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Publicada porDaniel Domínguez Cruz Modificado hace 9 años
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Coment. Evangelio Mt 5. 38-48 Dom. 7º T. O. Ciclo A. 23 Febrero 2014 +Jesús Sanz Montes. Arzobispo Oviedo Música: Recorriendo Palestina Wav. Montaje: Eloísa DJ Avance Manual
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Jesús nos está explicando las Bienaventuranzas en los Evangelios de estos domingos.
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Lo que esta vez escucharemos se hace especialmente sorprendente, inesperado y hasta duro de seguir. Sin duda que así se quedarían aquellos primeros oyentes de estas palabras del Maestro.
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Entonces, como también ahora, los hombres tenían sus subterfugios para dar salida a su “honrilla”.
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No se trataba de ser violento o agresivo, pero tampoco bobo, y entonces acuñaron aquel célebre “ojo por ojo y diente por diente”, de la vieja ley del Talión.
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Es decir, no tiraremos la primera piedra, pero quien nos busque nos encontrará y su provocación no quedará sin responder.
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Luego vendrá nuestro dicho: “yo perdono pero no olvido”, que es un modo imposible y sutil de conciliar algo tan opuesto y dispar como el perdón y el rencor.
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Jesús viene y dice: amad a vuestros enemigos, sorprended a quien os afrenta, confundid a los que os piden algo.
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Otros dirán cosas distintas, otros tendrán solapadamente sus mezquinos ajustes de cuentas, con sus dientes y sus ojos... medidos y pesados en la balanza de su talión particular.
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No se trataba de un oportunismo sino de devolver a los hombres la real posibilidad de volver a ser imagen y semejanza de un Dios
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que no discrimina a nadie, que ama a sus enemigos regalando el sol cada mañana a los buenos y a los malos, y envía la lluvia hermana a los justos y a los injustos.
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Jesús no predicaba simplemente una ética universal, una buena educación cívica y unas normas de urbanidad válidas para todos.
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Él propone otra cosa, coincida o no con lo que otros puedan igualmente pensar y proponer.
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El amor que cuenta y pesa, el amor que calcula, el que pide condiciones... éste no le interesa a Jesús.
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Ése pertenece a los paganos, a los que no pertenecen a la ciudad de Dios ni a su Pueblo.
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Acaso podemos pensar que no tenemos enemigos de solemnidad. Enemigos de ésos a los que se responde con mísiles modernos o con duelos románticos.
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Pero la enemistad que Jesús nos invita a superar con amistad, y los odios que Él nos urge a transcender con amor, pueden estar muy cerca, tal vez demasiado cerca.
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El amor que Jesús nos propone se debe hacer gesto cotidiano, permanente.
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Porque los amigos o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden encontrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino,
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puede ser un familiar o un compañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes... Pero todo esto da lo mismo.
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No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único importante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los paganos (Mt 5,46-47):
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el amor.
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En esto nos reconocerán como sus discípulos. FIN
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