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El discipulado ¿Quién es un discípulo?
Finalidad: a) Animarnos para colaborar en la misión b) Captar algunos principios para realizar la misión
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Significado de discípulo:
Un aprendiz, partidario… El que sigue las enseñanzas de alguien…. Un discípulo es uno que sigue a otro, que aprende de otro, que imita su conducta. Ser discípulo no es cuestión de algún momento, sino un proceso continuo de seguir y parecerse.
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Ser discípulo es ser seguidor.
Para que exista un discípulo es necesario que exista un maestro (o líder), a quien se desea seguir. Ser discípulo es ser seguidor. El maestro le inculca a su discípulo una determinada doctrina, línea de pensamiento y estilo de vida. Esta enseñanza puede hacerse: de forma directa: hablando con él y corrigiéndolo; indirectamente: a través de sus obras (discípulo de un pintor o músico puede ser alguien que haya nacido en otra época, pero que intente seguir sus pasos, emulando su estilo creativo).
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Diferencia entre un creyente y un verdadero discípulo:
En términos bíblicos: “discípulo” es un creyente que sigue las enseñanzas de Cristo y su ejemplo. Diferencia entre un creyente y un verdadero discípulo: "... Si permanecen en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos ...“ (Jn 8,31). Clave para ser discípulo de Jesús: permanecer en sus enseñanzas. Esta fue la misión que dejó Jesús: “Por tanto, vayan y hagan discípulos a todas las naciones... enseñándoles que guarden todas las cosas que les he enseñado..." (Mt 28,19-20)
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El discípulo es como su maestro:
”El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Basta con que el discípulo sea como su maestro y el siervo como su señor” (Mt 10:24,25). Si decimos que somos discípulos de Cristo, debemos ser imitadores de El en todo, debemos andar: "como El anduvo" (1Jn 2,6) y "siguiendo sus huellas" (1Pe 2,21). Esto significa que debemos: leer su palabra con mucho cuidado, aplicarla a nuestra vida cotidiana y tener su estilo de vida.
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Se reconocen por sus frutos
Un verdadero discípulo de Cristo o misionero debe ser fácilmente identificado por su manera de vivir. En esto demostramos que seguimos al Maestro y somos sus discípulos: “Mi Padre recibe gloria cuando producen fruto en abundancia, y se manifiestan como discípulos míos” (Jn 15,7-8). No basta con decir que somos cristianos o misioneros, los frutos son los que lo confirmarán o lo negarán. A un buen discípulo tampoco importarán las circunstancias que tenga que pasar: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Fil 4,13).
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Se comienza a ser discípulo de Jesús cuando se opta por seguirle.
Discipulado y seguimiento Se comienza a ser discípulo de Jesús cuando se opta por seguirle. Seguimiento y discipulado están íntimamente unidos. Lo curioso es que para una cosa tan importante, el seguimiento, Jesús no da explicaciones, ni presenta un programa, ni una meta, ni un ideal, ni aduce motivos ni hace alusión a las consecuencias que pueda tener. Cuando Jesús llama a alguien que le siga, solo dice una palabra que es al mismo tiempo un mandato: “sígueme”. El que pone alguna condición, queda inmediatamente descalificado.
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Recordemos: el llamamiento de los primeros discípulos (Mt 4,18-22). el extraño relato de aquellos que no estuvieron dispuestos a seguir a Jesús, aduciendo o el entierro del propio padre; o una cosa tan natural como despedirse de la propia familia (Mt 8,18-22; Lc 9,57-62). Pudiera parecer que Jesús es una persona extraña al no dar razones de su llamada al seguimiento y urgiendo a dejarlo todo. Para clarificar esta duda: observar que las llamadas al seguimiento están después de breves resúmenes en que Jesús anunciaba el reino de Dios.
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Al llamamiento de los primeros discípulos (Mc 1,16-20), antecede la proclamación del Reino:
“Cuando arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a proclamar la Buena Noticia de Dios. Decía: -Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Arrepiéntanse y crean la Buena Noticia” (Mc 1,14-15). Esto indica: 1) Que el seguimiento de la persona de Jesús se pone siempre después de presentar el proyecto del Reino de Dios. 2) Que el seguimiento de Jesús y el proyecto del Reino de Dios son inseparables.
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Consecuencias: El seguimiento no es un entusiasmo, un esfuerzo, un empeño que se explica por sí solo, por la atracción de Jesús, por el entusiasmo que despierta su persona, sin tener en cuenta su proyecto. Lo cual es lógico. Nadie compromete su vida con alguien si no tiene claro que lo hace por algo. El entusiasmo por la sola persona de Jesús, desligado de su proyecto conduce a un misticismo des-comprometido, se traduce en devociones y piedades, no pasa de una experiencia intimista, sin provecho y utilidad para nadie.
