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Inesperadamente irrumpe en la pantalla de mi ordenador esta imagen. Son los pies de un hombre, unos pies como los míos. En el cristalino de mi retina.

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2 Inesperadamente irrumpe en la pantalla de mi ordenador esta imagen. Son los pies de un hombre, unos pies como los míos. En el cristalino de mi retina se reflejan estos dedos mortificados, unos tendones rotos y un negro clavo de hierro que los crucifica, que los sujeta a un madero empapado de su sangre. Intuyo de quién es esta carne tronchada, no necesito levantar la vista para encontrarme con el rostro de este hombre, yo sé cierto que estos son los pies de mi Dios Crucificado. Me embarga un sentimiento de miseria inimaginable, los benditos ojos de mi Señor no se merecen la mirada manchada y sucia de los míos. No me atrevo a alzar la vista. ¿Quién asegura que el Padre de Cristo no llora? Por las mejillas de Jesús corren lágrimas humanas, pero éstas no son menos lágrimas divinas. El Padre Dios, al hacerme mirar a su Hijo con estos atónitos ojos, también llora con mis lágrimas, lágrimas que me salen como ríos, lágrimas de un hijo y también lágrimas de un padre, porque también soy padre, que le puede comprender. Me urge el Espíritu de mi Padre Dios, requiriéndome para que no me resista a levantar la mirada hasta la altura de los ojos de mi Señor, de los bellísimos ojos de su Hijo, pero no puedo desviar la vista de estos pies crucificados. Al sumergirme en los pensamientos que me asaltan con la contemplación de esta imagen, he dirigido la atención sobre mis propios pies, he puesto uno encima del otro tratando de posicionarlos como esta imagen me muestra.

3 Con solo intuir lo que supone la penetración, por el contundente golpe del verdugo, del frío hierro en la carne, con solo barruntar el excruciante dolor que Jesús padeció, me he estremecido con una indefinible pena que no sabría explicar. Removido por la profunda emoción que me embarga, abandono el espíritu en las manos de mi Padre Dios, discerniendo estar asido de su diestra, y a su paso, camino al encuentro de su divino Hijo, del Hijo del hombre que me asegura llevar en su rostro las facciones, los rasgos del rostro de su Padre Dios. La pretensión de mi alma, que justifica esta oración, me queda cercana y en este meditar contemplo un panorama que reconozco. Presiento que mi Padre Dios me ha emplazado en el Calvario, me percibo como súbitamente enajenado y dejado caer en el mismo lugar donde se alza este patíbulo de madera en forma de Cruz. A la altura de mis pupilas me quedan estos pies ensangrentados, que están sujetos a un palo por el oscuro clavo de acero que ha roto la carne, el nervio y el tendón de este Crucificado, los miro con extrema compasión. Padre, ahora me llega a la mente la reflexión que tantas veces he considerado sobre el inmarcesible deseo que tengo de contemplarte cara a cara. Padre mío, por tu Hijo Jesucristo sé que solo eres Espíritu y por tanto con estos ojos no te puedo ver. Muéstrame tu rostro, Padre del alma, así te he rezado muchas veces desde lo más íntimo de mi pobre corazón, sin asumir la imposibilidad, por ahora, de que sea atendida esta súplica.

4 Casi imperceptible me llega la voz desfallecida de tu Hijo, Jesucristo, este Dios Crucificado, este hombre al que no me atrevo a mantenerle la mirada, que me asegura: Hermano mío, quien me ve a mí, ve al Padre. Pídele, a quien precisamente quieres contemplar el rostro, que te muestre el mío, solo tienes que levantar un poquito la cabeza, verás el semblante de un hombre, de un hombre como tú, verás la faz de tu Padre y Padre mío. ¡Cristo mío, Jesús de mi alma! qué cortita se me ha hecho esta conmovedora oración y sin embargo parece como si hubiera gastado toda la vida en escribirla. He llegado hasta aquí exhausto. Rendido, quedo a solas con mis pensamientos y un íntimo susurro que me llega desde el Corazón de tu Padre Dios: Este es mi Hijo amado, mi Elegido en quien se complace mi alma. Alza la vista, hijo mío, mira hacia arriba y contemplarás el rostro de mi Ungido, contemplarás el rostro de tu Padre Dios.

5 Rafael Garcia Ramos Ingeniero Técnico www.hijodedios.org A los pies de mi Dios Crucificado


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