Juntos a S. Francisco en un camino de conversión

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Transcripción de la presentación:

Juntos a S. Francisco en un camino de conversión “Andaba [Francisco] un día cerca de la iglesia de San Damián, que estaba casi derruída y abandonada de todos. Entró en ella, guiándole el Espíritu, a orar... ...Y en este trance, la imagen de Cristo crucificado -cosa nunca oída-, desplegando los labios, habla desde el cuadro a Francisco. Llamándolo por su nombre: «Francisco -le dice-, vete, repara mi casa, que, como ves, se viene del todo al suelo». Presa de temblor, Francisco se pasma y casi pierde los sentidos por lo que ha oído. Pero en seguida se apronta a obedecer y se reconcentra todo él en la orden recibida.” (2 Cel. 10)

El crucifijo de San Damián El crucifijo que habló a San Francisco y que hoy nos habla a nosotros

En la cruz de San Damián, Jesucristo está representado viviente, vencedor de la muerte, en el centro de la obra. A través de una precisa elección de trazos y colores, nuestra mirada sigue un orden bien definido. En vertical: desde el Calvario hasta la gloria divina. En horizontal: nos invita a tener en cuenta el rol de los testigos de la pasión y el de la humanidad entera. Pero, por doquiera pase nuestra mirada, nuestro pensamiento o nuestra reflexión pasan por Cristo: centro de la cruz, eje del mundo. Vamos a contemplar juntos esta cruz y acogemos su mensaje.

Dios nos da una señal: la señal de la Cruz, señal del infinito amor que Dios nos tiene, ¡y que te tiene! “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Jn. 3,14-16)

Dios es amor Jesucristo, Aquí está la imagen de Dios invisible: y éste “Mirándote Jesús, descubro cuantas cosas tengo que cambiar en mi forma de ver, de pensar, de amar. Aquí está la imagen de Dios invisible: Jesucristo, y éste crucificado. Siento que Tú también, Señor, me estás mirando. Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un nuevo corazón; vuelve a construir la imagen con que me has creado, a Tu imagen, y dame la fuerza para hacerme semejante a Ti, dame Tu Espíritu.”

Jesucristo, imagen del Padre “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.” esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu.” (2Co. 3,18) “Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en

Cristo es el que vive “No os asustéis, ha resucitado!” Él es la luz. En esta cruz, Cristo vive: en su cabeza no hay una corona de espinas, sino una corona de gloria. Sólo Él es luminoso. Él es la luz. La muerte ha sido destruida. Jesús está vestido como el sumo sacerdote ejerciendo sus ministerios, cubierto sólo del efod: el paño de lino que en principio era el único traje del sumo sacerdote presentándose ante Dios en la desnudez del hombre despojado. “No os asustéis, ha resucitado!” (Mc. 16,6)

Cristo es amor que da su vida En el mismo momento Jesús cumple también un gesto de acogida hacia el mundo entero: Jesús cumple un gesto de abandono al Padre: da su vida por amor. “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.” “Mi vida nadie me la quita; yo la doy voluntariamente.” “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.”

De las tinieblas a la luz De la muerte a la vida “En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.” (Jn. 16,20) Los colores negro o azul oscuro evocan la muerte, el pecado; el color rojo es el símbolo de la sangre: símbolo de la vida y del amor. Pues aquí la muerte aparece como un pasaje para llegar a la vida. Así que en esta cruz la muerte está destruida y la vida explota. Todo sufrimiento se transformará en gloria.

De hecho la sangre de Abel pide justicia, la de Jesús justifica. “Ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados.” (Mt. 26,28) Con el dono de su vida, nos purifica de todo pecado, nos regenera. La sangre baja de las heridas a los personajes cerca de Jesús. Todos, todos están salvados por la Pasión, por la cruz de Jesucristo. Su sangre es la sangre “de la aspersión purificadora que habla mejor que la de Abel” De hecho la sangre de Abel pide justicia, la de Jesús justifica.

A los pies de Jesús Detrás de los pies de Jesucristo hay un fondo oscuro. Parece que está subiendo del infierno llevando consigo Adán y los santos del Antiguo Testamento. La sangre de Jesús baja sobre unos personajes, ahora borrados por el paso del tiempo: tal vez S. Juan el Bautista, tal vez Abram exultando, como exultó por la fe previendo este día, tal vez S. Damián, patrón de la iglesia donde se encontraba el Crucifijo. Todos, todos están salvados por la sangre de Jesús, tanto los santos de ayer como los de hoy.

Arriba, en la cruz Cristo sube al cielo Cristo sube al cielo: en la mano sujeta una cruz luminosa, símbolo de victoria sobre la muerte. “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, éste mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.” (Hch. 1,11) ¡Ven Señor Jesús, ven pronto! ¡Maranatha!

