Cuenta la leyenda que en tiempos de Rómulo, primer rey de la futura ciudad ( a.C.), la falta de mujeres llevó a los romanos a raptar las de sus vecinos, los sabinos. Éstos, enfadados, atacaron a los romanos, que se refugiaron en la colina fortificada del Capitolio. Una mujer, Tarpeya, ofreció a los sabinos abrirles las puertas de los muros a cambio de lo que ellos llevaban en su brazo izquierdo, refiriéndose a unos brazaletes de oro. Cuando les dejó pasar, ellos la mataron con sus escudos, que sostenían con el mismo brazo: los sabinos, según este relato, no apreciaban a los traidores La guerra terminó con acuerdo entre romanos y sabinos, pero el lugar donde murió Tarpeya, una roca, tomó su nombre. En ciertas ocasiones, algunos condenados por traición eran lanzados al vacío desde allí

En el año 509 a.C. Sexto Tarquinio, hijo de Tarquinio el Soberbio, entra en la casa de su primo Tarquinio Colatino. Va a la habitación de Lucrecia, esposa de aquél, y le dice: Tace, Lucretia. Sextus Tarquinius sum. Moriere si emiseris vocem (“Calla, Lucrecia. Soy Sexto Tarquinio. Si dices una palabra, morirás”). A continuación, la viola. Luego, ella manda llamar a su marido, que estaba con el ejército romano en una guerra, y a su padre. Les dice que se va a matar, puesto que, aunque contra su voluntad, ha sido deshonrada; pero les hace prometer venganza contra Sexto Tarquinio y la familia real. Los dos hombres hacen venir a un patricio prestigioso, Lucio Junio Bruto, matan a Sexto Tarquinio y proclaman al pueblo romano la abolición de la Monarquía. Cuando el rey, que también estaba en la guerra, quiso volver a Roma, encontró sus puertas cerradas. Acababa de comenzar la República

Pero el rey no se conformó. Fue a Etruria, región situada al norte de Roma de donde procedía su familia, y consiguió la ayuda de Lars Porsena, que armó un ejército contra Roma. Los romanos quisieron cortar el puente sobre el río Tíber que daba acceso a la ciudad. El puente era de madera, y dice la tradición que mientras algunos soldados lo rompían, un solo hombre, Horacio Cocles, mantuvo a raya a los etruscos Poco después un joven romano, Gayo Mucio, entró a escondidas en el campamento etrusco para matar a Porsena. Capturado, para demostrar el poco miedo que tenía a la muerte, metió la mano izquierda en un brasero y permaneció impasible mientras se quemaba. Fue apodado Scaevola, que en latín significa “zurdo”

El 16 de julio del año 390 a.C. un ejército extranjero entró en Roma por última vez en 800 años. Fueron los celtas del norte de Italia, que los romanos llamaban galos. Se dice que una vez tomada la ciudad, el líder galo Brenno exigió un pago: colocó gran cantidad de armas en el plato de una balanza, y mandó que los romanos depositasen suficiente oro en el otro plato para equilibrarla. Cuando así se hizo, añadió su espada al plato del hierro, proclamando: Vae victis!, que en latín quiere decir “¡Ay de los vencidos!”

A principios del s. III a.C. Roma estaba empeñada en conquistar el sur de Italia, en manos de ciudades griegas muy ricas, pero sin ejército. Por ello compraron la fuerza armada de Pirro, rey del Epiro (actual Albania). Éste contaba con elefantes, nunca vistos por los romanos, que perdieron el primer combate. Se dice que Pirro examinó el campo de batalla tras la lucha y vio que todos los romanos muertos habían sido heridos de frente, y no de espaldas, por lo que se dio cuenta de la valentía de su enemigo. Poco después, era vencido por los romanos y volvía a su reino

Entre 264 y 241 a.C. Roma mantuvo con Cartago la primera de tres guerras. Hubo varias batallas navales, y en una de ellas el almirante romano Claudio Pulcro quería atacar a la flota cartaginesa en Sicilia. Pero antes de entrar en combate, los sacerdotes debían comprobar la voluntad de los dioses mediante la observación de unos pollos sagrados. Interpretaron como un mal augurio que no quisiesen comer, con lo que los planes de Claudio estaban en peligro. Enfadado, tiró los pollos por la borda diciendo: Bibant, si edere nolunt! (“¡Si no quieren comer, que beban!”). Por cierto, perdió la batalla, pero Roma ganó la guerra

A mediados del s. II a.C. Roma había derrotado definitivamente a Cartago y se había hecho con su territorio, en el que se incluía la costa mediterránea de Hispania. Las tribus del interior hostigaban a los romanos de vez en cuando. Un líder muy obstinado fue Viriato, de Lusitania (gran parte del actual Portugal y Extremadura). Entre 149 y 139 a.C. fue muy molesto para Roma. Todo acabó cuando tres hombres de Viriato ofrecieron a los romanos su asesinato. Tras llevarlo a cabo, reclamaron una recompensa, pero los romanos decidieron ejecutarlos. Al no comprender ellos la medida, les dijeron: “Roma no paga a traidores”

