PRESENTACIÓN, por Mª Aurora Vigil-Escalera (Directora de Sala de Arte VanDyck) En junio de 1984, los fundadores de Sala de Arte Van Dyck trasladaron.

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Transcripción de la presentación:

PRESENTACIÓN, por Mª Aurora Vigil-Escalera (Directora de Sala de Arte VanDyck) En junio de 1984, los fundadores de Sala de Arte Van Dyck trasladaron su colección al número 21 de la calle Menéndez Valdés de Gijón, y con ella se trajo todas sus ilusiones y su fe inquebrantable en un proyecto. Treinta años después, el proyecto es una realidad con historia y futuro, una referencia incuestionable dentro del panorama artístico asturiano y español, que ha crecido en dimensión y prestigio con los pies bien plantados en el suelo, con sus puertas abiertas a todos los ciudadanos y visitantes que comparten con nosotros la pasión por la pintura y las artes. Al entrar en nuestra cuarta década de andadura, podemos decir que la nuestra se ha convertido en una familia numerosa de verdad. Este mes de junio está en el centro literal y simbólico de un año especial, y está marcado con letras de oro en nuestro calendario: la muestra Canogar, una visión retrospectiva ocupará todo el espacio expositivo del que disponemos repartido entre dos salas. Un despliegue sin precedentes, a la altura de la ocasión y de un artista del calado de Rafael Canogar. Su obra, revolucionaria en los aspectos técnico y procesual pero con un fondo poético que trasciende épocas, representa a la perfección el espíritu de las vanguardias. Reacio a dormirse en los laureles y vivir de las glorias pasadas, Canogar no ha dejado de crecer y ponerse a prueba, siempre en busca de nuevas formas y significados. La calidad que ha mantenido a lo largo de una carrera tan dilatada quedan patentes en la selección de obras que os ofrecemos en esta retrospectiva, que demuestra que mantiene el vigor pictórico e intelectual de su trabajo conserva toda la vitalidad y vigencia de los años del grupo El Paso. Será la tercera monográfica del artista manchego en Van Dyck, además de las innumerables exposiciones colectivas que a lo largo de los años han contado con obras suyas, y por su veteranía e importancia podemos decir que se trata de uno de los creadores más representativos de nuestra galería. En una ocasión como ésta, presentar una selección de obras de un periodo tan amplio (de 1958 a 2013) es al mismo tiempo un reconocimiento a un artista irrepetible y un verdadero placer para la organización de Van Dyck, placer que esperamos compartir con todos nuestros amigos a partir del día 23 de mayo, día en que celebraremos la inauguración con la presencia del artista. Quiero aprovechar estas líneas para darle las gracias a Rafael Canogar por celebrar con nosotros este trigésimo cumpleaños, y por su esfuerzo de sumar a sus recientes exposiciones en Valencia (IVAM) y Madrid esta retrospectiva tan completa, que además de su obra abstracta incluye muestras de su arte figurativo y su época social. Para nosotros es un honor y un acontecimiento extraordinario que nadie debería perderse. La ocasión, más que nunca, lo merece.

