LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 1

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Transcripción de la presentación:

LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 1 CR 27 de 43 La humanidad de Cristo es el adecuado instrumento indisoluble- mente unido al Verbo para la obra salvífica. Es un instrumento vivo y racional, no inerte o pasivo. Cuanto más unido se está con Dios, más se participa de su bondad y más abundantes bienes se reciben. No hay unión más íntima con Dios que la unión en una persona divina. De ahí que Cristo en su humanidad esté lleno de los dones divinos: su naturaleza humana pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido (cfr. CCE 470). El Hijo de Dios no asumió aquellos defectos o li- mitaciones que dificultarían la obra salvífica (peca- do, ignorancia...). Sí asumió aquellas limitaciones de nuestra naturaleza que sirven al fin de la Encar- nación y que no son defecto moral (dolor...).

LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 2 CR 28 de 43 Santidad en el AT: alguien o algo es santo en sentido ontológico en la medida que está unido a Dios, le pertenece, y está destinado o consagrado a su servicio exclusivo (el Templo, el sábado, el pueblo de Dios...). En el NT, esta noción se enriquece con la de una participación en la vida divina por acción del Espíritu Santo que transforma al hombre interiormente, lo diviniza, lo purifica del pecado. En sentido operativo y moral se dice que es santo quien vive establemente la unión sobrenatural con Dios por la fe y el amor. Cristo es santo no sólo en cuanto Dios, sino tam- bién en cuanto hombre.

LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 3 CR 29 de 43 Por la unión hipostática, la humanidad de Cristo tiene la santidad infinita del Verbo. Así en cuanto hombre, Cristo es santo porque su humanidad está unida al Verbo y le pertenece. Ese don a la natura- leza humana de Cristo se llama “gracia de unión”. Cristo en cuanto hombre también es santo por la gracia habitual, conveniente porque su humanidad no es santa por sí misma ni se ha transformado en divina (distinción de las dos naturalezas). Llega a ser divina y santa por participación. Cristo tiene plenitud de gra- cia santificante porque la unión de su humanidad a Dios es la más estrecha imaginable. Jesús poseía la gracia con toda la perfección posible: con todos los efectos, virtudes, dones y operaciones que ésta puede tener y alcanzar. Todas las gracias que tienen los hom- bres provienen de Él. Esa plenitud se llama “gracia capital”.

LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 4 CR 30 de 43 La gracia diviniza al alma en su esencia. Esta divinización se extiende a las potencias del alma por las virtu- des sobrenaturales. Cristo en cuanto hombre está plenamente divinizado por la gracia habitual: por eso no podían faltarle las virtudes infusas en grado máximo y perfecto. Pero no tuvo aquellas virtudes que suponen en sí mismas alguna carencia o imperfección (fe: ya poseía la vi- sión de Dios; esperanza: ya tenía la unión con Dios; penitencia: no tuvo pecado). A causa de su plenitud de gracia, Cristo poseía los dones del Espíri- tu Santo en grado excelentísimo y eminente, y todos los carismas que han tenido los hombres para alguna misión de edificación de los demás (apóstoles, profetas, predicadores, doctores, pastores, etc.).

LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 5 CR 31 de 43 Jesús es santo también en sentido opera- tivo y moral: completa identificación de su voluntad humana con su voluntad di- vina, en lo grande y en lo pequeño. El Magisterio ha enseñado en varias ocasiones que Cristo no tuvo pecado, es “semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (ej.: Calcedonia, 451); y estuvo libre también del pecado original y del “fomes peccati”, por lo que en Él la sensibilidad estaba siempre per- fectamente subordinada a la razón (ej.: Constantinopla II, 553). Cristo no sólo no tuvo pecado de hecho, sino que era impecable, porque las acciones son de la persona. Si Cristo pudiera pecar, sería Dios quien pecaría. Además Cristo gozaba de la visión de Dios, que supone la imposibilidad de rechazar el Bien infinito.

LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 6 CR 32 de 43 Como Cristo tiene dos naturalezas perfectas, tiene dos modos de conocer, uno infinito y divino y otro humano. Conocimiento humano de Cristo Gaudium et spes 22: El Hijo de Dios “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre”. Tuvo ciencia adquirida (parte de los sentidos y de la experiencia), ciencia de visión (visión beatífica propia de los bienaventurados: Jn 8, 38: “Yo digo lo que veo en el Padre”) y ciencia infusa o proféti- ca (proviene directamente de Dios por la comuni- cación de algunas ideas a la mente humana).

LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 7 CR 33 de 43 La crítica histórica, el protestantismo liberal y el modernismo, han sostenido que Jesús padecía error en cuanto a la fecha del fin del mundo y en cuanto a la naturaleza de su mesianismo. Teorías condenadas por San Pío X (Enc. Pascendi, 1907). La existencia de un error en Cristo implicaría que no es Dios, que no es la Verdad. No tuvo ni error ni ignorancia. Padres: Cristo no ignoraba la fecha del fin del mundo, sino que ni quería ni debía revelarla. => CCE 474: “Lo que reconoce ignorar en este campo (cfr. Mc 13, 32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cfr. Hch 1, 7)”.

LLENO DE GRACIA Y DE VERDAD, 8 CR 34 de 43 A partir del siglo XX, especial interés por la conciencia que Jesús tenía de sí mismo: si se sabía Hijo de Dios y Mesías. Unos autores niegan que tuviera conciencia de su divinidad. Otros sostienen que desde una inicial ignoran- cia, iría poco a poco tomando conciencia de ser Hijo de Dios y Salvador del mundo. Jesús en su conciencia humana tenía un claro y verdadero conoci- miento de sí: Hijo de Dios venido al mundo para salvarnos. En NT se ve ya cuando tenía 12 años: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49). Además, nunca aparece un yo hu- mano de Jesús y otro yo del Hijo de Dios. Y Jesús utiliza a menudo la expresión revelada a Moisés, “Yo soy”, manifestando que es Dios.