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Publicada porMaría José López Franco Modificado hace 9 años
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El segundo es semejante al primero, y dice: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos son la base de toda la ley de Moisés y de las enseñanzas de los profetas.” (Mt 22,35-40) En cierta ocasión un fariseo preguntó a Jesús: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?” Jesús le respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más importante y el primero de los mandamientos.
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Dios, antes de crear al mundo, ya lo amaba; la madre ama al hijo antes de engendrarlo; el escultor ama la estatua antes de tener el mármol. Todo procede del amor, porque Dios es amor. Y por eso amar, amar de verdad, es asemejarse a Dios, subir hasta él, deificarse. Síntesis de todas las leyes es el amor, ley de leyes. Todo procede del amor: el valor, la inspiración, la ciencia, la santidad, el heroísmo, la vida.
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Todo verdadero amor viene de Dios y conduce a Él. El hombre ha sido creado para la felicidad. A ella tiende con todas sus fuerzas. Y la felicidad está en el amor. Más necesitamos del amor que del alimento. “El amor no se define: se siente.”
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Procedentes del mismo amor, a todos los seres del Universo los consideraba hermanos. Al gorrión y a las abejas, al cordero y a las tórtolas, a los gusanos y a las plantas, al sol, al agua y al viento. El amor humano consiste, en desear y procurar desinteresadamente, con afecto, el bien al amado. Francisco de Asís amaba todas las criaturas con un amor cósmico, “particular y universal a la vez, que llega a todos y cada uno”.
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Dios ha volcado sobre el hombre -comenta un autor- todo su amor infinito. Este es, sin duda, uno de los motivos o argumentos más poderosos para impulsarnos a amar a Dios. Podemos decir con San Pablo: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom 5,5).
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Dios nos crea con su poder, nos conserva con su providencia, nos redime con su misericordia. Da al que le pide, perdona al arrepentido, espera al pecador, despierta al dormido, consuela al triste, levanta al caído, abre al que llama, recibe con alegría al hijo pródigo que hace penitencia.
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El Evangelio nos enseña que debemos amar a Dios con todo nuestro ser (Mc 12,30). Esto significa que nuestro psiquismo inferior y nuestra actividad consciente deben orientarse y armonizar siempre con el querer divino.
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Obras son amores. Si no hay obras, no hay amor. “Si ustedes me aman -dice Cristo en el Evangelio- cumplirán mis mandamientos” (Jn 14,15). “Para el verdadero amor -escribe Fulton J. Sheen-, cada deseo del ser amado es una orden ambicionada. Los que aman a Dios no protestan, cualquiera sea la cosa que Él les pide; no dudan de su bondad aun cuando les haga conocer horas difíciles.”
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Ama, pues, a Dios, Amor Infinito, y tu corazón se dilatará como para amar con amor cósmico al hombre y a todos los seres visibles e invisibles, del cielo y de la tierra. Amar a Dios es contemplación gozosa de los divinos atributos, es alabarlo en la medida de lo posible y procurar que todos lo alaben.
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El que ama tiene siempre algo que hacer. ¡Así debemos amar! Recuerda: el amor eleva, perfecciona, estimula la virtud. El amor respeta los derechos de los demás, es alivio para los oprimidos, justicia y bondad para los obreros, caricia y pan para los hambrientos. Fray Alejandro F. Díaz, OFM
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