En 62 a.C. Gayo Julio César era Pontifex Maximus, es decir, el jefe de la religión romana. Un joven romano, Publio Clodio, fue descubierto disfrazado de mujer en medio de unos ritos reservados a féminas. Saltó el escándalo y se rumoreó que Clodio mantenía relaciones con la esposa de César, Pompeya. César disculpó públicamente a su mujer, pero al poco se divorció de ella. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, César respondió: “La esposa de César no solo debe ser honesta, sino también parecerlo”

El 29 de junio del 49 a.C. tuvo lugar en la llanura de Farsalia, en Grecia, la batalla decisiva de la guerra civil entre César y Pompeyo. La fuerza de este último residía en la caballería, formada por jóvenes de la nobleza romana. César instruyó a sus soldados para que en el combate apuntasen con sus lanzas a los rostros de los jinetes. Al hacerlo así, muchos retrocedieron, temiendo ser desfigurados Tras vencer, César persiguió a Pompeyo hasta Egipto, un Estado protegido por Roma. Allí luchaban por el poder el faraón Tolomeo y su hermana Cleopatra. Ésta, viendo en César al dominador del mundo romano, quiso ganar su favor, pero sabía que su hermano no le permitiría acercarse a César. Por eso se envolvió en una alfombra que mandó llevar como regalo a César. Cando la desenvolvieron, apareció, dejando asombrado al romano

El primer Emperador, Augusto, quiso incorporar al Imperio el territorio comprendido entre los ríos Rhin y Elba. Allí envió, en el 9 d.C., al general Publio Quintilio Varo, que entró en contacto con un líder germano, presuntamente amistoso, llamado Arminio. Éste lo convenció para que saliese de las fortificaciones del Rhin y lo guió hasta un bosque en el que un ejército germano estaba listo para atacar. Tres legiones (entre y hombres) fueron aniquiladas. La amargura de Augusto fue enorme; se dice que iba gritando por su palacio: Quintili Vare, legiones redde! (“¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!”)

La familia de Augusto dio los cinco primeros Emperadores. El tercero de ellos fue apodado Calígula porque su padre, sobrino del Emperador Tiberio, lo había llevado de niño a una campaña militar. Los soldados le regalaron unas pequeñas sandalias, que en latín se llaman caligae; caligula es un diminutivo A pesar de un buen comienzo, en el año 38 d.C. Calígula enfermó y su mente quedó trastornada: pretendía ser un dios, ordenaba ejecuciones arbitrarias, e incluso llegó a nombrar cónsul a su caballo. Una conspiración militar lo asesinó en el año 41

Los soldados que mataron a Calígula encontraron a su tío Claudio oculto tras unas cortinas y lo proclamaron Emperador. Pensaban poder manejarlo, ya que era tartamudo y tenía fama de deficiente mental. Pero su gobierno fue bastante acertado, invirtiendo gran parte del presupuesto en obras públicas. Su problema fueron las mujeres. Una de sus esposas, Mesalina, rivalizaba con las prostitutas de Roma en capacidad sexual. La siguiente, Agripina, lo convenció para que nombrase sucesor a su hijo y luego, según parece, lo envenenó en el año 54

Nerón sucedió a Claudio, pero parecía más interesado en la poesía y el teatro. Solo vivía para cumplir sus caprichos: como su madre intentaba manipularlo, mandó matarla. Ella les dijo a los soldados que venían a asesinarla que la apuñalasen en el vientre, donde había gestado a su hijo. En el año 64 se produjo un gran incendio en Roma, que Nerón presenció desde su palacio tocando la lira. Esto hizo pensar que él había sido el causante, y pretendió que los culpables eran los cristianos. Poco después, en el año 68, varios generales del ejército se sublevaron contra él, que se suicidó. Se dice que sus últimas palabras fueron: “¡Qué gran artista pierde el mundo!” Fue el último Emperador de la familia de Augusto

En el año 69 Vespasiano inauguraba la dinastía Flavia, que reorganizó el gobierno. Como era costumbre que el Senado divinizase a los Emperadores tras su muerte, se dice que Vespasiano, en los últimos instantes de su vida, en el año 79, dijo: Vae, puto, deus fio (“Ay, creo que me estoy convirtiendo en dios”). Ese mismo año, ya con su hijo Tito como Emperador, tuvo lugar la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya. En ella murió el escritor Plinio, llevado de su curiosidad por ver el fenómeno in situ

Entre el 98 y el 192 gobernaron Emperadores de la familia de los Antoninos. Algunos de ellos cultivaron la literatura, como Marco Aurelio o Adriano, del que se cita el poema que verás a continuación. Todos fueron bien juzgados por la Historia, menos el último. Cómodo se pareció más a Nerón y Calígula: le gustaba combatir como un gladiador; eso sí, contra animales a los que, por ejemplo, les extraían los dientes y las garras

En 306 Constantino fue proclamado Emperador por las legiones de Britania, pero había más candidatos al trono. En el año 312 invadió Italia y se enfrentó en Roma, a orillas del Tíber, con el general Majencio, al que venció. Una vez sin rivales, en su goberno favoreció a los cristianos, que ya eran una fuerza social considerable. Años después se contaba que poco antes de la batalla contra Majencio había visto una cruz en el cielo con estas palabras: In hoc signo vinces (“Con este signo vencerás”). Pero no se bautizó hasta el momento de su muerte, en 337