Entre las colinas vivía un hombre que poseía una estatua, cincelada por un antiguo maestro, la tenía ante su puerta, de cara al suelo, sin jamás prestarle atención.
Un día pasó ante la casa un hombre de la ciudad, un estudioso, y al ver la estatua, preguntó a su poseedor si la vendería.
El dueño respondió, riendo: «Por favor, ¿quién querría comprar esa piedra sucia y sin gracia?»
Te daré por ella esta moneda de plata, le dijo el hombre de la ciudad. Y el otro se quedó atónito y encantado. La estatua fue transportada a la ciudad, a lomos de un elefante. La estatua fue transportada a la ciudad, a lomos de un elefante.
Después de muchas lunas, el hombre de las colinas visitó la ciudad y, mientras andaba por las calles, vio una multitud delante de la tienda y un hombre que gritaba:
¡Entrad a contemplar la más hermosa, la más maravillosa estatua del mundo!, ¡sólo dos monedas de plata para admirar la más portentosa obra maestra!
Y, así, el hombre de las colinas pagó dos monedas de plata por entrar en la tienda a ver la estatua que él mismo había vendido por una sola moneda de plata.