Recientemente el Papa Benedicto XVI ha urgido, en varias oca- siones, a los cristianos la necesidad de VOLVER A CRISTO, a su Evangelio, a su Camino, a su Verdad, a su Vida: al Cristo Muerto y Resucitado en favor de toda la humanidad. También sabemos por la Historia Sagrada que el pueblo elegido tuvo que volver su mirada muchas veces hacia el Mesías prome- tido a causa de sus infidelidades. Una y otra vez los Profetas se vieron obligados de recordar al pueblo la necesidad de convertirse a Yahvé, a sus enseñanzas, a sus mandamientos. Esta situación es la que vemos reflejada en muchos Salmos. ¡¡¡Necesitamos volver a Dios y a su enviado Jesucristo para reorientar nuestro mundo!!!

Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro (Sal 26)

¿Hasta cuando, Señor, seguirás olvidándome? ¿Hasta cuando me esconderás tu rostro? ¿Hasta cuando he de estar preocupado, con el corazón apenado todo el día? ¿Hasta cuando va a triunfar mi enemigo? (Sal 12)

Yo pensaba muy seguro: "no vacilaré jamás". Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado. (Sal 29)

Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión? (Sal 43)

Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve (Salmo 79)

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia; por tu gran compasión, vuélvete hacia mí; no escondas tu rostro a tu siervo: estoy en peligro, respóndeme en seguida (Sal 68)

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. (Sal 50)

Escúchame en seguida, Señor, que me falta el aliento. No me escondas tu rostro, igual que a los que bajan a la fosa (Sal 142)

¡Te necesito, Señor!, porque sin ti mi vida se seca. Quiero encontrarte en la oración, en tu presencia inconfundible, durante esos momentos en los que el silencio se sitúa de frente a mí, ante ti.

¡Quiero buscarte! Quiero encontrarte dando vida a la naturaleza que tú has creado; en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro, y en la profundidad de un bosque que protege con sus hojas los latidos escondidos de todos sus inquilinos.

¡Necesito sentirte alrededor! Quiero encontrarte en tus sacramentos: En el reencuentro con tu perdón, en la escucha de tu palabra, en el misterio de tu cotidiana entrega radical.

¡Necesito sentirte dentro! Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres, en la convivencia con mis hermanos; en la necesidad del pobre y en el amor de mis amigos; en la sonrisa de un niño y en el ruido de la muchedumbre.

¡Tengo que verte! Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser, en las capacidades que me has dado, en los deseos y sentimientos que fluyen en mí, en mi trabajo y mi descanso… Y, un día, en la debilidad de mi vida, cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo.