Miguel-A. “En el supermercado”
Una anciana fue al supermercado, y puso en su carrito las latas más caras de comida para gato. Luego fue a pagar en la caja, y le dice, con orgullo, a la cajera: - ¡Sólo compro lo mejor para mi gatito!.
- Lo siento -le dice la cajera-, pero no le podemos vender comida para gato sin pruebas de que usted tenga gato. Muchos ancianos compran comida para gatos, y, por necesidad, luego, ellos mismos se la comen. El gobierno nos exige comprobar que los clientes, realmente, tienen gato.
La anciana se fue a casa, y volvió a la tienda llevando a su gato. Y, así, le vendieron la comida para gatos.
Al día siguiente, la anciana fue a la tienda a comprar un paquete de galletas para su perro. Se repitió la historia. La cajera, esta vez, le exige prueba de tener también un perro… alegando que muchos ancianos, por necesidad, a veces comen hasta comida para perros.
Frustrada, la anciana va a casa. Y regresa, trayendo a su perro. Finalmente, le dieron las galletas para perro.
Al siguiente día, la anciana llevó al supermercado una pequeña caja con un agujero en la tapa. Y le pidió a la cajera que metiera por allí su dedo. - ¡No! -replicó la cajera-. Quizá usted tenga un ratón. Usted tiene muchos animales. La anciana le asegura que allí no hay nada que muerda. Entonces, la cajera rápidamente mete y saca el dedo. - ¡Esto huele a mierda!.
Ahora, querida, ¿puedo comprar tres rollos de papel higiénico...?.