos bosques, en los ríos interminables, en la nieve y en los indios. Él cree tener condiciones. Discierne y reza largamente.
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Y escribe al Padre General ofreciéndose para la misión de Canadá
Y escribe al Padre General ofreciéndose para la misión de Canadá. El santo escribía: "Mi vida ¿para qué es sino para sacrificarla por las almas? ¿Cómo podría probar yo mi amor a Dios, si no ofrezco lo que más se estima en este mundo, la salud y la vida?” El Padre General contesta con alguna esperanza. Pero el provincial de Toulouse responde: “El Canadá para Ud. es la región de Vivarais”. Esta es una palabra definitiva.
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En 1635, Juan Francisco pasa a Le Cheylard. Es una región calvinista
En 1635, Juan Francisco pasa a Le Cheylard. Es una región calvinista. El rey y los gobernadores desean pacificarla y con ese fin solicitan las misiones. Juan Francisco y su compañero pasan allí ocho meses viviendo y predicando en cada uno de los lugares. Primero agrupan a los pocos católicos dispersos. De casa en casa, a pie, recorre todos los pequeños valles. Como siempre el primer cuidado es para los enfermos, los pobres y los niños. En Serré queda tres semanas atrapado por la nieve. En Girond también permanece bloqueado. El sendero para bajar desde la montaña ha desaparecido. La misión entonces debe prolongarse.
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Después de un alto para sus ocho días de ejercicios en el Colegio de Aubenas, reanuda sus correrías, esta vez en la región de Privas. La dureza de los hugonotes es muy fuerte. Pero Regis va sin miedo. Con caridad obtiene siempre los grandes triunfos. En los tres primeros meses del año 1636 recorre todo el valle del Doux. El invierno es duro. La nieve llega a veces al techo de las casas. Los habitantes al principio desconfían, pero el padre Regis cosecha a manos llenas. Se habla de dos ciegos que recobran la vista.
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Para las fiestas de Pascua de Resurrección, en 1636, Juan Francisco llega a Le Puy a cuyo Colegio jesuita pertenece desde la admonición del Padre General. Los éxitos de sus misiones en las diócesis vecinas son muy bien conocidos por el obispo quien le encomienda la labor catequística de toda la diócesis. Todo se hace pequeño para contener al auditorio. Lo que impresiona es que el santo habla de los misterios de la fe como si los estuviera viendo. Así atestiguan los oyentes.
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Al Catecismo y al ministerio de las confesiones, el padre Regis agrega el de la caridad asistencial. Organiza la caridad. Establece un catastro de damas que puedan ayudar y las distribuye por los barrios y las casas más pobres de la ciudad. Juan Francisco da el ejemplo. Mendiga de puerta en puerta para los pobres. Recibe todo: dinero, ropa, calzado, alimentos y muebles.
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A la caridad agrega la justicia
A la caridad agrega la justicia. Estima que los huérfanos, los artesanos y las viudas necesitan una mayor ayuda. Una de sus tareas importantes es pedir las audiencias necesarias a los magistrados para obtener remedio. Son muchos los que obtienen un trabajo digno, especialmente muchachas, gracias a los empeños de Juan Francisco. En los pleitos lo escogen como el mejor de los árbitros. Reconcilia a enemigos implacables. Es difícil resistir ante la paz, la simpatía y el prestigio de este hombre.
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En la hambruna de 1638 Juan Francisco multiplica sus esfuerzos
En la hambruna de 1638 Juan Francisco multiplica sus esfuerzos. Es duro con los que acaparan el trigo. “Aprovechar una calamidad pública para enriquecerse a expensas de los miserables, es una villanía”. No es de extrañar, pues, que los pobres acompañen siempre a Juan Francisco Regis. Si sale, ahí están junto a él, lo rodean, lo saludan, casi no lo dejan caminar.
