“Adanes y Evas” Miguel-A. 141 seg. (A. Molina)

En la Facultad de Derecho de una Universidad, uno de los catedráticos tenía por costumbre plantear semanalmente un dilema a sus alumnos. - Bien -dijo el catedrático-, voy a plantearles la pregunta semanal, pero antes les recordaré las reglas del juego: Aquí no valen medias tintas y querer contentar a todos. En su vida profesional ustedes siempre van a estar en uno de los dos bandos. Hay que hablar con mucha decisión y afirmar con total seguridad. No importa que ustedes no se crean lo que están diciendo. Ustedes pueden creer con convicción en la culpabilidad del cliente, pero su obligación profesional será intentar demostrar su inocencia o, si no fuese posible, buscar la mejor salida para el cliente. Bien, ahí va la pregunta: ¿Quién es más perfecto el hombre o la mujer?.

Los alumnos se quedaron atónitos y sin saber qué responder. Todos hubieran dicho que ambos eran imperfectos... o que ambos eran iguales en ese aspecto. Sin embargo, todos sabían que esa clase de respuestas no se ajustaba a las reglas del juego que el profesor acababa de recordarles. Tenían que tomar partido y, aunque no creyesen lo que estaban diciendo, dar a los demás la impresión de estar convencidos de las tesis planteadas. - A ver, usted, el caballero de la tercera fila -dijo el catedrático al comprobar que no había habido ningún voluntario para defender cualquiera de las dos tesis.

- Todos sabemos -dijo el alumno aludido, acompañándose de gestos con las manos, después de ponerse de pie- que el hombre es el ser más perfecto de la Creación. Dios le hizo a su imagen y semejanza. Dios creo a la mujer a partir de una costilla de Adán para que el hombre no estuviese solo. El abucheo de las féminas de la clase fue mayúsculo. Tanto escándalo se armó, que el alumno, ruborizado, intentó disculparse: - Eso dice la Biblia, ¿no?. Además, a mí me han pedido que defienda una tesis aunque no crea en ella... Interiormente, el catedrático se tronchaba de risas por el lío que se había armado y porque una excusa de tal calibre no hubiera cabido en la situación de un juicio que era lo que trataban de practicar.

- Usted, la señorita de las gafas y el jersey verde, a ver cómo replica a las palabras de su compañero de clase. La alumna preguntada se puso de pie y con gran énfasis en sus palabras contestó: - Como cualquier buen pintor sabe, para pintar una obra maestra es preciso realizar primeramente un boceto. Eso mismo ocurrió en la Creación: El hombre es el boceto, y la mujer la obra perfecta. La ovación de las féminas de la clase fue atronadora. - Pepe, perdónala, porque ésta tampoco se cree lo que está diciendo -añadió en voz alta el compañero de la derecha dirigiendo la mirada al joven situado a la izquierda de la alumna del jersey verde, y que era su novio.

- ¡Tranquilo, Luis -respondió Pepe- ¡Que he sido yo quien le ha pasado "el soplo" a esta cabeza de chorlito. - ¿Cabeza de chorlito? - exclamó la alumna de las gafas y el jersey verde-. ¡Protesto, Señoría! Pido que esa expresión no conste en el acta del sumario.