VÉRTIGO, por Francisco Calvo Serraller Cuando se contempla retrospectivamente la obra que ahora realiza Rafael Canogar, después de dejar tras de sí una trayectoria que se dilata ya más de medio siglo – el año próximo, 2014, habrán transcurrido sesenta años desde cuando celebró su primera muestra individual en la Galeria Altamira en 1954- , no solo se siente admiración por lo mucho y bueno que realizado en esta labor sin desmayo, sino un cierto vértigo al hallar en lo que ahora pinta, como en un compendio revelador, los trazos de lo que ha hecho casi desde que empezó hacerlo. Precoz discípulo de Vázquez Díaz, pues entro bajo la tutela de este maestro al comienzo de su adolescencia, Canogar se decantó por la abstracción justo en el ecuador de la década de 1950, unos años antes de formar parte del mítico grupo El Paso, una referencia obligada para la historia del arte español de vanguardia tras la Guerra Civil por haber logrado dotar con una personalidad vernácula el renovador lenguaje internacional del expresionismo abstracto y del informalismo. Entre esa primera abstracción y la de Canogar ahora practica media, en efecto, un medio siglo cargado de incidencias históricas y personales. Se han producido muchas vueltas y revueltas en el mundo y en su mundo, pero el vértigo al que antes me he referido no es el producido por la emulación de incidencias y cambios, sino la sensación de revalidación de este formidable proceso. Porque, en cierta manera, como les suele ocurrir a los artistas que logran serlo hasta el final, la obra de su madurez constantemente nos remite y nos explica todo desde el principio, desde los primeros pasos de esa aventura aún felizmente inacabada y, por tanto, constantemente recomenzada. ¿Quiere esto insinuar que ha sido el llamado arte abstracto lo que hay que considerar como el genuino lenguaje de Rafael Canogar, recordándolo ahora precisamente cuando nos presenta su trayectoria unificada por el patrón de so obra abstracta? Aunque cabría hacer eta lectura, e, incluso, documentarla de esta manera sesgada, no creo que esta sea la intención del artista y, en todo caso, de hacerse así, podría interpretarse como una simplificación. Porque la dicotomía, planteada durante la primera mitad del siglo XX, entre un arte figurativo y otro abstracto, aunque se pueda explicar por razones sociológicas, no se sostiene ni desde un punto de vista artístico, ni estético. En realidad, todo arte se genera por una abstracción, incluso el más redomadamente figurativo. Los propios griegos, que fueron, que fueron los inventores del arte, lo plantearon como una imitación selectiva, es decir: como un producto que seleccionaba entre lo visible un ideal. En este sentido, tiene razón Ramón Andres, en su reciente ensayo titulado El lutier de Delft. Música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza (Barcelona, 2013), cuando afirma al respecto lo siguiente: “Ciertamente, y muy importante en el sentido propuesto por Deleuze, ningún arte es figurativo porque no se trata tanto de reproducir o de inventar formas como, en palabras suyas, de captar fuerzas, de sentir la gravedad o la atracción que tira de un rostro, de un cuerpo o de un paisaje hacia su confín, hacia su extremo”. Aunque no sea este el lugar para ahondar en estas disquisiciones, hay que dejarlas insinuadas, entre otras cosas, porque cuadran a la perfección en la trayectoria de Canogar, cuya obra seguimos dividiendo, con perezosa inercia académica, mediante periodos o etapas cortadas por el patrón figurativo y abstracto. Chirría esta clasificación, si se tiene en cuenta que su primer maestro, Vázquez Díaz, fue un introductor en España del lenguaje cubista, raíz y fundamento de toda la abstracción posterior, pero el siguiente paso de un Canogar, más autónomo y maduro, estuvo determinado, como ya se ha dicho, por la asimilación de la vanguardia informalista y del expresionismo abstracto, y sus subsiguientes pasos, ya a partir de la década de 1960, tuvieron asimismo que ver con la deriva abstracto-figurativa de Rauschemberg, el Pop o la abstracción post-pictórica; esto es: con las líneas de innovadora experimentación vanguardista internacional. En cualquier caso, sean cueles fueran las influencias que determinaron la evolución de Canogar, lo verdaderamente relevante ha sido cómo las hizo suyas, o, si se quiere, cuál ha sido su personal impronta.