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Uno de sus ministerios favoritos lo constituye la preocupación por las mujeres descarriadas o en peligro de perderse. Para ellas establece una casa equipada con gran esmero. No parece olvidarse de que este ministerio fue uno de los preferidos por san Ignacio en la ciudad de Roma. A muchas mujeres las sacó de la vida corrompida y las encaminó hacia una vida virtuosa.
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En una de sus predicaciones o misiones San Juan Regis extremó tanto su celo y usó de tanta elegancia y persuasión que convirtió a un grupo de prostitutas de la ciudad de Puy donde llegó a crear un refugio para jóvenes extraviadas. Enterados algunos hombres del cambio de vida y de la clausura del lupanar acudieron al santo y le dieron una tremenda paliza.
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Desde octubre a abril se dedica al apostolado en las aldeas campesinas
Desde octubre a abril se dedica al apostolado en las aldeas campesinas. El método es siempre el mismo y los peligros, también iguales. Las fatigas, cada día mayores, pero siempre más consoladores los resultados. Duerme poco y come casi como en ayuno permanente. ¿Por qué en invierno? Sin duda porque los campesinos están en casa y no en los campos. El verano se presta para las diversiones, el invierno para la paz.
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El Rector del Colegio de Le Puy se entusiasma con los éxitos de Juan Francisco. Los ecos de las misiones han llegado al obispo. Ha sonado la hora de establecer un plan definitivo para las misiones rurales y, por cierto, conforme al método de Regis. Juan Francisco deberá exponerlo al P. General. El 8 de junio, el P. General aprueba. Bendice y promete ayudar.
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Es el año Comienzan nuevas misiones: Primero va a Montfaucon, después a Raucoules y por último a Veyrines. Va con entusiasmo. Tal vez presiente que su carrera está terminando. No escatima esfuerzos. Además del catecismo de los niños, predica tres veces al día y pasa el resto en el confesionario o visitando a los enfermos y a los pobres en sus humildes chozas.
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En estas aldeas se ha declarado la peste
En estas aldeas se ha declarado la peste. El párroco le prohibe atender a los contagiados. Conoce bien la caridad heroica del misionero y no desea exponer su vida. Juan Francisco ruega, pero no logra convencerlo. Solamente le es permitido bendecir, desde una altura, a los habitantes abandonados a tan triste suerte. Es algo curioso, pero la peste cesa a los pocos días en las aldeas.
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Juan Francisco ha prometido inaugurar una misión en La Louvesc en la víspera de Navidad. Sólo faltan diez días, pero regresa a Le Puy. Parece tener prisa por llegar a su comunidad. Cuando llega al Colegio, dice a un jesuita amigo: “Padre, he interrumpido las misiones para disponerme a bien morir. Me he reservado tres días. Quiero hacer una confesión general, pues será la última. A solas se prepara. Se le deja en paz. Arregla sus cosas.
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Desea estar con sus amigos y visitar a los enfermos.
El 21 de diciembre, acompañado por el Hermano Bideau, emprende el camino para la misión en La Louvesc, distante 80 Km desde Le Puy. Es pleno invierno y el viaje debe hacerse a pie. Dos días permanece en la región de Montregard y de Raucoules. Desea estar con sus amigos y visitar a los enfermos.
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Pero Juan Francisco contesta: “Nos esperan esta noche. Sigamos“.
En la mañana del 23, que es domingo, viaja a La Louvesc. La nieve cae en abundancia. Cuando llegan a Saint Bonnet el día está terminando. El Hermano sugiere: “La prudencia aconseja no ir más lejos”. Pero Juan Francisco contesta: “Nos esperan esta noche. Sigamos“.
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No hay camino. La nieve lo ha hecho desaparecer
No hay camino. La nieve lo ha hecho desaparecer. Se pierden en el bosque inmenso. La marcha es agotadora. No encuentran el menor refugio. La ropa está cubierta por el hielo. Al día siguiente, agotados, llegan a La Louvesc. No toman descanso. Juan Francisco saluda y va a la iglesia a comenzar su misión. Predica tres veces, dice la misa, confiesa todo el día. El gentío no parece darse cuenta de que el misionero está agotado.
