La incertidumbre no es señal de desamor, y no es por descreer pues confiamos en Dios, cuyo obrar obra aquí –la cotidianidad– pero no suele ser ni “evidente” ni “ya”.
Pues las cosas que Dios siembra en el corazón germinándonos van como latente amor, aunque sin nitidez pues no es patente aún cómo y cuando ha de ser que al fin verán la luz...
MADRE, ENSÉÑANOS TÚ LA HUMILDAD DEL “CREER”: CLAROSCURO DE LUZ, SABER SIN SABER-BIEN. SIN POSEER, YA ROZAR. SABOREAR, A LA VEZ, –AMARGURA Y DULZOR– “NO SÉ CÓMO” Y “AMÉN”
Oh María, cómo es este ver y no-ver, gestar... sin ya abarcar todo el “cómo” y el “qué”... Y a la vez apostar confiando cien por cien, seguros... porque Dios. Con temblor y con fe.
Fe, invisible cordón con que nos nutre Dios, hasta abismos cruzar por creer en su voz. Don traslúcido y fiel. Certidumbre interior –pero nunca un saber tal como es “dos más dos”...
Superados por Dios dejarnos superear. Abrumados de amor, aceptar y esperar. Y con fe muda quedar –sin mucha explicación– ante el lógico que exija explicación...