Miramos la obra reciente de Canogar, la que realiza a partir de 2009, y , en efecto, sentimos vértigo al reconocer en ella su cuño, pues nos remite no solo al comienzo, sino también a cada uno de sus pasos posteriores, porque claro que cambia, pero para resolver la tensión, para captar las fuerzas, con las que su propio cuerpo se proyecta en el lienzo. Esa es su aportación . La gestualidad empastada con que tacaba el lienzo generando figuras disruptivas, como si se tratase de un refulgente barro negro impactado, que, a su vez, producía un efecto de violento contraluz, tal y como se nos manifiesta en sus cuadros de fines de 1950, se mantiene viva en los años posteriores, aunque se haga visible mediante cortes, desgarros, troceamientos. Pero, en la medida en que esta volencia se expande y cobra relieve, el espacio se calma y ordena, como los desencuadernados restos tras una catástrofe. Parece como si la energía vocánica de Canogar coagulase de una forma mineral, con visajes cristalinos, como el paisaje después de una erupción. A fines de los setenta, tras un periodo de plasmación de sombras espectrales, que parpadean sobre fondos blanquecinos, Canogar cubre el lienzo mediante un trenzado tejido de pinceladas, que cubren la superficie como si se tratara de un muro maculado de cicatrices. La materia que se hace espacio y el espacio que se transforma en una endurecida masa impenetrable. En el embate de estas energías liberadas, también, por supuesto, podía tener cabida lo anecdótico-simbólico, pero sin quebrar el sentido de estas fuerzas en acción. Al filo del 2000, Canogar se replantea el cuadro como objeto y reinventa su arquitectura, aunque lo haga para reestructurar y expandir el campo de la acción pictórica. Hay, entonces un encalmamiento sideral, como si el artista se hubiese elevado fuera de si mismo para fundirse en un paisaje cósmico, en una suerte de intemporal memoria de la noche de los tiempo, que siempre revira en azules marinos, como corresponde a un campo de estrellas. ¿Una meditación sobre el devenir, como solo es capaz de afrontar ese misterioso lugar de la conciencia, que no hemos sido capaces de ubicar, porque intuímos que transita por entre los cuerpos? Es, en todo caso, una meditación trascendental, que, a veces nos parece percibir en la obra de algunos antiguos maestros cuando alcanzan esa libertad de la alta edad. Estoy pensando en el Goya de los Disparates o en el último Rothko. Pero si pienso en esto y en lo otro, es porque la obra que viene haciendo Canogar desde 2009 me arrebata hasta ese punto de producirme el vértigo de desandar su trayectoria hasta su comienzo, el vértigo del origen, que es el vértigo creativo original: la deconstrucción de lo escenográfico hasta arribar al minimalismo de lo fundamental. Porque es pintura sobre pintura; es barra cilindro o franja, fraguados por un denso cromatismo, sobre un aplanado campo monocromático, y es, en fin, figuras verticales y horizontales versicolores, de perfil quebrado por la acumulación de pinceladas que realzan su relieve, sobrepuestas sobre un fondo uniforme de color. Una dialéctica de fuerzas convergentes y divergentes que se multiplican arropadas por una misma tensión. Una dialéctica de soporte y superficie amasada, en este caso, por la pintura y para la pintura. Una celebración del don de la pintura desde la pintura, como solo puede lograrse desde una libertad extrema. Tan frugal y deslumbrante belleza solo es producto de una vida entregada a la pintura, cuando atisbado el final, se ha comprendido que constantemente este remite al principio. Con esta obra última, Canogar paga el hermoso tributo de volver a empezar a pintar, y a nosotros, esta acción liberadora, que salta por encima del tiempo, nos produce vértigo.

