El frente popular y la guerra civil española

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Transcripción de la presentación:

El frente popular y la guerra civil española

Entre los países de la Europa occidental, España fue uno de los pocos que no se vio involucrado en la I GM y no tuvo, por tanto, que experimentar las perturbaciones de la posguerra.

Analógicamente a los países no europeos, su economía sacó provecho de las dificultades de los países beligerantes y durante los años veinte registró una considerable expansión y un sensible incremento de las exportaciones.

España seguía siendo un país caracterizado por los desequilibrios regionales y los contrastes sociales y políticos típicos de una condición de retraso: país con inmensos latifundios y de los miserables braceros andaluces, del catolicismo más integrista y del anticlericalismo más radical.

El país no se libró de la guerra civil de 1929, y sus consecuencias fueron sobre todo, en el plano político. En efecto, de la crisis salió profundamente mermado el bloque de la burguesía industrial y los terratenientes en el que se sostenía el sistema político español, con consecuencias extremadamente desestabilizadoras.

En poco más de un año se sucedieron la dimisión del dictador Primo de Rivera, quien había gobernado desde 1923, la abdicación del rey Alfonso XIII en abril de 1931 y la proclamación de la República. Primo de Rivera

En la siguientes elecciones, gracias a la abstención de los anarquistas, los partidos de la derecha prevalecieron claramente y formaron un gobierno presidido por Alejandro Lerroux. Se iniciaba el “bienio negro”, durante el cual la represión fue la sola respuesta a los conflictos laborales.

En octubre de 1934 una insurrección de mineros en Asturias fue sofocada de manera sangrienta por una unidad del ejército encabezada por el general Francisco Franco y por la legión extranjera. Los muerto más de 1.000 y los prisioneros políticos, entre ello los principales dirigentes socialistas, fueron 30.000.

Pero la experiencia de la revuelta de Asturias representó una doble enseñanza para la izquierda española: en primer lugar, había sido posible porque promotores habían sabido superar sus divisiones, dando vida a organismos unitarios – las Alianza obreras-; y en, segundo lugar, había sido derrotada porque las divisiones existentes en la izquierda del resto del país habían posibilitado el aislamiento de la revuelta misma.

Siguiendo la estela de Francia y por sugerencia de los comunistas, empeñados en realizar la línea de unidad antifascista aprobaba por el VII Congreso de la Internacional, el nombre de la coalición fue el de “Frente Popular”. Quedaban al margen sólo los anarquistas de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). El Frente Popular logró obtener una segura mayoría parlamentaria.

El programa del Frente Popular consistía esencialmente en relanzar la política de reformas emprendida por el primer gobierno republicano y que el bienio negro había interrumpido. Los presos políticos fueron liberados, se restituyó a Cataluña su estatuto y la reforma agraria se aplicó con mayor determinación y eficacia.

Pero para anarquista y el Partido Socialista Obrero Español la victoria del Frente Popular no era más que el primer paso en el camino hacia la revolución y Azaña (líder del FP) era un nuevo Kerensky.

Mientras que las divisiones de la izquierda no daban muestra de solucionarse, la derecha trabajaba en cerrar filas, con la perspectiva de un golpe.

Entre los más activos se señalaban José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, un movimiento de inspiración filofascista, y Calvo Sotelo, líder de la derecha. Pero la dirección quedaba en manos de los militares: el general Franco, el hombre de la represión asturiana, que la República había alejado, poniéndolo a la cabeza de la guarnición de Canarias.

El 13 de julio de 1936 fue asesinado Calvo Sotelo: la guerra civil ya estaba a las puertas. El 17 de julio las guarniciones de Marruecos y Canarias encabezadas por Franco se amotinaron y al día siguiente su ejemplo fue seguido por las de Sevilla, Córdoba, Burgos, Pamplona y otras ciudades.

Arrancaba así la operación que los generales había estado preparando durante tiempo y que, aunque anunciaba, cogió por sorpresa al gobierno de Quiroga. Al dimisionario Quiroga le sucediese un nuevo gobierno presidido por José Giral, con el se repartieron entre el pueblo las armas que éste reclamaba.

A los pocos días, la situación parecía relativamente estabilizada: los nacionales controlaban Marruecos, Canarias, Mallorca, todo el territorio del noroeste salvo el País Vasco y Asturias, algunas ciudades y una parte de la costa de Andalucía, con las ciudades de Sevilla y Córdoba. El resto, incluidas Madrid y Barcelona, quedaba en manos de los republicanos.

Europa nunca hasta entonces se había encontrado en el trance de asistir a una guerra civil que tenía todas las características de una guerra cometida por ejércitos regulares y con las armas más modernas, aviación incluida. Ç ç

El primer factor a tener en cuenta es la actuación de las potencias fascistas, que ya en noviembre de 1936 reconocieron como gobierno legítimo el que se había instalado en Burgos con el general Franco a la cabeza. Mientras Alemania se limitó a una ayuda esencialmente técnica y experimentar, Italia, que desde tiempo mantenía contactos con representantes de la derecha envió un cuerpo de voluntarios de 60.000 hombres.

Los apoyos y las simpatías de los que gozaba Franco no se limitaban, sin embargo, a Italia, Alemania, al Portugal de Salazar y al resto del fascismo internacional. Al fin Franco no era fascista, como demuestra su relación con la Falange.

Fueron las argumentaciones inglesas las que indujeron en julio de 1936 a Blum (primer ministro francés) a hacerse promotores de un comité de no intervención, al que se sumaron todas las grandes potencias.

Fue evidente el incumplimiento de los compromisos por parte de Italia y Alemania, a pesar de que ambas habían suscrito el acuerdo, y cuando la URSS, que también en un primer momento se había adherido manifestó sus perplejidades, Francia e Inglaterra continuaron manteniendo vivo un organismo que ya no era más que una ficción.

Entre las grandes potencias, la única que, se puso del lado de los republicanos, proporcionando ayudas política y miliares al gobierno de Madrid, fue la URSS. A partir de octubre de 1936, buques soviéticos comenzaron a llegar los puestos españoles con su carta de armamento y los consejeros militares soviéticos.

Dentro del bando republicano permanecía e incluso se acentuaban los contrastes entre los comunistas, que daban la prioridad al objetivo de la victoria militar, y los que, como los anarquistas consideraban la revolución como la premisa y la condición necesaria para la victoria.

La situación se precipitó en mayo de 1937, cuando durante algunos días las calles de Barcelona fueron el escenario de enfrentamientos sangrientos entre anarquistas y comunistas. Barcelona cayó en enero de 1939 y Madrid en marzo.