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Transcripción de la presentación:

Decíamos que antes de la Consagración en la Misa es muy importante la invocación al Espíritu Santo, que ahora debe ser explícita en todas las Plegarias, antes y después de la consagración, o al menos implícita, como era en la Plegaria fija, que ahora es la 1ª.

En esta 1ª plegaria, antes de la consagración, hay un rato de silencio para pedir por los vivos, como después de la consagración se pide por los difuntos. Esto ahora se hace en la “oración de los fieles” antes del ofertorio. Y se pide la intercesión de los santos que están en el cielo. Y se nombran a unos cuantos.

Se nombran a todos los apóstoles, a los principales papas primeros y varios mártires primitivos. En esta plegaria se nombran otros santos después de la consagración. En la primitiva cristiandad les iban incluyendo en el canon. De aquí la expre- sión de que cuando a uno le declara- ban santo es que le “canoni- zaban”.

Y llegamos al momento importantísimo de la Consagración. Después de invocar al Espíritu Santo (o al mismo tiempo), el celebrante realiza los dos gestos de bendición que tradicionalmente ha habido en la Iglesia. Primero pone las manos sobre el pan y el vino, que se van a consagrar. En las nuevas plegarias esta bendición va unida a la invocación al Espíritu Santo.

Es lo que hacía Jesús cuando le llevaban alguno para que le bendijera: le imponía las manos. Lo de la señal de la cruz para bendecir fue mucho más tarde. Esta imposición de manos es algo que siempre se ha hecho en la Iglesia para bendecir.

Es la bendición propia de los cristianos, pues la cruz es nuestra bandera. Bendecir el pan y el vino es como ofrecerlo de nuevo. El celebrante hace también la señal de la cruz sobre el pan y el vino.

Las palabras propiamente de la consagración están encerradas en una forma narrativa sobre la institución de la Eucaristía. Durante el relato de la institución, el celebrante hace algunos gestos que se cree hizo Jesús en la Última Cena.

Hace alguno de los gestos elementales: Tomar en sus manos el pan. Sin embargo al recordar la acción de gracias de Jesús, ahora ya no se levantan los ojos al cielo, cosa que se hacía antes. E inclinándose un poco hacia el pan, dice las palabras consecratorias.

Dice el celebrante: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros”. A veces extraña la forma tan sencilla en que se realiza el gran misterio en vez de hacerlo de forma más solemne. Así se resalta más el hecho de que no es el celebrante quien realiza el suceso. El hombre sólo es un instrumento del que se vale Dios para realizar tal maravilla.

Estas palabras de la consagración quizá no sean las palabras exactas que dijo Jesús, pues hay pequeñas variantes entre los evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y san Pablo. Son como un resumen de todos y son tan antiguas que quizá sean antes que los mismos evangelios. Esas palabras son las mismas en cualquiera de las plegarias eucarísticas.

La noche en que lo iban a entregar Automático

tomó el Señor Jesús pan en sus manos

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Voz que hace germinar a la tierra con las plantas y toda clase de árboles y flores. Es palabra omnipotente que convierte el pan en su propio cuerpo. Son palabras de Jesucristo, Dios y hombre que, cuando dice “Hágase la luz”, se hace.

Por eso está ahí presente Jesús después de ese momento en la santa misa. Y no sólo puede hacerlo, sino que puede dar el poder a otro para representarle. Es lo que hizo Jesús con los apóstoles y sus sucesores.

El celebrante eleva la hostia sagrada para que se pueda adorar.

Y, como un aviso de esa presencia, tradicionalmente se tocaba alguna campanita.

Esa elevación de la Hostia sagrada no era de los primeros siglos. Comenzó por el año 1100 o poco más. Resulta que había una herejía de algunos que decían que no se consagraba el pan hasta que no se hubiera hecho la 2ª consagración, la del vino. Y como esos herejes estaban por la universidad de París, el obispo de París en el año 1200 mandó que se elevase la Hostia para que todos pudieran verla y adorarla.

Esta elevación tuvo tanto éxito entre los fieles, que varios años después muchos equiparaban el ver la hostia santa en ese momento a la misma comunión.

Y así había personas que sólo iban a misa para el momento de la elevación, porque creían que era lo principal. Y ya no participaban en la comunión.

Quizá por eso el papa san Pío X, por el año 1910, concedió muchas indulgencias para los que, mirando la santa Hostia con fe, piedad y amor, dijeran: “Señor mío y Dios mío”. Bastante más tarde se puso de moda el bajar la cabeza en el momento de la elevación, porque se sentían humillados ante el Señor.

Hay grupos que en ese momento comienzan a alabar al Señor de forma espontánea. Y algunos entonan algún canto breve de adoración ahora o después de la 2ª elevación. Lo normal será contemplar en silencio y con nuestra fe recitar y repetir las palabras de santo Tomás: “Señor mío y Dios mío”.