NOTAS PARA UNA RETROSPECTIVA, por Rafael Canogar Entiendo que la gran revolución estética, que podríamos datar sobre los años ´50, llevó a la pintura a un espacio fundamental para entender el arte emancipado de muchas servidumbres, y al entendimiento de la pintura como entidad en sí misma, donde estaban claramente diferenciadas las diversas formas de crear arte: la pintura, la escultura, el diseño, la música, la fotografía, etc., y otras áreas no tan claramente aceptadas como arte, como por ejemplo la decoración y el espectáculo. Ese fue el marco estructural del arte y que los artistas de vanguardia desestructuraron poco a poco, paso a paso. Los primeros años de expresionismo abstracto, o informalismo, fueron años fantásticos según mi opinión, con una dimensión de trasgresión e invención, al mismo tiempo que poética profundidad como pocas veces haya ocurrido en la historia del arte. Se incorporaron técnicas y dimensiones nuevas, que llevaron al arte a cotas de libertad inimaginables. Pero esa libertad, terminaría siendo una trampa. La salida a su crisis fue buscar nuevas fronteras todavía inéditas, nuevas vanguardias que derribaron todos los límites entre las compartimentadas formas de crear arte hasta entonces. Yo mismo, por necesidades expresivas, necesité abandonar la bidimensionalidad de la tela y las herramientas de la pintura. Creo innecesario hacer un resumen de la historia del arte, cuyo mapa tenemos todos delante; está claro como el artista ha ido sistemáticamente intercomunicando las diversas formas de creación, así como la incorporación de otras dimensiones como el paisaje o naturaleza con el Land-Art, o el tiempo, con el video-arte, o el nuevo concepto “arte total de Fluxus. Hemos vivido un fascinante viaje, lleno de sorpresas, de hallazgos, de intensas vivencias y nuevos lenguajes, que ha hecho nuestro mundo mucho más rico de imágenes, a veces de pureza y otras, no menos intensas, de buscadas impurezas. Pero quizás ahora toca la reivindicar la pintura como alternativa de vanguardia, frente al agotado mundo de la trasgresión, sin otro fin que su propio exceso. Creo que ha tocado el momento de rescatar el espacio de la pintura, recuperar su dimensión poética y metafórica, su capacidad de ilusionarnos, de enamorarnos, de vibrar de nuevo con ese espacio de la pintura, de la buena pintura. Retomar el hilo del discurso de la pintura pura, nada más que de la pintura y su capacidad de comunicación, ¡nada más! ¡Y nada menos! Pero quizás no se trate solo de recuperar la pintura, es la independencia, la libertad de pensamiento, la ética, lo trascendente, lo sublime: reinventar la pintura quizás. Todavía no tengo la perspectiva suficiente ni las definiciones exactas para definir mis nuevas obras, que han nacido sobre todo por necesidad física, desde mis entrañas, intuitivamente. Solo a posteriori, en cualquiera de mis cambios, he puesto palabras a mi trabajo, a mis cambios, a mis búsquedas y encuentros. ¿Estoy ahora frente a un nuevo cambio?, yo no lo creo, pero de cualquier forma, lo que sea, ha nacido de un artista con muchos años de trabajo. Con una trayectoria que es, en sí misma, un tema de análisis y trabajo para mi. “El curso de la obra de un pintor- decía Rothko- a medida que avanza en el tiempo, debe tender hacia la claridad, hacia la eliminación de los obstáculos, a menudo obstinado entre el pintor, la idea y el espectador”. Yo entiendo que mis nuevos cuadros están más en esa esfera, de la evolución, de síntesis de mis abstracciones.

En los últimos años he trabajado con lo que podríamos definir como “fragmentaciones” y la ruptura del concepto virtual del espacio, de la ventana, que es fragmento, una decisión de renunciar al resto. Ahora tengo que hablar de la recuperación de la pintura, del espacio pictórico bidimensional - que no el espacio virtual – que plantea otra relación, la infinitud, la naturaleza como proceso. Morfogénesis, la naturaleza como un todo sublime, una pintura que ni idealiza la naturaleza ni la reproduce como mero fragmento, sino que se concibe como proceso. La pintura - porque este es el tema de la nueva obra - no es fácil de entender, sobre todo si es abstracta. No es fácil de penetrar las estructuras más profundas y definitorias de las artes plásticas, cuya comprensión sigue siendo un tema pendiente para una mayoría. ¿Podemos entender una flor?, preguntaba un famoso compositor respondiendo a la dificultad de entender cierta música. Y escuchándole me daba cuenta de la similitud de los lenguajes: música y pintura. Si la música es una experiencia auditiva en el tiempo y el espacio, también la pintura es una experiencia visual. Acción que nos obliga a mirar el objeto pictórico sin prejuicios anticipados, de cómo tiene que ser la pintura, a sensibilizar nuestra mirada, como el oído para la música. Y si he puesto cierto énfasis en el concepto de recuperación ha sido, sobre todo, por marcar distancias con un arte que ha negado la pintura como herramienta de trabajo. Estamos estancados en las ideologías del siglo XX, como dice Gao Xingjian, y tenemos que poner en marcha un nuevo pensamiento, un nuevo “renacimiento” para afrontar esta nueva realidad. Los artistas tenemos formas o términos muy elocuentes y contundentes cuando hablamos de arte, quizás oscuros para la mayoría El artista de Koonnig decía que él destruía los cuadros si no “funcionaban”. “A veces existe una idea previa, que a menudo más que una idea es un deseo, una voluntad, aquello que hay antes de que empiece a nacer la obra, algo que aporte algo de luz, algo que se aguante, que respire…” escribió Rafols-Casamada; ¡que respire!, efectivamente, un cuadro no es otra cosa que pigmentos de color sobre una superficie. Nada más que eso, hasta que empieza respirar, hasta que nace, hasta que encuentra vida propia y nos hable, hasta que conteste a nuestras preguntas. Me gustaría decir que mis cuadros actuales no son otra cosa que pinturas como entidad en sí misma. Una pintura desnuda, sin concesiones ni guiños, (como fue el informalismo). Una pintura radical y esencial. Pero sin duda surgen asociaciones, ya Zola dijo que “una obra de arte es un rincón de la creación vista a través de un temperamento”.

