NUESTRA SANTIFICACIÓN N° 2.

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Transcripción de la presentación:

NUESTRA SANTIFICACIÓN N° 2.

Ahora el apóstol Pablo ofrece otros detalles sobre como lograr NUESTRA SANTIFICACIÓN desde el verso 4-8. Verso 4. «que cada uno de vosotros sepa como poseer su propio vaso en santidad y honor» Note que la responsabilidad es de "cada uno de vosotros" los cristianos. Cada uno, en particular, debe "poseer su propio vaso en santidad y honor". Esto, por supuesto, incluye a hombres y mujeres, porqué Pablo habla en sentido general refiriéndose a la iglesia, «cada uno de vosotros». Recuerda 1 Cor.6:18, «Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo» la fornicación es un pecado contra nuestro propio cuerpo; así pues, el "propio vaso" que dice Pablo aquí es el propio cuerpo de uno. Cada creyente, hombre o mujer es responsable ante Dios de "poseer su cuerpo en santidad y honor".

¿o acaso, sólo los hombres fornican? Esto se refiere, por supuesto, al dominio propio, esa gracia espiritual que debe permear todas nuestras acciones. Yo soy responsable ante Dios y los hombres de hacer un uso santo y honorable de mi propio cuerpo, como usted, sea hombre o mujer; ¿o acaso, sólo los hombres fornican? Hay pecados que son propios del sexo masculino, como aquel de mirar a una mujer para codiciarla, pero aquí se trata del uso santo y honroso que todos los creyentes debemos dar a nuestro propio cuerpo.

El apóstol señala en 1 Cor El apóstol señala en 1 Cor.6:12-20, que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Específicamente nos dice que "el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo". Que "el que se une al Señor, es un solo Espíritu con él" (13, 17). En 1 Cor.7:2 el apóstol Pablo se dirige no sólo a los hombres, sino también a las mujeres: "pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido". Nuestro cuerpo es para el Señor, por tanto, se nos exhorta a hacer un uso santo y honroso del mismo. Hacer un uso santo y honroso de nuestro cuerpo tiene que ver -EN EL SENTIDO NEGATIVO- con el apartarse de toda contaminación, impureza e idolatría. Y POSITIVAMENTE, con el empleo de nuestro cuerpo para la gloria de Dios, como les escribe el apóstol Pablo a los corintios: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios" (1 Cor.6:19,20).

Existe una línea divisoria movible -según el concepto de los hombres- para separar lo que es santo de lo que es pecaminoso. Para unos, comer en un restaurante el domingo es pecaminoso. Para otros, ver películas pornográficas en la TV no es pecaminoso. Es tergiversada la línea divisoria, siempre forzándola y sacándola de su correcta trayectoria, la cual es trazada por la Palabra de Dios.

En la Palabra de Dios se nos manda a apartarnos de toda contaminación de carne y de espíritu. "No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué asociación tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué armonía Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué concordia entre el santuario de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el santuario del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os acogeré, y seré a vosotros por Padre, y vosotros me seréis por hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor del Señor« (2 Cor.6:18-7:1).

¡Qué hermosas razones nos presenta el Espíritu Santo para motorizar el perfeccionamiento de nuestra santidad en el temor del Señor! Las promesas de Dios de habitar y andar en medio nuestro, de ser nuestro Dios y nosotros su pueblo, de acogernos y ser nuestro Padre y nosotros sus hijos. Esas son las razones presentadas por el apóstol para inducirnos a no unirnos en yugo desigual con los incrédulos, a salir de en medio de ellos, a apartarnos, a limpiarnos de toda contaminación de carne y de espíritu, y es de esta manera que perfeccionaremos nuestra santidad en el temor del Señor. Pero no sólo de los incrédulos se nos manda a apartarnos sino también de toda persona que "llamándose hermano, sea fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aún comáis" (1 Cor.5:11).

