Contra todo paternalismo milagrero, esto es lo más característico de los milagros de Jesús y la suprema discreción de Dios: curar haciendo que los seres.

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46 Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto.
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Transcripción de la presentación:

Contra todo paternalismo milagrero, esto es lo más característico de los milagros de Jesús y la suprema discreción de Dios: curar haciendo que los seres humanos se curen a sí mismos. Jon Sobrino Texto: Marcos 10, 46b-52 // 30 Tiempo Ordinario –B- // Comentarios y presentación: Asun Gutiérrez Cabrida. Música: Andrés Tejero. El ciego Bartimeo.

46 Llegaron a Jericó. Más tarde, cuando Jesús salía de allí acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. En esta época, las personas ciegas eran la viva estampa de la miseria, el desamparo y la desesperanza. No es extraño que el hombre de los ojos más amables, puros y profundos, sintiera especial simpatía por ellos.

47 Cuando se enteró de que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: –¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! ¿Nos molestan los “gritos” de quienes encontramos en el camino? ¿Nos resultan incómodas las personas que hacen preguntas? ¿Impedimos a otras personas que puedan sentir, escuchar y ver a Jesús? O ¿nos acercamos, animamos, facilitamos y clarificamos el camino hacia Él? ¿Cuál es mi grito ante Jesús?

48 Muchos lo reprendían para que callara 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: –¡Hijo de David, ten compasión de mí! Para seguir a Jesús hay que ver. El reconocimiento de Jesús viene de l@s últim@s de la sociedad, de las personas “mal vistas”, de quienes están al borde del camino, de aquell@s a quienes algunos pretenden hacer callar. Un personaje marginal y secundario encarna actitudes y respuestas que no son capaces de ofrecer los que están cerca de Jesús.

49 Jesús se detuvo y dijo: –Llamadlo 49 Jesús se detuvo y dijo: –Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: ¡Ánimo, levántate, que te llama! Jesús siempre entra en relación con quien está al borde del camino. Se detiene, se preocupa de mirar e invita a ponerse en pie. Siempre tiene tiempo para quien necesita buscar, recibir, levantarse, retomar el camino, ver... El encargo va también para nosotr@s: ¡animad! ¡llamad! No dejéis a nadie tirad@ en la cuneta. Anunciad que estoy pasando.

¡Ánimo, levántate! ¿Sabes, Señor? Yo me pregunto si te agrada, si estás muy de acuerdo con que nos pongamos de rodillas, aunque sea ante el sagrario, aunque sea ante la cruz el día de viernes santo... yo me pregunto si no nos miras con más satisfacción, cuando nos ves de pie; si no es mejor una postura de adoración el estar de pie, no por un orgullo desafiante de quien no se doblega, ni baja la cabeza ni siquiera ante ti, sino porque es la postura a la que nos llama el Abba: la postura que tú pediste para toda persona... y por eso te mataron. Yo me pregunto, Señor, si esa postura tan reverente de ponernos de rodillas con la cabeza inclinada, no está reflejando una postura de estar curvados sobre nosotros mismos; de poder decir a Dios, mira, así estoy por ti (una forma de pasar facturas). Es cierto que, desde nuestro amor propio, nos resulta mucho más fácil arrodillarnos y bajar la mirada, que permanecer en pie y mirar a unos ojos que nos miran con una misericordia y amor infinitos. Yo creo que, si volvemos la mirada a ti, Jesús, que te jugaste la vida por poner a toda persona en pie (especialmente a los que estaban humillados), por decirnos qué y cómo es eso de ser hijos e hijas; si la volvemos al Abba, de entrañas de misericordia, que nos llama a ser hijas e hijos, la postura correcta, la verdadera postura de adoración y reconocimiento hacia ti, la que tú esperas, es el vernos de pie. Marta Zubía

50 Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús 50 Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: –¿Qué quieres que haga por ti? El manto representa a la persona. El ciego deja su vida pasada, se acerca a la luz y sigue a Jesús. Jesús hace a Bartimeo la misma pregunta que a los Zebedeos. La respuesta es diferente. La disposición del corazón de Bartimeo, contrasta con la de los Zebedeos. Aquellos querían sentarse a la derecha en el Reino. Bartimeo quiere dejar de estar sentado, quiere levantarse para seguir a Jesús. Jesús no da por supuesto lo que las personas quieren. Pregunta y escucha. Para enterarse de lo que necesitan las personas, es necesario aprender a recibir y escuchar las preguntas que formulan. Si no, corremos el riesgo de responder a preguntas que nadie hace o dar respuestas a lo que no interesa. Para poder servir y saber lo que l@s demás necesitan, hay que hacer la pregunta correcta: ¿qué quieres que haga por ti? Y esperar, respetar y escuchar lo que respondan. Como hace Jesús.

El ciego le contestó: –Maestro, que recobre la vista. El mendigo ciego pide orientación y luz. Empieza a ver con claridad, a percibir las cosas como son, cuando dialoga con Jesús y responde a su Palabra. Descubro ante Jesús mis cegueras. Las que me impiden ver y disfrutar, las que me llevan a confundir la realidad, las que no me dejan percibir los signos de los tiempos y el verdadero sentido de la vida, las que me paralizan al borde del camino... Mirando a Jesús aprendo a abrir los ojos y a ayudar a otras personas a que abren los suyos, a salir de sus cegueras.

52 Jesús le dijo: –Vete, tu fe te ha salvado 52 Jesús le dijo: –Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino. Jesús dice que es la fe, la plena confianza en él, la que da la vida, la que salva. El ciego no creyó por haber sido curado; fue curado por haber creído. Este curar no es sólo curación física, sino profunda transformación de los ojos y del corazón para una nueva andadura. Bartimeo es modelo de auténtic@ discípul@: testifica y proclama su fe, la traduce en oración perseverante y confiada, se libera de todo lo que impida un encuentro personal con Jesús y, con su luz, lo sigue con decisión y alegría en su camino.

Aquí estoy, Señor, como el ciego al borde del camino -cansado, sudoroso, polvoriento-; mendigo por necesidad y oficio. Pero al sentir tus pasos, al oír tu voz inconfundible, todo mi ser se estremece como si un manantial brotara dentro de mí. ¡Ah, qué pregunta la tuya! ¿Qué desea un ciego sino ver? ¡Que vea, Señor! Que vea, Señor, tus sendas. Que vea, Señor, los caminos de la vida. Que vea, Señor, ante todo, Tu rostro, tus ojos, tu corazón. Ulibarri, Fl. Al borde del camino