************************ Vivo para ti, Señor, cuando vivo para mis hermanos, cuando tú eres el eje de todo lo que hago y orientas mis caminos para vivir descentrado, entregando mi vida donde es más necesario. si me muestro amable y cercano con todas las personas que están a mi lado y no me desentiendo de lo que les está pasando. si soy comprensivo y solidario con quien se ha dejado vencer por la debilidad y se ha equivocado, y doy nuevas oportunidades para que las relaciones deterioradas vayan sanando. si cultivo la vocación a la que me has llamado, cultivando los dones que en mí has sembrado para hacerlos fructificar con espíritu servicial y sacrificado. cuando vivo amando y perdonando. Perdón, Señor… porque me cuesta perdonar a quien me ha ofendido. por mis resentimientos, rencores y falta de cariño. por no saber pedir perdón ni reconocer los errores cometidos. por ser muy exigente con los demás y demasiado permisivo conmigo mismo. ************************ Enséñanos, Señor, a perdonar. Que la Iglesia sea casa de acogida y nunca lugar donde se hable de condenar. Que no falten en el mundo profetas que anuncien la buena noticia y construyan la paz. Que las víctimas de la violencia sean atendidas y acompañadas para que sus heridas puedan sanar. Que el sacramento del perdón nos ayude a descubrir la necesidad de convertirnos y mejorar. Que en las familias prevalezca el diálogo y el respeto sobre la ruptura y la agresividad. Que los que no saben o no pueden perdonar pongan en su corazón el horizonte que les lleve a cambiar. ¡Señor!, perdóname eso que sabes de mí mejor que yo mismo. Si nuevamente cometo una falta, Señor, concédeme de nuevo tu perdón. si, en mi deseo de aproximarme a Ti, mi corazón no ha sido tan ferviente como mis palabras. la indiscreción de mis apreciaciones, los extravíos de mi lenguaje, las tentaciones de mi corazón y los desfallecimientos de mi voz. ¡Señor!, presérvame de conocer la miseria por relegar tu riqueza. O de caer en el error a pesar de tu guía. ¡Señor!, trátame con tu perdón anteponiéndolo a tu justicia. Señor, no dejes que me convierta en víctima del orgullo cuando triunfo, o de la decepción cuando fracaso. Señor, hazme comprender que el estar dispuesto a perdonar es uno de los mayores signos de fuerza; y que el deseo de venganza es una de las manifestaciones de la debilidad. Señor, si he herido a mi prójimo, dame el valor de excusarme; si las personas me han hecho daño, dame el coraje del perdón. ¡Señor, si yo te olvido, no me olvides Tú! 24º Dom. T. O. Ciclo A Aprender a perdonar "Somos del Señor" Grupo Jésed https://youtu.be/4ZRs3d3PAPo DESTERRAR EL ENOJO Y EL RENCOR. Estamos hechos para vivir unos con otros y eso no siempre resulta fácil. Ofensas, rupturas, agresividad, debilidades, errores, malentendidos… llevan al deterioro de la convivencia. ¿Cómo actuar en esos casos? El sabio de la primera lectura nos recuerda algunas actitudes “hacia adentro” que debemos cultivar para afrontar las situaciones de desencuentro: dejar que en nuestro interior no se siembren ni arraiguen semillas de enojo, rencor, venganza, resentimiento, agresividad… Fácil de decir, pero difícil de cumplir. Y, sin embargo, sí podemos hacer una esfuerzo para “trabajar” y poner empeño en que esos sentimientos (que surgen casi de manera espontánea cuando alguien nos hiere) no llenen el espacio de nuestra vida, ni nos produzca más dolor, ni oculten y hagan desaparecer otros aspectos importantes. Puedo traer a mi memoria y a mi oración situaciones en las que alguien me ha hecho daño, poner nombre a los sentimientos que eso me ha provocado y pedirle a Dios que no me deje vencer por ellos para que no me dominen. SOMOS DEL SEÑOR. Pablo nos recuerda que vivimos POR y PARA el Señor. Todo lo que soy, lo que hago, lo que pienso, lo que amo, lo que siento, lo que busco, lo que proclamo… debe tener como eje y centro a Dios, configurando mi vida, dando “color” a mi existencia. Nuestra vida la recibimos del Señor y tenemos que ofrecérsela a Él. Y la mejor manera de concretarlo es viviendo para los demás. Si escucho, acojo, me entrego, comparto, me sacrifico, ayudo, animo, construyo, sirvo… estoy siendo del Señor. ¿Cómo ser más y mejor “del Señor” en este sentido? APRENDER A PERDONAR. Si el sabio de la primera lectura nos invitaba a mirar hacia adentro, Jesús nos llama a actuar “hacia afuera”. La prueba de que nuestro interior está “saneado” es si somos capaces de perdonar. Frente a la venganza sin límites, Jesús me habla de perdón sin límites. Difícil aprendizaje, pero necesario y fundamental para las relaciones y la convivencia. La parábola que cuenta Jesús plantea una serie de contrastes llamativos: la misericordia del rey frente a la dureza de corazón del “siervo sin entrañas”; la paciencia frente a la exigencia, la diferencia abismal entre las deudas de cada uno… nos recuerda algo a lo que somos muy propensos: la “ley del embudo” (lo ancho para mí, lo estrecho para el vecino, creer que yo tengo siempre derecho a ser perdonado y no reconocer que quien me hace daño tiene derecho a que yo lo perdone). Y otro mensaje muy importante para que medite: sólo quien descubre que ha sido perdonado tiene la capacidad de generar perdón. Sólo se va aprendiendo el perdón a partir de la relación con Dios. Quien aviva el encuentro con Dios se fortalece para perdonar. Perdonar no es “enterrar el hacha de guerra bajo la tierra del olvido”, ni es sepultar los recuerdos, ni crear un estado de “no agresión y no beligerancia”, sino comenzar a rehacer espacios de convivencia y de encuentro. Necesitamos perdonar y ser perdonados para recuperar lo perdido, restaurar lo dañado y sanar lo herido. Tomo conciencia de alguna realidad en la que me cuesta perdonar y ver cuál es la causa: imagen propia que ha quedado vulnerada, falta de confianza, deseo de afianzarme….
Salmo 102,1-2.3-4.9-10.11-12 R/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R/. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R/. No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. R/. Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R/. Lectura del libro del Eclesiástico (27,33–28,9): Furor y cólera son odiosos; el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.
a los Romanos (14,7-9): Ninguno de nosotros Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21-35): En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.» Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (14,7-9): Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.