“La esperanza cristiana en la espiritualidad de San Vicente”

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Transcripción de la presentación:

“La esperanza cristiana en la espiritualidad de San Vicente”

¿Qué es la esperanza? la esperanza es el estado de ánimo en el cual se cree que aquello que uno desea o pretende es posible. quien tiene esperanza considera que puede conseguir algo o alcanzar un determinado logro. Por ejemplo:  “Es una enfermedad muy dura, pero tengo esperanza en que saldré adelante”  “El equipo quedó a diez puntos del puntero aunque no pierde la esperanza de conseguir el título”,  “Ya perdí la esperanza: no creo que pueda conseguir trabajo antes de fin de año”.

En la sagrada escritura:  Tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo, el fundamento de la esperanza siempre fue la seguridad de los creyentes en la fidelidad de Yahveh a las promesas hechas a Abrahán y su descendencia y en el poder salvador del Resucitado por su espíritu. la esperanza solo puede surgir de una experiencia de Dios; ella misma es una experiencia de Dios, que nos libera y salva.

Es segura y firme (Hebreos 6.19), el “ancla del alma”.  Es “buena” (2 Tesalonicenses 2.16). Es “viva” (1 Pedro 1.3). Dios nos hizo renacer “para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo”. Es la “plena certeza” (Hebreos 6.11) del hijo de Dios. Nos da valor para proseguir en la fe y en el amor “hasta el fin”. Es fuente de “alegría” (Proverbios 10.28) en el alma del justo, y es segura y firme, pero “la esperanza de los impíos perecerá”. Es “la esperanza bienaventurada” (Tito 2.13) que llena y alegra nuestras almas mientras esperamos confiadamente “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”.

¿Qué es la esperanza cristiana? Nunca debe confundirse con el optimismo humano, que es una actitud más relacionada con el estado de ánimo. Papa Francisco Las distintas esperanzas humanas, que inspiran nuestras actividades diarias, corresponden al anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón de los hombres (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1818). Para un cristiano, la esperanza es Jesús en persona, es su fuerza de liberar y volver a hacer nueva cada vida. Papa Francisco. la esperanza cristiana purifica y ordena todas nuestras acciones hacia Dios, fuente perfecta y plena de amor y felicidad que colma todos nuestros anhelos. esperanza que tenemos nos ayuda a mantener nuestra mirada puesta en el cielo. Estamos a la expectativa de que algún día nuestra esperanza llegue a ser una gloriosa realidad

La esperanza en la experiencia de San Vicente de Paúl: Su esperanza es Cristo. La esperanza no es una virtud autónoma: Jesucristo que, por la Fe, nos cogió, nos introduce y lleva a la vida eterna por la Esperanza, y por la Caridad nos permite vivir ya de ante­mano esa vida tan completamente como es posible en la tierra en espera de la plenitud del Reino. Por tanto, la esperanza lleva a la acción y la entrega total a Cristo y a los pobres.

«Cuando he dicho que su gran Fe le causaba tan gran temor de la justicia divina, no hay que imaginar que por ello le faltase la Esperanza; al contrario, era en él muy grande. Y no tenemos que extrañarnos, porque la misma Fe de la que hacía tantos actos le servía siempre de escudo para resistir a los asaltos de la tentación y, al mismo tiempo, de antorcha para ver con claridad la inmensidad de la Misericordia de Dios, el valor infinito de la muerte y pasión de Nuestro Señor y la verdad infalible de las promesas que ha hecho a los pecadores penitentes; esto, unido a su gran Caridad, inseparable de su Fe, era una señal cierta de que su Esperanza era igualmente grande, como cuando de noche se ve una gran claridad y se siente un gran calor es señal cierta de que hay una llama también grande. Así, habiéndoos mostrado la gran luz de su Fe y el gran ardor de su Caridad, se deduce infaliblemente que la llama de su Esperanza tenía las mismas proporciones. Y no sólo subsistía (esta Esperanza), sino que aumentaba sin duda en la misma medida en que se veía contrariada, del mismo modo que la llama de un gran fuego bien encendido crece al ser agitada por los vientos. En una palabra, ha hecho ver que su Esperanza iba creciendo a medida que veía cómo se acercaba la recompensa, como el movimiento de la piedra crece en velocidad cuanto más se acerca a su centro» (Coste, II, 347-48).

¡Oh salvador! Dice Santo Tomás de Aquino, que el verdadero fundamento de nuestra Esperanza no está en la ayuda de Dios, sino en Dios mismo que se hace nuestra ayuda, tenemos que reconocer que Jesucristo es, por excelencia, ese Dios ayudador. El nombre de Jesucristo significa: «Dios salva», y le designa en su Persona como el Salvador, el único Salvador. Ya sabemos con qué fervor pronunciaba San Vicente esta palabra. San Vicente se refiere a Jesús constantemente y nos apremia a que hagamos lo mismo «Esto es lo que Él ha hecho y lo que quiere continuar haciendo a través de nosotros».