Señor mío y Dios mío… Automático

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Y recuerdo el ejemplo de san Pascual Bailón, que es el patrono de los actos y congresos eucarísticos. Cuando era jovencito, era pastor de ovejas y estaba atento al toque de campanas en el momento de la elevación. Es decir, que no sólo tocaban la campanilla sino la campana de la Iglesia. El santo se arrodillaba adorando al Señor.

Un día en el campo, donde estaba, se puso de rodillas con tanto fervor que vio en el cielo (en lo alto) un cáliz con la Hostia santa y los ángeles arrodillados en torno. Luego fue hermano lego franciscano.

Lo más famoso del santo fue cuando su cadáver estaba en la iglesia. Al tiempo de la elevación, algunos vieron cómo el cadáver abría los ojos haciendo un acto de adoración al Santísimo. Por eso es el patrono de los actos eucarísticos.

Después de que el celebrante ha elevado el Cuerpo de Jesús, hace una genuflexión, como signo de adoración. Esto de hacer la genuflexión el celebrante fue ya algo tardío, hacia el año 1360.

Y continúa el celebrante relatando lo que hizo Jesús en la Última cena. No es un relato histórico nada más, sino un relato vivo, algo que se está realizando en ese momento. Es además una oración, porque sigue hablando con el Padre.

Automático

porque esta es mi sangre de la nueva alianza;

y será derrama- do por vosotros

y por todos los hombres en señal de perdón. Hacer CLICK

Jesús “tomó el cáliz”. Y así lo hace el celebrante. Y pronuncia la fórmula de consagración sobre el vino, que se convierte en la sangre de Cristo.

En la mentalidad judía de aquel tiempo era un signo de pasión. Con este significado les había dicho a los hijos de Zebedeo que querían ser los primeros en el reino de Jesús: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?” Habla del “cáliz de mi sangre”.

Y en el huerto de Getsemaní Jesús decía a su Padre: “Si es posible, que pase de mí este cáliz”. Así pues, la palabra “cáliz” encierra en sí todos los sufrimientos y toda la Pasión del Señor. Hay una unión total entre la Eucaristía y la Pasión de Jesús.

Aquí se habla de alianza, porque el sacrificio de la cruz, que es el mismo de la misa, es una alianza verdadera entre Dios y la humanidad. Dios había hecho alianzas con Noé, Abraham y Moisés: alianzas selladas con sacrificios de animales, que a Dios le parecía bien mientras cumpliesen; pero muchas veces no cumplieron. Esta sangre de Jesús es “sangre de la alianza nueva y eterna”.

Ahora venía una alianza nueva, donde no habría sacrificios extraños, sino que el Hijo de Dios, haciéndose carne nuestra se ofreció a su Padre en sacrificio por nosotros.

Y cuando el celebrante ha consagrado el vino, también eleva el cáliz para que todos puedan adorarlo y puedan hacer un acto de fe y de amor. Y también el celebrante hace la genuflexión como signo de adoración.

Y habiendo hecho el celebrante la genuflexión después de elevar el cáliz con la sangre de Cristo, pronuncia una aclamación que puede ser diferente, pero suele ser; “Este es el Sacramento de la fe”. A lo que responde la asamblea, aunque puede tener variedad, proclamando la grandeza de la muerte y resurrección del Señor.

Automático

Anunciamos tu muerte,

proclama- mos tu resurrec- ción.

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Es cosa de la fe. Hay ejemplos en las cosas materiales. Pasa a veces que habiendo dos cables de luz, en que por uno pasa la corriente y por otro no. Sin embargo no llegan a distinguirse. Hay personas que dicen porqué no se podría distinguir, aunque fuera un poquito, el pan consagrado del no consagrado.

Se cuenta de Simón de Monfort, un jefe cristiano cuando las cruzadas que, cuando estaba en misa, le avisaron que venían los enemigos. Pero se quedó a ver el sacramento de la Redención. Y con ello sacó fuerzas para vencer a los enemigos. Después de la consagración sólo basta la fe. Pero una fe que puede hacer maravillas.

Algunas santas, como santa Gertrudis y santa Coleta, en una experiencia mística al asistir a la misa con mucha devoción, veían al mismo Jesús que elevaba la hostia o el cáliz bendito. Es una gracia especial; pero por ser especial, no es necesaria para todos.

Terminamos recordando la maravilla que hizo Jesús en la noche de su pasión, maravilla que renovamos siempre en la santa Misa, en el momento de la Consagración.

Automático

y dijo: “Tomad, comed,

La noche de su pasión,

es la sangre que derramo”.

sellamos tu Alianza, Cristo.

Con María, la Madre de Cristo en la Eucaristía. AMÉN