Por esa página del Evangelio hemos nacido, es decir, para llevar la unidad en el mundo, la unidad con Dios y la unidad entre todos los hermanos. ¿Pero como se hacía para llevar la unidad? Lo habíamos entendido: era necesario amarse recíprocamente para que Cristo estuviera siempre en medio de nosotros. Y, debido a que Él estaba allí, era como una alegría nunca antes conocida, una nueva paz, un nuevo ardor; su luz que nos guiaba. Y, porque Jesús estaba entre nosotros, la gente alrededor adquiría o recuperaba nuestra propia fe; personas de todas las edades, de todas las categorías sociales, de todas las vocaciones. Se empezaba a realizar el sueño de Jesús, implorado al Padre antes de su muerte: “Padre, que todos sean uno”. Todavía estábamos en la Segunda Guerra Mundial en Trento (Italia). En los refugios, ayudados por la luz de una vela, abrimos el Evangelio. Un día leemos esta frase en el Evangelio de Juan: "Que todos sean uno" Y yo dije: "Este es nuestro programa: viviremos en el mundo para que todos sean uno" Vivimos así… El programa: la unidad CHIARA LUBICH El capítulo 17 de Juan es una larga oración que Jesús le dirige al Padre poco antes de morir. Sabe que está pidiendo lo que más le importa a Él, pues Dios había creado a la humanidad como familia suya, con la cual compartir todo bien, su misma vida divina. Toda familia lleva la huella de los padres. Lo mismo la familia creada por Dios. Cuando creó a la humanidad, la modeló a su imagen y semejanza e imprimió en ella su misma capacidad de relación, de modo que cada persona viva en la entrega recíproca de sí. El modelo de nuestra unidad es nada menos que la unidad existente entre el Padre y Jesús. PAROLA DI VITA | 11 «…para que todos sean uno». (Jn 17, 21) “Trato de hacer mío, todos los días, el sueño de Jesús: la unidad” ¿Cuál puede ser, entonces, nuestra aportación al cumplimiento de esta oración que Jesús hace al Padre? Ante todo, hacerla nuestra. Podemos prestar labios y corazón a Jesús para que continúe dirigiendo estas palabras al Padre y repetir cada día con confianza su oración. Si este es el sueño de Dios, queremos que sea también nuestro sueño. De vez en cuando, antes de cualquier decisión, de cada elección, de cada acción, podríamos preguntarnos: ¿sirve para construir la unidad? Y podríamos acudir allá donde las desuniones sean más evidentes y cargar con ellas, como hizo Jesús. “¿Dónde puedo ser el portador de la unidad: en la familia, en la escuela, con los amigos?” Pueden ser roces en la familia o entre personas que conocemos, tensiones que se viven en el barrio, desacuerdos en el trabajo, en la parroquia, entre las Iglesias. No huyamos de las discordias e incomprensiones, no permanezca- mos indiferentes; llevemos allí nuestro amor a base de escucha, de atención al otro, de compartir el dolor que brota de esa herida. Y sobre todo, vivamos en unidad con todos los que estén dispuestos a compartir el ideal de Jesús y su oración, recordando que «es mejor lo menos perfecto en unidad antes que lo más perfecto sin unidad». ME COMPROMETO A : LA UNIDAD ALLÍ DONDE ESTOY LLEVAR