Las dos dimensiones de la Esperanza —el deseo del Reino de Dios y, como consecuencia, el cumplimiento de su voluntad, y a la vez la plena confianza en El— encuentran en Jesús su Fuente y su Modelo. la Esperanza expresa el crecimiento de Cristo y de su vida en nosotros. Es el crecimiento en la espera de la herencia que tenemos prometida y que ya poseemos. «Saquemos nuestra fortaleza de nuestra debilidad, que sirve de motivo a Nuestro Señor para hacerse El mismo nuestra fortaleza» (Coste, I, 225), y a Santa Luisa: «Ruego a Nuestro Señor Jesucristo que sea El mismo su fortaleza y su consuelo y que saque su gloria de las aflicciones públicas y particulares» (Coste, III, 420).

Esperanzas y aspiraciones La vida de san Vicente nos permite ver con mayor claridad las diferencias que existen entre estas dos y los nexos entre las aspiraciones del hombre y la salvación en Jesucristo. Vida – obra- organización. San Vicente. Trabajó hasta conse­guir una sensibilización completa ante el Señor y su acción incesante para realizar «el eterno designio de su Amor».

¿Quién más que él comprendió, sin em­bargo, que lo más importante es revelar a ese Cristo tal como se presenta a nosotros —y no como nos gustaría imaginárnoslo— de suerte que, lejos de sentirnos escandalizados respecto a Él, sepamos acogerle en su verdad, en toda su verdad? es la Esperanza la que nos permite embarcarnos con El hacia ese nuevo inundo, sin remos y sin velas.

Dimensiones de la esperanza Deseo del Reino y total abandono, tales son, como ya hemos visto, las prin­cipales dimensiones de la Esperanza. San Vicente —siempre realista— nos recuerda que ese deseo no es verdadero si no es efectivo, si no se traduce en una acogida dispensada a cada instante a la gracia de Dios que no hará nada sin nosotros.

La oración es ese «lugar» en que se expresan las dos dimensiones de la Esperanza. Es objeto de la misma y su motor. ¿Qué pedimos en nuestras oraciones? Sin duda muchas cosas… y es nor­ mal tratándose de esa conversación íntima de hijos con su Padre. Pero, ¿pe­dimos lo Esencial? Ahora bien, pedir la Esperanza, como San Vicente no deja de recomendarlo, no es pedir una cosa más entre las que pedimos, ni siquiera pedir algo importante. Si sabemos lo que significa, nos daremos cuenta de que es pedir el Reino mismo y poner en práctica las palabras de Jesús: «Buscar ante todo el Reino y la justicia de Dios, y lo demás se os dará por añadidura» (Cf. Coste, XI, 38-39).

Deseo del reino: «Se nos dice, pues, que busquemos el Reino de Dios. Buscar no es una palabra vana, me parece que encierra muchas cosas; quiere decir que nos pongamos en actitud de aspirar siempre a lo que se nos recomienda, de trabajar incesantemente por el Reino de Dios y no permanecer en un estado de cobardía y estancamiento» (Coste, II, 131).

El total abandono: «¿Habéis visto jamás personas más llenas de confianza en Dios que las buenas gentes del campo? Siembran sus granos y después esperan de Dios el favor de su cosecha. Y si Dios permite que ésta no sea buena, no dejan por eso de tener confianza en El por lo que se refiere a su alimento de todo el año. Pues bien, hijas mías, ya que las primeras de vuestras Hermanas fueron llamadas principalmente de entre las buenas aldeanas y de entre las que tenían este espíritu de pobreza, ¿no tenéis motivo para conocer, por la práctica de esta virtud, si sois o no verdaderas Hijas de la Caridad?» (Coste, IX, 88).

La esperanza nos fortalece la Esperanza florece en Amor; no sólo ayuda al már­tir a superar sus tormentos, vislumbrando lo que hay más allá, sino que se sitúa en el centro mismo de su sufrimiento y le permite «ser testigo» «Bien sabéis, Hermanas mías, que no sois vosotras las que os dais fuerza y valor para emprender todo lo que hacéis por la Caridad; ¿No era esa misma confianza la que hacía emprender a los apóstoles todas las grandes obras que realizaron, la que les hacía hablar con tanta seguridad a los grandes y a los pequeños? ¿No era ella la que hacía decir a San Pablo: Todo lo puedo en que me conforta? Sí, Hermanas, las criaturas más débiles pueden hacer todo aquello que Dios les pide con tal de que tengan confianza en Nuestro Señor, que nunca dejará de darles su gracia, la que hay también que pedirle» (Coste, X, 201).