Hay un jardín dónde cierta raíz insiste en ser protagonista. Aún si seca va aferrándose al nutriente abrazando a la vida que por esas cosas que la razón no entiende, de tallo a pimpollo que trepa rumbo a la flor prometida, y en la meta solamente puede encontrar una sonrisa que le viene de la única fuente posible a lo imposible, el Amor, con la A grandota, tan grande como cualquier sueño que se atreve a ser flor….
Hay un lugar dónde alguien puede guardar las cosas que otro ha sido. Vivencias que de pronto regresan en rostros, formas de caminar, sonrisa, enojo; de quién o quienes, en aquél entonces no estaban o hubieran sido sólo anuncios, o buenas nuevas, la promesa. Todo para un tiempo por venir: en caras, zapatos, dientes, puño…los tal vez que al fin o no tanto, serían, aproximarían, fueron. Ese lugar de profunda distancia, es el corazón que siempre bien resulta como pieza, albergue, pasto o carpa, isla, horizonte y por fin, cofre. Lugar en dónde un día cualquiera, se despertó o despertaron, el/los recuerdo/s y de pronto… fue el poema. Ergasto (con A.M. y Franz, aquel amigo al que no le aguantó lo suficiente su cofre de repartir afectos y se fue dejando en el jardín, su mejor raíz).