Quico nació en Barranquitas en un vivero dedicado al cultivo de Bromelias. Allí, protegido dentro del follaje de una planta, se sentía feliz. No bien caída la noche, se escuchaba por doquiera el “co-quí, co-quí” de él y de sus compañeros.
Una tarde, mientras dormía, llegaron unas señoras a comprar “la Bromelia mas linda del vivero”. Escogieron la que servía de hogar a Quico; la compraron y partieron hacia la ciudad. Como él dormía, no se dio cuenta de que se alejaba de Barranquitas y durmió durante todo el viaje.
En la noche al despertar de su profundo sueño, ya la Bromelia había sido sembrada en un precioso jardín. Quico echó de menos el croar de sus compañeros y, al salir de entre las hojas de la Bromelia, comprendió que no estaba ya en Barranquitas. -¿Dónde estoy? ¿ Dónde están mis amigos? Este es un sitio extraño para mí – y comenzó a llorar.
-¿Qué te ocurre, compañero?- dijo una voz chillona que salía de las sombras de la noche. Al verlo, Quico tembló de miedo. Nunca había visto un insecto tan feo ni había escuchado uno tan chillón. No te asustes. No te haré daño. Soy un grillo que, como tú, solo salgo en las noches. Ven. Voy a enseñarte que agradable es este lugar.
Caminaron juntos toda la noche. Quico le contaba cómo era la vida en el campo, y el grillo le contaba cómo era la vida en la ciudad. De vez en cuando, Quico lanzaba al aire un “co-quí” y el grillo le contestaba con un chirriar que hacía temblar a aquel tranquilo jardín. ¡Que mucho se divertían!
La luz del alba apareció en el Este. Era hora de dormir. Quico lanzó su último ”co-quí” de la noche, desapareciendo ente el follaje de la Bromelia. ¡Se sentía feliz!- Si uno tiene amigos, cualquier lugar es bueno para vivir.
El grillo frotó sus alas y, dando su último grito de la noche, se perdió en la oscuridad. Un silencio absoluto reinó en aquel lindo jardín.