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El 25, en la fiesta de Navidad, celebra las tres Misas
El 25, en la fiesta de Navidad, celebra las tres Misas. Predica en todas ellas. La marea de las confesiones continúa todo el día sin descanso. El 26, fiesta de San Esteban, celebra por última vez la misa. No puede llegar al confesionario porque la multitud lo aprieta. Confiesa junto a una ventana rota, por donde se desliza el viento frío. Se siente mal. En la tarde, se desmaya. La fila de penitentes se horroriza.
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Se da aviso, de inmediato, a los jesuitas de Tournón, quienes acuden enseguida. También viene el Padre ecónomo del Colegio de Le Puy. Pero el fin parece inevitable y cercano. En los momentos de calma, cuando el sufrimiento parece disminuir, Juan Francisco continúa oyendo los pecados de sus hijos. En el lecho, donde está postrado, absuelve a más de veinte.
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El 30 de diciembre renueva su confesión general con el P
El 30 de diciembre renueva su confesión general con el P. Jacques Lascombe y recibe el Santo Viático. Con devoción, dice: “Ven, Señor Jesús. No tardes. Mi corazón está preparado“.
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Casi a la medianoche del día 31 le dice a su amigo y compañero, el Hermano Bideau: “Hermano, estoy viendo a Nuestro Señor y a Nuestra Señora que me abren el paraíso”. Y cuando dice las palabras de Jesús: “En tus manos encomiendo mi alma“, muere con una sonrisa.
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El 1 de enero de 1641, por todos los caminos nevados, llegan los grupos de campesinos.
Todos corren. Nadie quiere estar ausente en la despedida solemne del hombre que ya han canonizado en sus corazones. El día 2 son las exequias. Veintidós sacerdotes están en el presbiterio. Nadie duda. Debe quedar el cuerpo en la pequeña iglesia de La Louvesc. Los campesinos serán sus mejores guardianes y sus más fieles amigos.
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Su tumba se ha hecho célebre por la afluencia de peregrinos que a ella acuden y por los milagros que allí se producen.
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Unos 150 años después, el joven Juan María Vianey, a quien le era difícil retener especialmente la gramática del Latín, en un momento de desesperación casi se regresa del seminario a su casa, pero felizmente el Padre Balley captó el peligro en el que se hallaba su estudiante, y le pidió hiciese un peregrinaje al Santuario de San Francisco Regis, en Louvesc. El peregrinaje logró un cambio en él, no tanto de inteligencia cuando de paz en el espíritu. Fue lo suficiente para salvarlo del sentimiento de desaliento que casi logra apartarlo de sus estudios. Y se dedicó más a los estudios.
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Pocos años después, otro joven, Marcelino Champagnat, hace una peregrinación a pie, junto con su madre, a Louvesc, donde está la tumba del apóstol de la región, San Francisco Regis, y consigue que le den otra oportunidad. Lucha ardorosamente por conseguir la ciencia y la piedad. Su conducta, evaluada como "regular" en sexto curso, evoluciona hasta obtener la calificación de "muy buena“.
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En 1748 nacía en Francia un niño a quien sus padres quisieron llamarle, en honor a nuestro santo, “Juan Francisco Regis”. Su apellido era Clet. De mayor fue sacerdote de los padres paules. Por culpa de la revolución francesa tuvo que marchar a las misiones de China. Después de 30 años de gran trabajo apostólico murió mártir. Hoy es san Juan Francisco Regis Clet.
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Las peticiones para venerarlo en los altares son, desde un comienzo, muy numerosas.
En los anales de Francia no hay recuerdos de una causa tan popular y deseada. Tantos fueron los milagros ocurridos junto a su sepultura, que los arzobispos y obispos del Languedoc francés escribieron una carta al Papa diciendo: “Somos testigos de que ante la tumba del padre Juan Francisco de Regis los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los mudos hablan, y el ruido de esas asombrosas maravillas se irradió por todas las naciones”.
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Por fin los procesos se abren en las diócesis de Le Puy y de Vienne.
