Los relojes El olor del tiempo
En el espacio-tiempo del mundo de la tecnología eléctrica, el antiguo tiempo mecánico empieza a resultar inaguantable, aunque sólo sea por ser uniforme.
Ahora que vivimos eléctricamente en un mundo instantáneo, el tiempo y el espacio se compenetran mutuamente en un mundo espacio-temporal.
En la edad eléctrica, encontramos cada ve menos razones para imponer un mismo conjunto de relaciones a todos los objetos o conjunto de objetos”
En la presente edad espacio-temporal, buscamos más la multiplicidad de ritmos que su repetitividad. Ésta es la diferencia entre el ballet y un desfile militar.
No se formularon quejas contra los relojes hasta la edad eléctrica, cuando su tipo de tiempo mecánico resultó del todo incongruente.
Hoy en día, en condiciones de velocidades eléctricas, lo mecánico comienza a ceder ante la unidad orgánica. Ahora, el hombre puede mirar atrás y contemplar dos o tres mil años de diversos grados de mecanización con plena conciencia de lo mecánico como interludio entre dos grandes periodos orgánicos de cultura.
Todos los días unos viajeros tienen la experiencia de viajar en un momento de una cultura que está en el 3,000 a.C. a otra del siglo XX.
Con la alfabetización universal, el tiempo puede asumir el carácter de espacio cerrado, o pictórico, que puede dividirse una y otra vez. “Mi agenda está llena”. Y también puede dejarse vacío: “Tengo una semana libre el mes que viene”.
No fue el reloj, sino la alfabetización respaldada por él, la que creó un tiempo abstracto y empujó al hombre a comer, no cuando tenía hambre, sino cuando era “la hora de comer”.
Los relojes son medios mecánicos que transforman las tareas y crean trabajo y riqueza acelerando el ritmo de la asociación humana.