Vi la rosa y era bella, sublime, sencilla, candorosa, con su aroma y su blusa color carmesí.
¿Qué otro color que no fuera el múltiple color de la rosa, suave como la seda podría yo amar?
Era espléndida, bella, la rosa, y sentí instintivo afán de rozar con mis dedos livianos, profanos, de sus pétalos rojos la piel.
Antes de darme yo cuenta su fragancia sutil me envolvió a la vez que un pinchazo de una espina oculta sentí.
Me dieron ganas de extraer un pétalo rojo a la rosa y guardar entre las hojas de un libro devocionario su color y su aroma virginal.
Y meditándolo bien me dije: si la rosa tiene belleza, armonía, aroma y color, mi libro guardará también su sabor como un rezo al Creador. Juan Manuel del Río