Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí
Es ofrecer aquel servicio de orientación y discernimiento, que implica ante todo un acercamiento fraterno. Acompañar es: “caminar con” “ ayudar a caminar” “estar con”. Es ayudar al joven a descubrir la llamada que Dios le hace y responder a ella. El discernimiento no es solo un proceso psicológico; es sobre todo, un proceso de fe por el que se intenta captar la autenticidad de la vocación Por “proceso” queremos entender la historia del individuo. Por eso el discernimiento no es una simple consulta, sino un proceso en el que la persona se compromete a seguir, con alguien que le ayuda, a hacerse consciente de las llamadas de Dios y a responder a ellas.
Es un seguimiento personalizado que el acompañante hace de aquellos jóvenes que están viviendo un proceso de fe a través de los medios concretos para hacer mas conciente su asimilación del proceso. Ayudar al joven a reconocer el proyecto de Dios en su vida.
No es una confesión No es dirección No es una amistad entre iguales No es psicoterapia No es una simple ayuda
Un medio para identificarse con Cristo, Debe ser siempre una llamada a enfrentarse personalmente con la propia conciencia; y también y ante todo, un estímulo para la práctica efectiva del bien. En este acompañamiento no se trata de imitar a la persona que acompaña (aunque el buen ejemplo acerque tanto a Cristo), sino de imitar a Cristo, mediante el aliento del que acompaña. Por eso el acompañante debe huir de cualquier tipo de personalismo “Los que conducen las ovejas de Cristo como si fuesen propias y no de Cristo, demuestran que se aman a sí mismos y no al Señor”. San Agustin Debe ser, además, aliento en los momentos difíciles, luz en momentos de confusión y consuelo en el dolor
¿Qué persona puede acompañar espiritualmente? Puede ser un sacerdote (especialmente en cuestiones morales o de fe), un religioso o un laico: personas con buena formación y con una intensa vida cristiana. ¿Qué actitud conviene tener el acompañamiento espiritual, para aprovecharla bien? Una actitud de humildad, de sinceridad plena, sin dejarse llevar por la vanidad de "quedar bien". ¿Por qué ese reparo de verte tú mismo y de hacerte ver por tu directoral y como en realidad eres?
según el consejo de San Juan de la Cruz, debe "considerar bien entre qué manos se pone, porque tal sea el maestro, tal será el discípulo; tal sea el padre, tal será el hijo". Y añade: "No sólo el director debe ser sabio y prudente sino también experimentado... Si el guía espiritual no tiene experiencia de la vida espiritual, es incapaz de conducir por ella a las almas que Dios en todo caso llama, e incluso no las comprenderá"
Se suele hablar de lo que sirva para mejorar en: el trato personal con Cristo la profundización en la fe la santificación del propio trabajo el mejoramiento del trato con los demás un mayor sentido de responsabilidad espíritu de servicio, justicia, solidaridad, etc. un mayor espíritu de comunión eclesial afán evangelizador, etc.
El Diálogo En esas conversaciones se habla de lo que más preocupa a la persona en ese momento, pero siempre con fines espirituales, atento a lo que el Espíritu Santo dice en el alma. Se conversa de lo que ayude a una comprensión viva del Evangelio, que cada uno debe aplicar en su propia vida. Se ayuda al otro a que vea los reveses y desgracias con mayor visión sobrenatural, sabiéndose hijo de Dios. En consecuencia, el acompañamiento espiritual no es un dictado de conductas, sino una ayuda para vivir en cada circunstancia con el amor y la libertad de los hijos de Dios.
Escuchar a fondo Escuchar es decir lo esencial. Modera tu impaciencia de “ir al grano”. Al grano se llega después de labrar, sembrar y regar, cosas más difíciles que cosechar. Comprender no es satisfacer un deseo sino descifrar un significado. No es hacer caso, sin más, o dar consuelos, sino descubrir juntos lo que pasa, buscarle sentido. Y cuando esto ocurre, nuestro interlocutor nota unas ganas irreprimibles de mejorar. Compartir un problema es más difícil que resolverlo. Y más necesario. Pues para afrontarlo nadie te pide imposibles, para compartirlo muchas veces sí. La solución depende de tu talento, la solidaridad, en cambio, de tu fe.
Dar y recibir consejo Hay dos modos de aconsejar a quien sufre: “quitar importancia” o “dar sentido”. “Quitar importancia” es ayudar al amigo a distanciarse del problema, verlo fríamente, con objetividad, sin dejar que el sentimiento o la soberbia lo distorsionen. El que así aconseja lo que valora principalmente es la objetividad. Quien “da sentido”, en cambio, se involucra en el problema del otro hasta el punto de sufrirlo con el: ¿Quién desfallece que yo no desfallezca? Aconsejar a alguien es sobre todo encontrarlo, dar con él, llegar al lugar de su alma, a ese paraje inaccesible del que no sabe salir por sí sólo. El consejo no elimina jamás la responsabilidad personal: cada persona debe decidir siempre por cuenta propia, cara a Dios.
Cuando callo, ¿no ves que lo que quiero, obviamente, es hablar? Cuando me muestro frío y distante, ¿no es acaso para mendigar ternura? Cuando te vuelvo la espalda indiferente, ¿es que no me sientes llamando a tu puerta? Cuando te mando a lejos, irritado ¿no es eso pedirte, franca y directamente, que te quedes? ¿Cómo es que no te das cuenta? ¿No tienes ojos en la cara? ¿Cómo pasas por alto lo evidente, lógico y natural?