A Jesús en el desierto, que vence las tentaciones con la Palabra de Dios en su boca y en su corazón. Felicítale, porque con su victoria, él nos da la capacidad para superar toda tentación. Agradécele porque no sucumbió a las tentaciones y, desde entonces, con él nos sentimos fuertes.
Contempla a Jesús: radiante, lleno de gloria, plenitud de la Ley y de la Profecía, Hijo amado del Padre. Permanece ante él fascinado por el resplandor de su gloria. Dirige al Padre y a Jesús tus alabanzas: Te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias por tu inmensa gloria.
de verdadera penitencia. Contempla a Jesús que contradice los malos juicios sobre los demás, acusándoles de pecadores; a Jesús que nos invita a la conversión y a cambiar nuestra vida; a Jesús que nos invita a producir frutos de verdadera penitencia.
sobre todo, en el sacramento de la reconciliación. Contempla al Padre que me espera, me ama, me perdona, prepara el banquete de comunión y de fraternidad. A Jesús, que me acompaña en mis desvaríos y pecado, para motivar mi retorno al Padre. A la Iglesia, Madre y Medianera, que me ofrece el perdón y la amista con el Señor, sobre todo, en el sacramento de la reconciliación.
Posa tus ojos en Jesús: ¡qué ternura con la pecadora Posa tus ojos en Jesús: ¡qué ternura con la pecadora! También tú puedes sentirte así ante el Todo-misericordioso. Unas veces como acusador de otras personas y otras como receptor del perdón y de la amistad de Jesús. Pídele perdón por lo primero y dale gracias porque él siempre te acoge y te comprende. Siente que Jesús, rostro del Padre, te perdona siempre. Y te aconseja: Anda, camina, no peques más.
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