A Jesús no le interesaba como era, si creía o no en El, le importaba conocerlo de cerca y acogerlo con todo lo que era y tenía. Jesús lo llama por su nombre y se invita a su casa donde con la mirada provoca el encuentro.
El llamado de Jesús a los apóstoles es un encuentro de miradas, un ponerse de acuerdo en la forma de ser y vivir, de pensar y de actuar. Es una mirada que muestra caminos.
Una mirada llena de amor, que llama, invita al encuentro, a la confianza, a compartir la vida y los ideales. Una mirada que no presiona, que deja libre para que la persona responda.
Mirada que anima y llama al cambio, a la conversión, que no recrimina ni mira el pasado sino el futuro feliz de la persona.
A pesar de la traición o la desilusión, la mirada de amigo no cambia, es suave y firme… lleva a reconocer el error y el mal cometido. Es una mirada que llama y anima a empezar de nuevo. Es la mirada de las oportunidades que Dios nos brinda.
La última mirada es de ESPERANZA… un llamamiento a seguirlo y la promesa de que no quedaremos solos, siempre nos acompañará su Madre.
¿A quién no le gusta sentir una mirada y una llamada : ACOGEDORA DE PREDILECCIÓN LLENA DE AMOR DE MISERICORDIA Y PERDÓN AMIGA DE ESPERANZA?
Si somos capaces de dejarnos mirar y llamar por JESÚS, ciertamente recibiremos las miradas que nos gusta sentir cuando con transparencia nos relacionamos con los demás. Miradas que exigen una respuesta.
1.¿Cuándo sentí la llamada del Señor porque me miró con ternura y amor?