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Publicada porMiguel Ángel Plaza Sánchez Modificado hace 10 años
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Alumna: Gpe Macarena Contreras Huerta 4° «A»
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Máximo exponente de la novela indigenista en el siglo XX, el peruano José María Arguedas (1911-1969) utilizo la literatura como un medio para denunciar las atrocidades en que viven los seres mas marginados de nuestro continente, los campesinos. En la época en la que la novela latinoamericana se volvía urbana y exploraba en la experimentación estructural y lingüística.
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Infundía respeto, a pesar de su anticuada y sucia apariencia. Las personas principales del Cuzco lo saludaban seriamente. Llevaba siempre un bastón con puño de oro; su sombrero de angosta ala. Era incomodo acompañarlo por que se arrodillaba frente a todas las iglesias y capillas y se quitaba el sombrero en forma llamativa cuando saludaba a los frailes.
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Mi padre no pudo encontrar nunca donde fijar su residencia; fue un abogado de provincias inestable y errante. Con el conocí mas de doscientos pueblos. Temía a los valles cálidos y solo pasaba por ellos como viajero. Pero mi padre decidía irse de un pueblo a otro, cuando las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la memoria
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Los hacendados de los pueblos pequeños contribuyeron grandes vasijas de chicha y pailas de picantes para faenas comunales. En las fiestas salen a las calles y a las plazas, a cantar huaynos en coro y a bailar. Caminan de diario con polainas viejas, vestidos de diablo fuerte o casinete, y una bufanda de vicuña o de alpaca en el cuello.
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Solo un barrio alegre había en la ciudad: Huanupata. Debió ser en la antigüedad el basural de los ayllus, porque su nombre significa «morro del basural». En este barrio Vivian las vendedoras de la plaza del mercado, los peones y cargadores que trabajaban en menesteres ciudadanos, los gendarmes de las pocas tiendas de comercio.
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Esa mañana, a la hora del recreo, le entregue a Antero el borrador de la carta para Silvina. La leeré en mi cuarto a solas – me dijo. Y en la tarde la leeremos juntos. Yo te esperare a la una en la parada del colegio. A las doce cuando los externos salían a la calle, se oyeron gritos de mujeres afuera. De pie en la pequeña escalera que conducía a mi sala de clases, ahí podíamos leer la carta.
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A pesar del alumbrado débil, aquella noche, en la plaza, pude descubrir una rara diferencia de brillo en los ojos del joven costeño; el izquierdo parecía algo opaco. Un costeño, en lo denso de los pueblos andinos.
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A la semana siguiente se marcho el regimiento. En el cuartel quedo instalada la guardia civil. Dijeron los padres que el regimiento había marchado sobre Abancay no por el motín solamente, sino a cumplir las maniobras del año.
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