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Publicada porJesús Contreras Maldonado Modificado hace 9 años
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El transbordador Nicolás Avellaneda: la resurrección de un puente Hay solo ocho puentes transbordadores en todo el mundo, y uno de ellos es el de la Boca. Símbolo del barrio y del poderío del hierro, un ingeniero comanda su recuperación y sueña con la posibilidad de que lo declaren Patrimonio de la Humanidad
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La contrapartida de ese desarrollo fue el costo ambiental, que no se descubrió precisamente en estos días: abundan las crónicas periodísticas escritas más de un siglo atrás que refieren la pestilencia de la cuenca. En ese ambiente, el Ferrocarril del Sud se encargó de la construcción del transbordador. Fabricado íntegramente en Inglaterra, la estructura se armó en Buenos Aires, pieza por pieza, una faena en apariencia tortuosa, dada la envergadura de la obra y sus dificultadess. El puente tiene una plataforma suspendida -la barquilla- que, tirada por cables, permitía cruzar de una orilla a la otra. Este medio de transporte y su exuberancia arquitectónica eran corrientes en esa época en las principales ciudades portuarias. En 1914 Avellaneda era la principal ciudad industrial y obrera del país.
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1936
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Aunque lejos de la función vital de los orígenes, cuando miles y miles de trabajadores unían a diario la Isla Maciel, en Avellaneda, con el extremo sur de la Capital, el transbordador conservó su potencia simbólica. Su capacidad de condensar esplendores y penurias del pago chico (su derrotero es idéntico al del propio barrio). Es conocida su aparición en las telas de don Benito Quinquela Martín, donde, a la inversa de Dorian Grey, ha permanecido a resguardo de la vejez y el óxido. Entre el empuje del vecindario y la voluntad oficial de revalorizar La Boca, el esqueleto metálico que remite a un distante pasado industrial dejó de ser una postal melancólica para integrar un proyecto de recuperación. Ya no obreros, carros de tiro y maquinarias como a principios del siglo XX, sino paseantes interesados en los pliegues de la historia y en las profundidades de Buenos Aires.
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El 25 de septiembre de 1908 se autorizó a la empresa Ferrocarril del Sud a fabricar un puente transbordador que conectara la ciudad de Buenos Aires con la provincia de Buenos Aires al sur del río Matanza-Riachuelo. La provincia de Buenos Aires corrió con todos los gastos de la construcción aunque también sirviera a la capital argentina. Al mismo tiempo, avanzaron otros dos transbordadores cruzando el río: el Presidente Urquiza y el Presidente Luis Sáenz Peña. Fue inaugurado el 31 de mayo de 1914 y funcionó hasta 1960. El Puente Nicolás Avellaneda, a una distancia de sólo 100 m, fue construido en 1940. Mientras tanto, los otros dos transbordadores fueron desmantelados. En 1993, estuvo a punto de ser desguazado y vendido como chatarra como parte de un lote de puentes ferroviarios, durante el desmantelamiento de los trenes que se llevó adelante durante la presidencia de Carlos Menem. Gracias a la oposición de varias asociaciones de vecinos e historiadores, fue conservado.
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En 1995 la ciudad de Buenos Aires declaró sitio de interés cultural a este puente, impidiendo de esta manera su demolición. Mediante el decreto 349 del año 1999, el gobierno nacional incluyó esta estructura en la lista de monumentos históricos nacionales. A partir de 2004, con la creación de ACUMAR y el plan de recuperación del Riachuelo, comenzaron a barajarse proyectos para rehabilitar el viejo transbordador, que tomaron nuevo impulso en 2012 cuando se descubrió un túnel cruzando el río a 28 m de profundidad, que permitiría el traslado de un gasoducto que actualmente pasa por la estructura del transbordador y es una traba a su rehabilitación. La estructura posee un puente superior horizontal de 77,50 m de luz, lo que deja libre una altura de 43,20 m sobre el cero del Riachuelo. Los dos grandes pilares que le sirven de apoyo están anclados a cilindros de fundación que llegan a la cota -24 m. El proyecto para comenzar la puesta en funcionamiento del puente fue anunciado por la Fundación por La Boca, estando a cargo de Vialidad Nacional
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La restauración del transbordador porteño está a punto de comenzar su tercera etapa. Antes de la mano estética de pintura, habrá que remover un gasoducto que, como un ribete ornamental, recorre peligrosamente a la intemperie la silueta de hierro de punta a punta. Se lo soterrará en y extenderá por debajo del lecho del río usando un túnel que se utilizó alguna vez para el tendido de cables. Luego resta "reemplazar algunos vínculos deteriorados“y reparar los estragos ocasionados por el olvido. Tarea que parece liviana, pero que requiere una osadía específica que en la academia se denomina alpinismo industrial. Con viento a favor y apego a los contratos firmados, dentro de un año el transbordador Nicolás Avellaneda abandonará el museo de la nostalgia y será un espectáculo del presente. Igual que en 1914.
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Boceto del transbordador modernizado
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