Temas 4 Vida pública y libertad.
Los límites de la exigencia pública páginas 48 y 49 Todos los ciudadanos tenemos una serie de derechos y acceso a una prestación de servicios públicos (sanidad, educación, prestación por desempleo…), lo cual costeamos con nuestros impuestos. Asumimos que todos debemos contribuir al bien público; pero ¿cuánto?, ¿cuáles son los límites que podemos marcar y más allá de los cuales no estamos obligados a aportar? Este tipo de preguntas se hicieron muy relevantes en los siglos XVII y XVIII en buena parte de Europa.
Locke El poder de quien hace las leyes se termina allí donde acaba el bien público.
Locke Fue un filósofo inglés del siglo XVII Su propuesta se denomine «liberalismo». Defendió que si pertenecemos a una sociedad es para que proteja nuestra vida, nuestra libertad y nuestros bienes; por lo tanto, no puede quitarnos nada de eso. Pretende proteger la libertad de los individuos dentro del orden social. El poder de quien hace las leyes se termina allí donde acaba el bien público. Este límite marca su oposición al absolutismo: si los gobernantes quieren despojarnos de nuestros bienes, nos están declarando la guerra y tenemos derecho a defendernos. Locke inauguró la línea que conduce a las declaraciones de derechos humanos, puesto que mantenía que los seres humanos nacían libres, iguales e independientes «por naturaleza». Argumentaba que no se podía quitar nada de ello a un ser humano sin su consentimiento de manera que si se renunciaba a algunos derechos naturales, solo era a cambio de beneficios sociales: una vida cómoda, segura y pacífica que permitiese disfrutar de los propios bienes.
Rousseau Dado que quien va a tener que cumplir las leyes es el pueblo, solo él puede ser su autor. En último término, la soberanía pertenece al pueblo.
Rousseau Fue un filósofo francés del siglo XVIII También se preguntó: ¿cuáles son los límites del poder político? ¿hasta dónde estamos obligados a obedecer? En su opinión, dado que quien va a tener que cumplir las leyes es el pueblo, solo él puede ser su autor. En último término, la soberanía pertenece al pueblo y adquiere su sentido por la búsqueda del bien común. Opinaba que el bien común consiste en dos de los derechos que mencionaba Locke: la libertad y la igualdad. Por tanto, si esos son los objetivos de la sociedad, el fundamento del pacto por el que nos unimos a ella y nos comprometemos a obedecer, los gobernantes no pueden actuar contra ellos. Los legisladores tienen que ser capaces de entender qué es lo que le conviene al pueblo para proponer cuáles son los deberes que hay que cumplir para conseguirlo. ¿Cuál es, por tanto, el límite del poder público? Pues, por ejemplo, pueden pedirme que contribuya en la construcción de un hospital o de una vía públicos, pero no en la el chalet o del palacio de un ciudadano particular.
Kant El buen funcionamiento de una sociedad exige que para algunos de sus miembros cumplan ciertas órdenes encaminadas a lograr los fines públicos «no está permitido razonar, sino obedecer».
Kant Fue un filósofo alemán del siglo XVIII Kant defendía la libertad de pensamiento y de opinión para que los investigadores pudieran buscar, exponer y proponer todas aquellas ideas que sirviesen para mejorar la vida humana. No obstante, también sostenía que esa libertad no implicaba que alguien pudiera negarse a cumplir sus tareas profesionales, sus obligaciones adquiridas mediante un contrato con quien le ha encargado que desempeñe unas tareas determinadas. El buen funcionamiento de una sociedad exige que algunos de sus miembros cumplan ciertas órdenes encaminadas a lograr los fines públicos. En esos casos, «no está permitido razonar, sino obedecer».
Ejemplo Por ejemplo, los que trabajan en el gobierno, en una universidad o en una empresa comercial, no pueden criticarla públicamente a menos que renuncien a ella, porque sería cumplir con ese presupuesto que vulgarmente conocemos como “morder la mano que te da de comer”. Lo pueden hacer, sí, de forma privada, dirigiendo una carta al gobernador, rector o al gerente de la empresa comercial, donde le expresen sus reticencias o inconformidades, y luego seguir los propios cauces que la normativa de tal institución señalen, a menos que se encuentren frente a una autoridad despótica. En cambio, aquellos que no pertenecen a ese entorno laboral, pero que conocen de cerca su problemática, pueden hacer uso público de su razón para enjuiciarlo, señalando sus yerros e intentando con ello corregirlos.
Sócrates El respeto a la ley debe mantenerse incluso cuando se está en desacuerdo con ella. Pero esto no significa que no debamos intentar cambiar las leyes injustas.
Sócrates Fue un filósofo griego del siglo v a. C El ejemplo más notable de la historia de la filosofía en cuanto al compromiso con las leyes es muy anterior y lo encontramos en la vida de Sócrates, quien fue condenado injustamente a muerte pero se negó a huir cuando tuvo la oportunidad de escapar. Para justificar su rechazo, argumentó así a sus discípulos: una fuga es algo injusto y nunca debe cometerse una injusticia, ni siquiera como respuesta a otra. Si lo hiciéramos, siempre podríamos considerar que los demás actúan incorrectamente y justificar cualquier fechoría, de manera que no puede tolerarse ese procedimiento. El respeto a la ley debe mantenerse incluso cuando se está en desacuerdo con ella. Pero esto no significa que no debamos intentar cambiar las leyes injustas.
¿POR QUÉ SÓCRATES BEBIÓ LA CICUTA? La cuestión es que su actitud no gustaba a todos. Ya en democracia, en el año 400-399 a.C., algunos presentaron ante el tribunal de los Quinientos una acusación contra Sócrates en la que le culpaban de impiedad (no reconocer a los dioses que el Estado reconoce y de introducir otras nuevas divinidades). Es también reo del delito de corromper a la juventud. El castigo que se pide es la muerte. Sócrates fue condenado a beber la cicuta. Pudo haberse librado de la muerte con ayuda de sus amigos que le facilitaban la fuga, o aceptando una multa o el destierro, pero prefirió quedarse en Atenas y atenerse a la ley. Esta negativa implica que para Sócrates era menos importante salvar su vida que acatar las leyes. Según la ley ateniense el mismo acusado podía proponer una pena menor y los jueces votaban de nuevo. Pero Sócrates no estaba dispuesto a considerarse culpable.