Carta 9. Habíamos partido aquella mañana y a mediodía estábamos allí. De pie mirando a la cima llenos de júbilo, respiramos el aire de nuestra liberación.

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Transcripción de la presentación:

Carta 9. Habíamos partido aquella mañana y a mediodía estábamos allí. De pie mirando a la cima llenos de júbilo, respiramos el aire de nuestra liberación. Era principios de un verano espléndido y mirándote a los ojos te dije: “Creo en ti, amada mía”. Y tú me sonreíste. Recuerdo cómo nos tumbamos en la tierra, cómo apoyaste tu cabeza en mi pecho, cómo te estreché contra mis labios y cómo nos amamos saboreando nuestro dulce pan.

Al instante me vi rodeado por la paz y el conocimiento que rebasa toda acción. Y al instante supe que el espíritu de Dios estaba allí. Que ya eras mi esposa, mi amiga, mi hermana y mi amante. Que tu amor era el soporte de mi vida y de mi creación. ¿Te acuerdas? Junto a nosotros, suspendidas en el aire, nos miraban extasiadas las blancas mariposas de los majuelos en flor.

Carta 10. Los días transcurrían felices con la misma felicidad que las cimas infinitas arrullan la paz del amante solitario. Nuestra calma, dichosa en su plenitud, nos había dado un mundo creado por nosotros mismos. Y con nosotros empezaba otro nuevo, tan sutil y ligero como nuestra propia imaginación. Y también con nosotros todos los seres volaban unidos impulsados por el mismo aliento divino del amor.

Nuestras palabras, pausadas, fluían como el discurrir sosegado de las aguas transparentes de nuestra comprensión. Y luego, al atardecer, cuando el sol del ocaso nos miraba rojo de deseos. ¡qué paz en nuestros juegos de amor! Los suspiros acariciantes, las súplicas, las búsquedas embriagadoras, las sonrisas, los silencios fueron nuestra sencilla canción

Y al instante cuando muerto de placer tu aliento me penetraba hasta el alma, el tiempo se paraba y mi espíritu se fundía en tu sentir. ¡Qué lejos quedaba aquel mundo viejo del que habíamos salido!

Carta 11. Eran día felices. Todavía te veo acercarte a mi con tu aire confiado y sonriente. Todavía puedo ver la luz de tu sonrisa y sentir el encanto de tu voz. ¡Cuantas veces estuviste junto a mí! ¡Y cuantas veces me ensalzaste en tu noble corazón!

Tu fuerza y tu calor hacían que de nuevo palpitase mi inerte laxitud. Y acaso en tu presencia, ¿no se repetían en mí los acordes de tu armonía? Algunos me juzgaron ausente y embriagado en tu compañía, y me acusaron de andar errabundo en busca de una incierta plenitud. Pero yo les sonreía y luego besaba tus pies.

Carta 12. A veces cuando yacíamos tendidos entre flores y el sol acariciaba nuestros pechos desnudos, miraba al azul infinito y mi alma abrazada a la tuya, decía: “¿Me amas?”. Y entonces, sin palabras, sentía segura y feliz tu respuesta en mi corazón. Allí, sobre nosotros la tierna luz de la primavera orlaba tus cabellos con una guirnalda de color.

Carta 13. Habías dicho: “El amor nos ha llamado y debemos seguir al amor. No importa que su seguimiento sea duro y pedregoso. ¿Qué fue de aquellos que rehuyeron el amor? ¡Esos fueron desheredados! Vivieron en un mundo de risas falaces y de llantos sin lágrimas ni dolor.

Porque el verdadero amor, decías, nos engrandece y nos mortifica. Como la flor en su plenitud se marchita hasta apretarse en fruto esplendoroso, así el amor se inmola hasta hacerse ofrenda en el altar del Señor. Y al amarnos, Dios está en nuestro corazón”.

Carta 14. En aquellos días mi espíritu en su silencio conocía el secreto de mis días y mis noches. Ciego y mudo volví la espalda a lo que hasta entonces embargaba mi corazón. Ni la radiante luz del sol, ni la plácida claridad de la luna, ni las primaveras, ni los veranos estaban en mí.

Ignoré cuanto me rodeaba y sólo percibí a una. La floración de abril, el ardor del estío, la brisa del otoño, la tristeza del invierno, la trascendencia del cielo y de la tierra estaban para mí en ti. ¡Era tanto mi amor!

Carta 15. Había muerto el día y la sombra anegó toda la tierra. Te habías marchado, pero tus palabras aún resonaban en mi habitación: “¿Te asombra que tanto te quiera? ¿Acaso nos está vedado disfrutar de la alegría divina? ¿Hay algo más fuerte que nuestro amor? No ocultes tus sentimientos y libérate; yo haré que surja tu ser más profundo”.

Y todo aquello era para mí como un sueño. A mí que tanto se me había negado, ¿tanto podía dárseme ahora? ¿Podía creer en aquel milagro de amor?

Carta 16. Un día, ¿recuerdas?, subimos a grandes alturas y cruzamos anchos espacios. Era un verano fastuoso. ¡Y allí también con nosotros estaba el espíritu de Dios! Estaba entre las nubes lejanas, en la extrema majestad de aquellas cumbres, en la fragancia montañesa de los arbustos en flor.

Estaba en la saltacercas lasciva y en el noble macaón. Estaba en la sinuosa veredita, en tus pies cansados y en mi alma enamorada. Estaba en tus reflejos y en mi temor. Estaba en el aire turbulento agitando tus cabellos y en su mensaje de amor.

¡Oh amada!. Si algún necio te dijera que el recuerdo muere en la distancia, dile que aquellas flores que a nuestro paso exhalaron sus perfumes tal vez se marchitaron, pero quedaron sus semillas que por siempre renacerán en los valles pirenaicos. Y dile que en ellos queda tu presencia y la mía, unidas y vagando en el tiempo como un suspiro de amor.

Cartas a ella 2. Texto: Pedro Martínez Borrego. Imagen: Internet. Tema musical: Honey - Bobby Goldsboro.