Cada uno de vosotros ha de ejercer dominio propio a fin de mantenerse puro para el Señor. En el Verso 5 continúa diciendo el apóstol: "...no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios;" Aquí hay dos palabras importantes para resaltar: 1), La pasión es ese deseo vehemente por alguna persona o cosa, es la emoción intensa que se sufre por una cosa. 2), La concupiscencia es la lascivia, los deseos codiciosos, las inclinaciones características de nuestra naturaleza pecaminosa que se ocupa en actuar en contra de la ley de Dios. Cuando somos tentados es, precisamente, de nuestra propia concupiscencia.

Quisiéramos poder decir -y no falta quien así lo haga, como lo hizo Adán y Eva- que la causa de nuestro pecado o de nuestra caída reside en alguien fuera de nosotros, sea Satanás o alguien más; y a menudo estamos condenando a los demás por la supuesta "provocación", pero la Escritura nos enseña claramente que es de nuestra propia concupiscencia que somos atraídos y seducidos; por tanto, debemos luchar contra los deseos pecaminosos que batallan contra el alma. Nuestra manera de conducirnos no puede ser jamás semejante a la de los incrédulos, los que no conocen a Dios. No los imitemos, no nos conformemos a este siglo, porque somos de Dios. Muchos cristianos en este tiempo, a la verdad, decepcionan. Porque no hay ninguna diferencia en su estilo de vida con los incrédulos, excepto en el nombre…..

El mandamiento y advertencia del apóstol al respecto es... Verso 6. "que ninguno agravie ni defraude en este asunto a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado solemnemente". Cometemos agravio y fraude contra el hermano cuando no ejercemos dominio propio sobre nuestras pasiones y deseos codiciosos. Cuando el deseo intenso por lo prohibido nos domina. La palabra hermano aquí podría significar no exclusivamente hermano en la fe sino nuestro prójimo, quienquiera que sea. Agraviar a alguien es hacerle daño, perjudicarle, ofenderle, injuriarle, propasarse con esa persona. Defraudar a alguien es engañarle. El caso es que la persona ha depositado su confianza en nosotros, se ha hecho nuestro confidente, nos ha abierto las puertas de su hogar, la persona no se cuida de nosotros; pero entonces, damos riendas sueltas a las bajas pasiones y le ofendemos con alguna propuesta o conducta deshonesta; hemos venido a ser un fraude para esa persona.

Dios y el mundo espera de nosotros integridad en el carácter, que seamos personas de una sola pieza, no ambivalentes (en la iglesia y en el mundo), no de doble ánimo (sirviendo al Señor y a sus propios intereses); que seamos personas sinceras y confiables. Si no ejercemos el dominio propio vamos a defraudar a mucha gente. Pero, como en todas las cosas que hacemos, y como cada uno ha de dar cuenta ante el Señor por sus propias acciones, y los juicios del Señor están cayendo efectivamente para disciplinar también correctivamente a su pueblo, el apóstol les recuerda que "el Señor es vengador de todo esto". Además, les hace doblemente responsables, porque ellos no ignoraban estas cosas. Pablo no les está hablando por primera vez, ni ellos son incrédulos. Fielmente el apóstol les había enseñado la doctrina, no se trataba de algo que los tesalonicenses no supieran, porque habían aprendido de las instrucciones recibidas del apóstol, fueron hechos conscientes de la sana doctrina que nos enseña a vivir santamente; se les dijo solemnemente que el Señor es vengador de toda obra mala. Una comunicación del evangelio que no enfatice el deber de vivir santamente y refiera la disciplina del Señor será defectuosa.

De nuevo, el apóstol refiere lo que ha sido y es la voluntad de Dios para nosotros Verso 7. "Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación". Note que el apóstol emplea la palabra inmundicia, como lo opuesto a santificación. ¿Qué es inmundicia? Inmundicia es suciedad, basura, impureza, deshonestidad. La fornicación y las pasiones desordenadas, los deseos codiciosos, son suciedad ante los ojos de Dios, porquería, basura. De allí nos sacó el Señor mediante su llamamiento santo. De nuevo se nos refiere -como cerrando el círculo- que la voluntad de Dios es nuestra santificación. Y esa voluntad de es soberana. Dios todo lo que ha querido hacer con nosotros, lo ha hecho.