RAFAEL CANOGAR, Pintura nº24 (1958) 162 x 130 cm, Óleo/lienzo

RAFAEL CANOGAR, Pintura nº34 (1959) 100 x 100 cm, Óleo/lienzo

RAFAEL CANOGAR, Sin título (1959) 67 x 100 cm, Acrílico y collage de papel de periódico/papel

RAFAEL CANOGAR, Personaje nº8 (1961) 162 x 130 cm, Óleo/tela

RAFAEL CANOGAR, Historia de una revolución (1966) 50.5 x 70 cm, Óleo y lápiz/papel

RAFAEL CANOGAR, El soldado (1967) 183 x 100 cm, Poliéster, fibra de vidrio y óleo/tabla

RAFAEL CANOGAR, Los manifestantes (1969) 45 x 65 cm, Spray/papel metalizado encolado sobre cartón

RAFAEL CANOGAR, La herida (1974) 164 x 130 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, El estudiante herido (1974) 78.5 x 60.5 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, Homenaje a Cézanne (1980) 162 x 130 cm, Óleo

RAFAEL CANOGAR, Cabeza nº4 (Hom. J. Glez.) (1983) 200 x 150 cm, Óleo

RAFAEL CANOGAR, Sin título (1983) 29 x 21.7 cm, Tinta china y lápices de cera/papel

RAFAEL CANOGAR, Sin título (1983) 28.8 x 21 cm, Tinta china y lápiz/papel

RAFAEL CANOGAR, Sin título (1983) 31.3 x 21.3 cm, Tinta china y lápiz/papel

RAFAEL CANOGAR, Cabeza (1984) 76.5 x 55 cm, Técnica mixta/papel

RAFAEL CANOGAR, Sin título (1990) 121 x 80 cm, Collage

RAFAEL CANOGAR, Matinal Urbano (1990) 192 x 122 cm

RAFAEL CANOGAR, Sin título (1994) 50.5 x 60 cm, Collage/papel

RAFAEL CANOGAR, Sin título (1994) 50 x 70.5 cm, Collage/papel

RAFAEL CANOGAR, Alfiz (2001) 47.5 x 43 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, Manto (2001) 31.5 x 35 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, Truncado (2003) 100 x 81 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, Ceja (2006) 124.5 x 82 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, Antesala (2007) 150 x 122 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, Plural (2008) 162 x 120 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, Surco (2008) 162 x 120 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, Huella (2008) 162 x 120 cm, Técnica mixta

RAFAEL CANOGAR, Alba (2010) 200 x 200 cm, Óleo/lienzo

RAFAEL CANOGAR, Puerta (2010) 77 x 77 cm, Óleo/madera

RAFAEL CANOGAR, P-27-10 (2010) 70 x 43 cm, Óleo/pankaster

RAFAEL CANOGAR, P-32-10 (2010) 70 x 43 cm, Óleo/pankaster

RAFAEL CANOGAR, P-33-10 (2010) 65.5 x 38.5 cm, Óleo/pankaster

RAFAEL CANOGAR, Bastida (2010) 77 x 77 cm, Óleo/tabla

RAFAEL CANOGAR, Panorama (2011) 130 x 324 cm, Óleo/lienzo (díptico)

RAFAEL CANOGAR, Ceja (2011) 194 x 130 cm, díptico, Óleo/lienzo

RAFAEL CANOGAR, Barcal (2012) 100 x 81 cm, Óleo/lienzo

RAFAEL CANOGAR, Azud (2013) 73 x 60 cm, Óleo/tela

RAFAEL CANOGAR, Rejilla (2013) 73 x 60 cm, Óleo/tela

RAFAEL CANOGAR, Retícula (2013) 73 x 60 cm, Óleo/tela