Cristhian Edwin Rodríguez

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Volverán las oscuras golondrinas
Transcripción de la presentación:

Cristhian Edwin Rodríguez Bécquer Cristhian Edwin Rodríguez Hoy como ayer, mañana como hoy, ¡y siempre igual! Ratón, no, por favor.

Un cielo gris, un horizonte eterno y andar... andar.

Moviéndose a compás como una estúpida máquina el corazón:

la torpe inteligencia del cerebro dormida en un rincón.

El alma, que ambiciona un paraíso, buscándole sin fe;

fatiga sin objeto, ola que rueda ignorando por qué.

Voz que incesante con el mismo tono canta el mismo cantar,

gota de agua monótona que cae, y cae sin cesar.

Así van deslizándose los días unos de otros en pos,

hoy lo mismo que ayer... y todos ellos sin gozo ni dolor.

¡Ay! ¡a veces me acuerdo suspirando del antiguo sufrir!

¡Amargo es el dolor; pero siquiera padecer es vivir!

De lo poco de vida que me resta diera con gusto los mejores años, por saber lo que a otros de mí has hablado.

Y esta vida mortal y de la eterna lo que me toque, si me toca algo, por saber lo que a solas de mí has pensado.

Tú eras el huracán y yo la alta torre que desafía su poder:

¡tenías que estrellarte o que abatirme!... ¡No pudo ser!

Tú eras el océano y yo la enhiesta roca que firme aguarda su vaivén:

¡tenías que romperte o que arrancarme!... ¡No pudo ser!

Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados uno a arrollar, el otro a no ceder;

la senda estrecha, inevitable el choque... ¡No pudo ser!

Como en un libro abierto leo de tus pupilas en el fondo.

¿A qué fingir el labio risas que se desmienten con los ojos?

¡Llora! No te avergüences de confesar que me quisiste un poco.

¡Llora! Nadie nos mira. Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro.

Alguna vez la encuentro por el mundo y pasa junto a mí;

y pasa riéndose y yo digo: ¿Cómo puede reír?

Luego asoma a mi labio otra sonrisa, máscara del dolor,

y entonces pienso: —Acaso ella se ríe, como me río yo.

Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a tus cristales         jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres...         ¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde aún más hermosas         sus flores abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día...         ¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón de su profundo sueño         tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido...; desengáñate,         ¡así nadie te querrá!

Dedicado a ti. Gonzalo Pérez

Hoy como ayer, mañana como hoy, ¡y siempre igual! Un cielo gris, un horizonte eterno y andar... andar. Moviéndose a compás como una estúpida máquina el corazón: la torpe inteligencia del cerebro dormida en un rincón. El alma, que ambiciona un paraíso, buscándole sin fe; fatiga sin objeto, ola que rueda ignorando por qué. Voz que incesante con el mismo tono canta el mismo cantar, gota de agua monótona que cae, y cae sin cesar. Así van deslizándose los días unos de otros en pos, hoy lo mismo que ayer... y todos ellos sin gozo ni dolor. ¡Ay! ¡a veces me acuerdo suspirando del antiguo sufrir! ¡Amargo es el dolor; pero siquiera padecer es vivir! De lo poco de vida que me resta diera con gusto los mejores años, por saber lo que a otros de mí has hablado. Y esta vida mortal y de la eterna lo que me toque, si me toca algo, por saber lo que a solas de mí has pensado. Tú eras el huracán y yo la alta torre que desafía su poder: ¡tenías que estrellarte o que abatirme!... ¡No pudo ser! Tú eras el océano y yo la enhiesta roca que firme aguarda su vaivén: ¡tenías que romperte o que arrancarme!... Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados uno a arrollar, el otro a no ceder; la senda estrecha, inevitable el choque...

Como en un libro abierto leo de tus pupilas en el fondo.    Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a tus cristales         jugando llamarán.   Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres...         ¡esas... no volverán!.   Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde aún más hermosas         sus flores abrirán.   Pero aquellas, cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día...         ¡esas... no volverán!   Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón de su profundo sueño         tal vez despertará.   Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido...; desengáñate,         ¡así... no te querrán! Como en un libro abierto leo de tus pupilas en el fondo. ¿A qué fingir el labio risas que se desmienten con los ojos? ¡Llora! No te avergüences de confesar que me quisiste un poco. ¡Llora! Nadie nos mira. Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro. Alguna vez la encuentro por el mundo y pasa junto a mí; y pasa sonriéndose y yo digo: ¿Cómo puede reír? Luego asoma a mi labio otra sonrisa, máscara del dolor, y entonces pienso: —Acaso ella se ríe, como me río yo.

Monumento a Bécquer (Sevilla)

Amarte como lo hice yo, sin limite en el horizonte, Resulta siempre un juego peligroso, porque al final el que mas dio es el perdedor. Amarte como lo hice yo, vaciándome por ti la vida gasté cien mil palabras en el viento, me entregué a cada momento para hacerte feliz. Amarte es mi pecado, porque adorarte fue una fantasía, porque quererte fue una tontería y le hice caso al corazón. Amarte es mi pecado, por no entender que nunca fuiste mía. Por las ganas de llenar este vacío, que se formó entre el sentimiento y la razón. Amarte como lo hice yo, vaciándome por ti los días gasté cien mil palabras en el viento, me entregué a cada momento para verte feliz. Amarte es mi pecado, porque adorarte fue una fantasía, porque quererte fue una tontería y le hice caso al corazón. Amarte es mi pecado, por no entender que nunca fuiste mía, por las ganas de llenar este vacío que se formó entre el sentimiento y la razón. Amarte es mi pecado. � Amarte es mi pecado, por no entender que nunca fuiste mía, por las ganas de llenar este vacío que se formó entre el sentimiento y la razón. Amarte es mi pecado.� Amarte es mi pecado.� Amarte es mi pecado.� Amarte como lo hice yo, sin darle tregua al sentimiento, resulta siempre un juego peligroso, porque al final el que más dio es el perdedor.

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