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En el otro extremo están quienes acentúan el aspecto social:
Entienden el reino como lucha por cambiar este mundo, sin preocuparse por la persona de Jesús y su relación con él. Resultado: una actividad febril que no brota de la fe en Jesús. En ocasiones esta actitud esconde deseos de protagonismo y ambición de poder.
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El proyecto de Jesús es inseparable de la persona de Jesús:
No se puede entender la decisión de vivir el proyecto del reino de Dios si no se vive la vinculación con la persona de Jesús. Y al revés. La vinculación con Jesús sin luchar por su causa, el reino, es una ilusión engañosa. Jesús sí que indica las disposiciones o condiciones con que hay que seguirle: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga” (Mt 16,24). La construcción del reino tiene sus consecuencias
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Negarse a sí mismo: los intereses del seguidor, del misionero, son los del evangelio. Esto nos cuesta mucho entenderlo porque de ordinario hacemos coincidir los planes de Jesús con nuestros intereses.
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Tomar su cruz: La cruz es símbolo del sacrificio que conlleva el discipulado y el seguimiento de Jesús: la familia: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37); los bienes: “Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres… Luego ven y sígueme” (Mt 19,21); la misma vida: “El que quiera conservar la vida la perderá, y el que la pierda por mí, la conservará” (Mt 10,39). Tener en cuenta el contexto en que están dichos estos textos, las divisiones que conlleva muchas veces seguir a Jesucristo, no que se abandone la familia o no mire por ella.
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Seguirle: Debemos seguir en todo al Maestro, pues de nada sirve negarnos y llevar una vida de sacrificio, si nos apartamos de su enseñanza. Es necesario guardar fielmente todo lo que el Señor Jesús dejó en su Testamento.
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El centro del Evangelio es el proyecto del Reino de Dios.
El proyecto de Jesús El centro del Evangelio es el proyecto del Reino de Dios. Evangelio y Reino vienen a ser la misma cosa. La expresión “reino de Dios” es una forma de decir dónde y cómo podemos los humanos encontrar a Dios o hacerle presente: ¿De qué nos sirve tener ideas claras sobre Dios, si lo buscamos donde no está o pretendemos relacionarnos con El de forma imposible? Jesús fue una persona práctica y concreta. No vino a enseñarnos teorías sobre Dios sino a vivir de tal manera que solo el que vive de esa manera y hace lo que Jesús hizo, acierta con el destino último de la vida, que en lenguaje religioso llamamos Dios.
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¿Qué hizo Jesús para enseñarnos a encontrar a Dios y vivir en buena relación con él?:
“Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio del reino y curando todo achaque y enfermedad del pueblo” (Mt 4,23). A Jesús le interesaban los sufrimientos de la gente. Por eso envió a sus discípulos a hacer lo mismo: Predicad que está cerca el reino de Dios: curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios! (Mt 10,7-8). En aquellos tiempos, la expulsión de los demonios equivalía a curar de los padecimientos (Mc 1,32-34; 3,10-12).
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Por consiguiente, ¿dónde y cómo podemos encontrar a Dios?
En la medida en que nos dediquemos a hacer esta vida más soportable para todos los que sufren, por el motivo que sea. El misionero ha de tener en cuenta que la dimensión religiosa es una de las formas de vivir en paz consigo mismo y los demás, ser honrado y solidario. Por eso Jesús afirma que el Reino de Dios es para los pobres (Lc 6,20) y para los que se ven perseguidos, maltratados y ofendidos (Mt 5,10-11), por ser estos los que más sufren en este mundo.
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El que se pone de parte de los que sufren, tiene que soportar el enfrentamiento con los causantes del dolor ajeno, los que tienen el poder, político, económico o religioso. Hay necesidad de personas e instituciones que administren el poder para que haya orden y se proteja a los más indefensos. El problema está en que los que ejercen el poder tienen la tentación de aprovecharse de su situación privilegiada, abusar de la fuerza y el dominio: De esta forma el poder se convierte en un atropello para los demás, los que tienen menos poder, los pobres, los de abajo, etc.
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La gente quedaba abrumada (Mt 11,28-30).
La sociedad en la que vivió Jesús era muy religiosa, era un poder que se hacía sentir: Echando cargas pesadas sobre las espaldas de los demás (Mt 23,4) En nombre de la religión imponían al pueblo una “carga insoportable” (Hch 15,10). La gente quedaba abrumada (Mt 11,28-30). Jesús se dio cuenta de la situación y no solo se puso de parte de los pobres, los enfermos, los despreciados, de las mujeres sino que denunció con valentía y libertad los abusos del poder. Jesús fue intransigente con todos los que desde el poder querían estar por encima de los demás.
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2) Los que quieren estar por encima de los demás.