Por tanto, no seamos necios, no nos volvamos como el perro a su vómito o la puerca lavada al revolcadero, a practicar los pecados que antes cometíamos. Vivamos como nos conviene conducirnos y agradar a Dios, actuando en consonancia con sus principios de santidad y justicia. Tengamos cuidado de no ser de los que desechan el consejo apostólico, porque aunque sea comunicado por hombres falibles, se trata del mandamiento de Dios para nosotros. No olvidemos que el Señor es vengador de todo esto.

Verso 8. "Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo". Hermanos, debemos ser honestos y admitir nuestra falta de interés y esfuerzo por retener la enseñanza que se nos comunica a través de la predicación. Es probable que unos cuantos minutos después de haber oído el mensaje ya no nos acordamos ni siquiera del tema. La falta de memoria se debe a la falta de atención. ¿Por qué, muchas veces, olvidamos el nombre de una persona que nos fue presentada? Porque al momento de ser presentada no pusimos atención al nombre que se nos dijo. Indica que estamos concentrados en otra cosa.

El cuidado que debemos tener al escuchar la predicación es enfatizado aquí, y el Señor no quiere que menospreciemos su Palabra por el hecho de que sea comunicada por medio de instrumentos humanos, porque aunque el Señor está empleando a hombres, es él quien está dando su palabra, y esto también hemos de creerlo por fe. El mismo Señor y los apóstoles no cesan de llamarnos la atención acerca de mirar bien cómo oímos. No sólo estar presentes, sino prestar toda la atención que se nos demande. No sólo oír con los oídos físicos, sino oír para obedecer. "El que tiene oídos para oír, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias«. Dice Dios al final de cada mensaje a la siete iglesias, lea (Apoc. 2:7,11,17,29, etc). Por tanto, la responsabilidad es de todos y cada uno de nosotros, oír, o no oír, obedecer o no obedecer.

¿En qué otro lugar usted espera ser instruido o edificado para la vida que agrada a Dios sino a los pies de los ministros del Señor? Pero, hay quienes menosprecian a los siervos de Cristo, sin percatarse de que al mismo tiempo están menospreciando al Señor. Hay iglesias en donde la predicación ocupa un lugar de poca importancia; forzosamente le han dejado unos cuantos minutos, y debido a ese mismo menosprecio por la palabra, ese sentir contrario a la predicación de la palabra, los predicadores han cambiado de serios a cómicos; en lugar de seria predicación, el tiempo se emplea en otros asuntos, en formas de adoración inventadas por los hombres; en programas basados en la publicidad mundana para atraer a la gente del mundo.

Hermanos, aquí debemos venir a exponernos ante la palabra de Dios, pero no como un acto o ritual religioso que tenga alguna operación subjetiva o extra-sensorial para santificarnos. La palabra de Dios predicada entra por los canales normales de nuestro ser, por el oído, y es captada por nuestro entendimiento, que ha sido abierto por el Espíritu Santo. Es el Espíritu que aplica la Palabra de Dios a nuestro espíritu. Pero, hermanos, es algo verdaderamente triste y digno de lamentar observar cómo personas que debido al tiempo transcurrido deberían ser ya maestros, pero se conducen como niños; todavía tienen necesidad de leche espiritual. Todavía hay que referirles los primeros rudimentos de las palabras de Dios, porque tienen necesidad de leche, y no de alimento sólido.

Como exhorta el escritor a los Hebreos: Hermanos, "Vayamos adelante hacia la madurez". Es la palabra de Dios puesta por obra, obedecida y cumplida en cada uno de nosotros lo que nos puede santificar y disfrutar de una vida victoriosa. Leamos Stgo.1:21-25. Hay una tendencia natural a menospreciar la palabra predicada. Hay , por tanto, el peligro de ser una persona de apariencia religiosa, pero en quien la palabra de Dios no está haciendo la obra de santificación porque sencillamente no se pone por obra. A los mismos hermanos tesalonicenses el apóstol tiene que decirles nuevamente en el cap.5:20 "No menospreciéis las profecías". Hermanos, repito la exhortación del apóstol Santiago aquí "Recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas". Mi oración es que este tema nos haga reflexionar sobre la necesidad de buscar la santidad en nuestras vidas. Amen. Dic.15/013.