Nos encontramos ante un himno, tomado del capítulo 19 del Apocalipsis y compuesto por una secuencia de aleluyas y de aclamaciones. + Detrás de estas.

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La proclamación de la realeza del Señor es asociada en este himno a dos acontecimientos decisivos de su obra salvífica: la creación y el juicio (v.
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Transcripción de la presentación:

Nos encontramos ante un himno, tomado del capítulo 19 del Apocalipsis y compuesto por una secuencia de aleluyas y de aclamaciones. + Detrás de estas gozosas invocaciones se halla la lamentación dramática entonada en el capítulo anterior por los reyes, los mercaderes y los navegantes ante la caída de la Babilonia imperial, la ciudad de la malicia y la opresión, símbolo de la persecución desencadenada contra la Iglesia.

En antítesis con ese grito que se eleva desde la tierra, resuena en el cielo un coro alegre de ámbito litúrgico que, además del aleluya, repite también el amén. Las diferentes aclamaciones en el texto del Apocalipsis se ponen en labios de personajes diversos. +Por último, se eleva la voz de un solista (cf. v. 5), el cual, a su vez, implica en el canto a la «multitud inmensa» de la que se había partido (cf. vv. 6-7). +Luego, se distingue la voz de los «veinticuatro ancianos» y de los «cuatro vivientes», figuras simbólicas que parecen los sacerdotes de esta liturgia celestial de alabanza y acción de gracias (cf. v. 4). +Ante todo, encontramos una «multitud inmensa», constituida por la asamblea de los ángeles y los santos (cf. vv. 1-3).

a) Comienza este grandioso y festivo himno de alabanza entonado por muchas voces con esta antífona: «La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos» (vv. 1-2). + En el centro de esta invocación gozosa se encuentra el recuerdo de la intervención decisiva de Dios en la historia: el Señor no es indiferente, como un emperador impasible y aislado, ante las vicisitudes humanas. Como dice el salmista, Dos anotaciones: «El Señor tiene su trono en el cielo: sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres» (Sal 10,4).

a) Más aún, su mirada es fuente de acción, porque él interviene y destruye los imperios prepotentes y opresores, abate a los orgullosos que lo desafían, juzga a los que perpetran el mal. + Nuestra oración, entonces, sobre todo debe invocar y ensalzar la acción divina, la justicia eficaz del Señor, su gloria, obtenida con el triunfo sobre el mal. + El autor del Apocalipsis había evocado en el capítulo anterior (cf. Ap 18,1-24) la terrible intervención divina con respecto a Babilonia, arrancada de su sede y arrojada al mar. Nuestro himno alude a esa intervención en un pasaje que no se recoge en la celebración de las Vísperas (cf. Ap 19,2-3).

Queremos poner de relieve otro tema de nuestro cántico. Se desarrolla en la aclamación final y es uno de los motivos dominantes del mismo Apocalipsis: «Llegó la boda del Cordero; su Esposa se ha embellecido» (Ap 19,7). Cristo y la Iglesia, el Cordero y la Esposa, están en profunda comunión de amor.

Aleluya. La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, (R. Aleluya.) porque sus juicios son verdaderos y justos. R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya. Alabad al Señor, sus siervos todos, (R. Aleluya.) los que le teméis, pequeños y grandes. R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, (R. Aleluya.) alegrémonos y gocemos y démosle gracias. R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya. Llegó la boda del Cordero, (R. Aleluya.) su esposa se ha embellecido. R. Aleluya, (aleluya).

Nosotros, desterrados también y lejos del reino, celebramos, cada domingo, el triunfo de la humanidad, inaugurado por la resurrección de Jesucristo, y nos sentimos incorporados en este mismo triunfo y partícipes de él, como la esposa asociada a la gloria de su esposo.

Este cántico nos hace participar también, ya en esta vida, de aquella adoración en espíritu y en verdad, de la que viviremos eternamente; y de la cual el domingo es como un anuncio y pregustación.

ORACIÓN Te glorificamos, Señor Jesucristo, Dios nuestro y Dueño de todo, y te damos gracias porque con tu victoria pascual has embellecido a tu Esposa, la Iglesia; haz que sepamos alegrarnos siempre en tu triunfo y que un día lo contemplemos, por los siglos de los siglos. Amén.