La mano del Padre Más arriba, en la cruz La mano del Padre ocupa el lugar más alto de la Cruz y está dentro de un semicírculo; no se puede ver la parte superior del círculo. Dios Padre no tiene cara, un misterio para nosotros. “Dios es espíritu, a Dios nadie le ha visto jamás” (Jn. 1,18) Esa mano envía a Su Hijo al mundo y al mismo tiempo le acoge. “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; ¡escuchadle!” (Mt. 17,5) Los tres dedos unidos representan a Dios en tres personas: la Trinidad Los dos dedos tendidos representan las dos naturalezas de Jesucristo: Dios verdadero y hombre verdadero

Su madre y el discípulo a quien amaba su derecha: su Madre y el discípulo a quien amaba. “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.»” María engendra en el dolor y en el sufrimiento la nueva humanidad

Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios La fe del centurión Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.” Es la profesión de fe que estamos llamados a hacer al final del camino, reconociendo en ese hombre muriendo en la Cruz al Hijo de Dios, el Salvador, el Mesías.

“No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores” (Lc Debajo de dos grandes testigos, hay dos hombres pequeños. A la izquierda, debajo de la Virgen, Longino con la lanza en la mano. “Le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn. 19,34) A la derecha, uno de los sumos sacerdotes que se burlaban de Él: “Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él.” (Mt. 27,42) “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23,34)

“Inmediatamente cantó un gallo…” (Mt. 26,74) “no cantará el gallo antes que tú A la izquierda de las piernas del Crucificado se ha pintado también un gallo. El gallo que cantó en la noche de Su Pasión nos recuerda nuestras debilidades. Pero nuestras debilidades pueden ser la ocasión para descubrir, tal como le pasó a Pedro, la misericordia del Señor que sobrepasa toda expectativa. “Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” (Jn. 21,15) me hayas negado tres veces.” ... ¿Y tú? ¿Me amas? ¿Y yo? “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” El gallo nos invita a velar y nos recuerda las palabras de Jesús: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.” (Mt. 25,13)

El rostro del Señor “Sí, Yahveh, tu rostro busco” Ahora fijémonos en el rostro de Jesucristo... Escuchemos... Dejemos que nos guíe... Escuchémosle... “Yo estoy con vosotros” En esta cruz, nuestra mirada no puede encontrar la de Jesús. Él está mirando más lejos, más allá de nosotros: está mirando al Padre. “No temáis” “La paz con vosotros” “Si conocieras el don de Dios”

El rostro del Señor “Sí, Yahveh, tu rostro busco” Los acontecimientos trágicos, los sufrimientos han pasado ya, podemos sobrepasarlos y glorificarlos. Él nos invita a presentarnos ante el Padre: “Heme aquí, he hecho Tu voluntad”. “Heme aquí, que vengo para hacer tu voluntad” [Sal. 40 (39)] Él nos invita a mirar hacia donde Él mira. Con Su mirada nos invita a sobrepasar nuestros egos.

Yo he vencido al mundo.” “Os he dicho estas cosas para que De Jn. 16,33 “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo Tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo.”

Todos somos pecadores Amados La fe nos llama a mirar de forma nueva el mundo, nuestra realidad y nosotros mismos. La cruz, para los que creen, es el poder de Dios. Juntos a Jesús, podemos ver lo que Él veía desde la Cruz. Mirar el mundo desde la Cruz significa mirar las cosas entendiendo que la misericordia de Dios es la raíz y la clave de la historia humana, de la historia de la comunidad, de la historia de mi propia vida. Mirar el mundo desde la Cruz no es juzgar las doctrinas y las situaciones, sino mirar a las personas con amor, a la luz de la misericordia de Dios, sin pesimismos inútiles u optimismos hipócritas. Todos somos gente pobre, pero estamos atraídos por la fuerza irresistible del amor de Jesucristo. ¡Todos somos pecadores amados!

Las heridas del Señor se han hecho señales, instrumentos del amor fecundo, de hecho desde las heridas se ha vertido la sangre que dona la Vida. Esa sangre baja abundante sobre personajes que no están tristes, sino alegres, sonriendo. Todo habla del Amor que es el Poder de Dios. Ese Amor que Dios ha vertido en nuestros corazones: el Espíritu Santo.

Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid El Espíritu Santo.” Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid El Espíritu Santo.”

Como veis, en este crucifijo de S. Damián, Jesús vive y es glorioso: “Lo que desde el exterior es violencia brutal la crucifixión - desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente. Éste es el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo: la violencia se transforma en amor y, por tanto, la muerte en vida.” Bendito XVI Como veis, en este crucifijo de S. Damián, Jesús vive y es glorioso: la cruz ya no es una ignominia, un escándalo, una locura, sino poder de Dios.

El rostro del Señor “Sí, Yahveh, tu rostro busco” “Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán, la gracia está derramada en tus labios.” Sal 45 (44) “En Él se encarna la belleza de Dios mismo, que nos atrae hacia sí y a la vez abre en nosotros la herida del Amor...” Bendito XVI “En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae” Juan Pablo II

“¿Quién nos separará del amor de Cristo “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? ... Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” Rm. 8,35

Cada vez que te miro, Señor, provocas en mí un estupor nuevo. Cuanto más te miro, tanto más deseo mirarte. ¡Jesús es el Señor!