El papa Clemente XI lo beatifica en 1716, y el papa Clemente XII lo canoniza el 16 de junio de 1737.
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Nos encontramos, pues, ante un hombre totalmente de Dios y entregado al amor de sus hermanos para llevarlos a Cristo. Un elocuente predicador, un maravilloso maestro y un celoso misionero capaz de derramar su sangre si llegare la ocasión.
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Es interesante considerar el estilo de sus palabras
Es interesante considerar el estilo de sus palabras. A diferencia del estilo muy elegante y rebuscado que se usaba entonces para predicar, el padre Juan Francisco se dedicó a predicar de manera extremadamente sencilla, con estilo directo, a veces hasta rayando en demasiado ordinario, pero que iba directamente al alma y con una elocuencia y un fervor, que los pecadores no eran capaces de no conmoverse al escucharle. Sus sermones atraían a las multitudes formadas por católicos y herejes, gente buena y gente corrompida, pobres y ricos, sabios e ignorantes.
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Los oyentes comentaban: "Este padre no dice solamente lo que sabe, sino que parece que lo que está diciendo lo estuviera viendo". Al escucharle se conmovían aun los corazones más indiferentes. Un predicador de fama fue a escucharle, y después decía a sus colegas: "El Padre Juan Francisco predica con extrema sencillez y convierte pecadores por millares y nosotros que predicamos con tanta elegancia, ¿a quién logramos convertir?"
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Otro testigo afirmaba: "Lo que a mí me admira es que un hombre de tan pobre presencia, con su sotana llena de remiendos, diciendo lo que todos dicen, sin adornos en su lenguaje, siendo a veces tan duro en su hablar, tiene tan grande inspiración divina que uno no es capaz de escucharle y seguir en paz con sus pecados".
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Algunos doctores se dirigieron al superior de los jesuitas diciéndole que el Padre Regis predicaba muy burdamente. Que un modo de predicar así era un deshonrar la altísima dignidad de predicador. Entonces el superior provincial se fue con su secretario a escuchar un sermón del santo, mezclados entre el pueblo. El superior quedó tan profundamente impresionado por su predicación, que les dijo a los acusadores: “Ojalá quisiera Dios que todos los misioneros predicaran con toda unción como este sacerdote. El dedo de Dios está aquí. Si yo viviera en esta región, no me perdería ni un solo sermón de este padre”.
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Resumiendo las virtudes de San Juan Francisco Regis dicen los Bolandistas: “Un deseo inmenso de procurar la gloria de Dios; valentía tal que ningún obstáculo, ningún peligro pueden causar temor; aplicación infatigable en la conversión de los pecadores; dulzura inalterable que la hace maestro de los corazones más rebeldes; inagotable caridad por los pobres; paciencia a prueba de todas las contradicciones y de todos los malos tratos; firmeza que las amenazas y hasta en vista de la muerte no pudieron jamás doblegar; la humildad más profunda, abnegación más completa, despojamiento más absoluto, obediencia más exacta, pureza de ángel, soberano desprecio del mundo, amor insaciable por los sufrimientos, en una palabra, todas las virtudes por las cuales una persona se santifica a sí misma y santifica a las demás, tal es el resumen de esta admirable vida”.
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Cuando vemos a san Juan Francisco Regis ir caminando por aquellos montes para anunciar la paz y el perdón a todos, especialmente a los pobres, podemos exclamar como decía el profeta Isaías: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz!” (Is 52,7).
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Dichosos son sobre los montes los pies del mensajero,
Automático
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los pies del mensajero que anuncian la paz,
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la salvación, la victoria,
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anuncian la victoria.
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Señor, a tu lado
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me siento invitado a tu mesa y manjar,
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a trabajar con mis manos
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en bien de mis herma-nos.
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Dichosos son sobre los montes los pies del mensajero,
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los pies del mensajero que anuncian la paz,
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la salvación, la victoria,
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Que amemos a Jesús y María, como amó san Juan Francisco Regis.
AMÉN
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