Miguel-A. 162 seg. (R. Alarcón) “¿Somos pobres?”
Se dice que el dinero no da la felicidad (y se añade), pero ayuda a conseguirla. Lo primero es muy cierto, aunque queda puntualizado por lo segundo, que es reflejo de una natural tendencia humana: nadie es pobre voluntariamente. Recuerdo, de niño, cómo mirábamos a los gitanos nómadas (que por no sé qué ley no podían quedarse más de tres días en el mismo campamento) que venían por las poblaciones rurales. Aquellos niños, desnudos, sucios, y despeinados, que dormían debajo del carro, al calor de una hoguera, llevaban una sonrisa de oreja a oreja... y nos hacían muecas de desprecio, mientras los mirábamos extasiados. También nosotros éramos pobres, pero, al menos, teníamos ropa y casa.
En una ocasión, el padre de una familia muy rica, que vivían en una enorme casa, llevó a su hijo a pasear por el campo, con el propósito de que el muchacho viera cuán pobres eran los campesinos.
Ambos pasaron un día y una noche, completos, en la destartalada casita de una familia muy pobre.
Cuando regresaron a casa, en su lujoso automóvil, el padre le preguntó al muchacho: - Hijo, ¿qué te ha parecido el viaje?. - ¡Muy bonito, papi!. - ¿Has visto qué pobre puede ser la gente?. - ¡Sí! -respondió el niño. - ¿Y qué has aprendido, hijo? - insistió el padre.
- He visto -dijo el muchacho- que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que llega hasta la mitad del jardín, ellos tienen un río que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. El patio nuestro llega hasta la verja, ellos tienen todo un horizonte por patio.
El padre se quedó mudo ... Y su hijo agregó: - ¡Gracias, papi, por enseñarme lo pobres que somos!.