Para Jesús hay dos clases de personas que no saben dónde está Dios ni cómo es posible relacionarse con Él: 1) Los ricos (Mc 10,25; Mt 19,24). Es lo que pasó con el rico insensato (Lc 12,16-21). 2) Los que quieren estar por encima de los demás. Esto lo dijo Jesús de muchas veces por las pretensiones que tenían los discípulos de ser los primeros y los más importantes. Era un problema de los seguidores de Jesús. Por eso Jesús les invita a parecerse a los niños para entrar en el reino de Dios (Mc 9,34). No se trataba de recuperar la inocencia o la ingenuidad de un bebé, sino de no estar por encima del otro.
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Es lógico que tiene que ser así porque el Reino es el proyecto que consiste en hacer que la vida resulte más soportable para todos: Entonces los que acumulan (ricos) y los que se empañan en estar por encima de los otros (los que no son como niños), por más religiosos que sean no pueden encontrar a Dios como lo encontró Jesús. En estas personas no cabe el Dios de la debilidad que se reveló en Jesús.
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Cuatro dimensiones esenciales del seguimiento
1) La experiencia de fe, es decir el encuentro con Jesús. Sin este encuentro el seguimiento se hace imposible. Así pasó con los primeros discípulos. La fe pascual, el encuentro definitivo con el Resucitado, afianzó el seguimiento radical y definitivo. La razón del fracaso en el seguimiento es el abandono de la fe o la poca fe. Para seguir a Jesús, lo primero que necesitamos es “fijar los ojos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe” (Heb 12,2). Cf. EG 264. Los evangelios cuestionan la fe de los discípulos en Jesús: No tenían fe (Mc 4,40), eran increyentes (Mt17,17), no creían (Lc ). Los evangelios califican a los discípulos de “hombres de poca fe” o de una fe escasísima (Mt 8,26; 14,31; 16,8, etc.).
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¿Cómo es posible que aquellos hombres que lo habían dejado todo y vivían con Jesús, sean calificados de hombres de poca fe? La fe se relaciona con el Reino de Dios. Por consiguiente, tener fe es dedicarse a hacer la vida más soportable a los que sufren. Ahora bien, aquellos hombres no creían porque mientras Jesús les estaba diciendo una cosa, ellos entendían otra. No entendieron la “debilidad” de Jesús. Por eso discutían quién era el más grande (Mc 9,14; Mt 18,1). Pedro le increpa cuando dice que va a terminar de mala manera (Mt 16,22). Todo esto indica que los discípulos nunca llegaron a creer plenamente en él.
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Rasgo irrenunciable de la vida cristiana:
2) La incorporación y participación en la comunidad de fe y de seguimiento Rasgo irrenunciable de la vida cristiana: el seguimiento de Jesús ha de ser vivido comunitariamente. En algunos templos y catedrales, el baptisterio está fuera del templo o en la entrada, dando a entender que el bautismo implica el ingreso en la comunidad cristiana. Lo confirman las comunidades cristianas primitivas. Lo que hizo problemático este aspecto del seguimiento fue la masificación del cristianismo y la excesiva institucionalización de la comunidad cristiana. La cultura actual ha debilitado las experiencias comunitarias y ha crecido el individualismo.
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3) La celebración de la fe.
Otro rasgo irrenunciable de la vida cristiana. Cualquier grupo o familia tiene sus momentos de celebración para intensificar los lazos comunitarios. Es difícil entender qué significa un “cristianismo no practicante”. Muchos cristianos se han apartado de la liturgia por no encontrarla atractiva ni significativa. Les aburren. Jesús es un hombre festivo y celebrativo: bodas de Caná, multiplicación de los panes, comidas con publicanos y pecadores, en casa de Simón el leproso, etc. Hasta el punto que esto le dio mala fama (Mt 11,8-19). Esto no es un mandamiento de la Iglesia, sino una necesidad para vivir al estilo de Jesús, animados por su Espíritu.
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4) La práctica de la fe o el amor y la justicia del Reino.
Santiago insiste en que la fe sin obras es una fe muerta (St 2,14-10). “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7,212). Respuesta de Jesús a cuál es el principal mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-40). No es fácil verificar si amamos a Dios o no, pero hay un criterio seguro: El segundo mandamiento, el amor al prójimo. La práctica del seguimiento de Jesús implica hoy un compromiso firme con la justicia y los derechos humanos y el cuidado de la naturaleza.
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Conclusión El Dios en el que creemos los cristianos es el que se ha dado a conocer en Jesús de Nazaret. Para los discípulos, quienes le siguen es decisivo armonizar su manera de pensar y de vivir con la persona y el proyecto de Jesús. No basta el entusiasmo cuando se reduce a espiritualidades con poca sensibilidad hacia los pobres y los que sufren. Ni tampoco querer resolver los problemas sociales para situarse por encima de los demás. El misionero es una persona que se enamora de Jesús y quiere que también otros disfruten esta alegría, las consecuencias y los bienes que conlleva para vivir dignamente.
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