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Publicada porPablo Villalba Poblete Modificado hace 10 años
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Ciclo C Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario
«¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
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Santos del Día • Beata Alejandrina María da Costa. Portugal (1904 †1955 ) Alejandrina. • Santa Chelidonia de Abruzzo. Italia ( †1152 ) Monja. • San Eduardo III el confesor. Reino Unido (1004 †1066) Confesor. Gobernante. • San Florencio de Tesalónica. Macedonia Mártir. • San Geraldo de Cierges. Francia ( †909 ) Gobernante. • San Leobono de Salagnac. Francia Ermitaño Leobono. • San Lubencio de Kobern. Alemania. Sacerdote. • Beata Magdalena Panattieri. Italia. Dominica. • San Rómulo de Génova. Italia. Obispo. • San Simberto de Augsburgo. Alemania ( †807 ) Abad. Obispo. • San Teófilo de Antioquía. Obispo. • San Venancio de Tours. Francia. Abad.
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San Eduardo III Gobernante
1004 † 1066 Llamado el Confesor para distinguirle de su tío, el rey mártir, es el último de los monarcas anglosajones, el fundador de la abadía de Westminster donde aún se veneran sus restos. Fue antes que san Jorge el patrón de Inglaterra y de la familia real. Se dice que un mendigo le pidió limosna, y él le dio su anillo de oro. Al cabo de siete años, a un peregrino inglés que se encontraba en Palestina se le apareció san Juan y le dio el mismo anillo para que se lo entregase al rey, anunciándole que no tardaría en entrar en el Paraíso. Bondadoso y débil, dicen unos, santo en la firmeza, la misericordia y los afanes de paz, según otros. Ruega por nosotros Hasta el fin de sus días será un soberano ansioso de justicia y modelo de piedad. Su tremenda historia personal es un acicate para hacer el bien en las peores circunstancias.
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En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
† En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén Espíritu Santo dame un corazón humilde para recibir la Palabra de Dios, y hazme dócil a sus divinas enseñanzas.
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Primera Lectura - II Reyes 5,14-17
14 Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. 15 Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor». 16 Pero Eliseo replicó: «Por la vida del Señor, a quien sirvo, no aceptaré nada». Naamán le insistió para que aceptara, pero él se negó. 17 Naamán dijo entonces: «De acuerdo; pero permite al menos que le den a tu servidor un poco de esta tierra, la carga de dos mulas, porque tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses, fuera del Señor. Palabra de Dios Te alabamos Señor
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«Volvió Naamán al profeta y alabó al Señor»
Esta primera lectura nos relata la breve e interesante historia del sirio Naamán. El acontecimiento es llamativo por varios incidentes. Podemos colocar, en primer lugar, el hecho de la curación de la lepra. ¿Quién jamás ha curado así, sin medios adecuados, la terrible enfermedad de la lepra?
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El prodigio señala, por una parte, al hombre de Dios, Eliseo;
por otra, apunta a la obediencia –fe del pagano Naamán-: Se bañó en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios.
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la rehúsa de Eliseo: gratis se le concedió, gratis lo dio.
En segundo lugar, podemos notar el agradecimiento de Naamán y, como contrapartida, la rehúsa de Eliseo: gratis se le concedió, gratis lo dio.
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La salvación corporal no es algo que merezca la pena por sí misma.
Por último, y esto es lo más importante, queda por notar el cambio interno, la nueva postura del agraciado, como resultado del milagro: No sacrificaré a otro Dios que no sea el Señor. La salvación corporal no es algo que merezca la pena por sí misma. La acción de Dios va dirigida a salvar al hombre entero en sí mismo: conocimiento y servicio del verdadero Dios. Quizás sea la lepra la expresión-símbolo del alejamiento que el hombre guarda de Dios. Ahí está la verdadera salvación del individuo: en el verdadero conocimiento del único Dios.
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Cristo hará referencia a este cuadro en su evangelio.
Naamán y el autor del libro lo vieron claro. Esto nos trae otro pensamiento interesante para aquel tiempo: Dios no limita su acción salvadora al pueblo de Israel. Es un preludio del Nuevo Testamento. Los paganos dan, a veces, mejor testimonio de fe y de docilidad que el mismo pueblo elegido. Cristo hará referencia a este cuadro en su evangelio. La tierra que lleva consigo el sirio Naamán es para edificar un altar al Dios de Israel en su propia tierra, como Dios único. Refleja la mentalidad y el estado de la Revelación en aquella época.
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Salmo 98(97) 1.2.3-4 1 Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. 2 El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones: 3 se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. 4 Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos.
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«El Señor revela a las naciones su salvación»
Dios revela su justicia a todas las naciones. La justicia de Dios, sin embargo, es su acción salvadora. Hacia ahí van las intervenciones de Dios en la historia, que culmina con el envío de su Hijo, muerto por nosotros.
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Tales intervenciones reciben la forma concreta adecuada,
correspondiente a las circunstancias por las que atraviesa el pueblo de Dios. Quizás se recuerde aquí, de forma innominada, o la salida de Egipto o la vuelta del destierro. Ambas fueron acontecimientos que suscitaron la admiración de las naciones circundantes. La razón última siempre su misericordia y su fidelidad al pueblo elegido.
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Por eso, va dirigida la invitación a toda la tierra.
En el Nuevo Testamento el cántico adquiere una amplitud y ámbito mayor. Por eso, va dirigida la invitación a toda la tierra. Dios lucha -brazo, diestra- como un guerrero invencible contra los males que acosan o amenazan a su pueblo. Por tanto, aclamación y alabanza.
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Segunda Lectura - II Timoteo 2,8-13
8 Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo predico, 9 por la cual sufro y estoy encadenado como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. 10 Por eso soporto estas pruebas por amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna. 11 Esta doctrina es digna de fe: Si hemos muerto con él, viviremos con él. 12 Si somos constantes, reinaremos con él. Si renegamos de él, él también renegará de nosotros. 13 Si somos infieles, él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo. Palabra de Dios Te alabamos Señor
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«Si perseveramos, reinaremos con Cristo»
La memoria de Jesús -el Cristo, el Heredero del trono de David, títulos mesiánicos- precede a toda consideración religiosa y a toda exhortación pastoral. Jesús es el Cristo, el Señor, el Hijo de David. Su Señorío se ha manifestado en su resurrección de entre los muertos. A ello se reduce sustancialmente el evangelio de Pablo.
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Pablo lleva cadenas; Pablo pasa por malhechor.
Pablo se ha entregado en cuerpo y alma a la proclamación de la Buena Nueva. Su postura de testigo y predicador, su celo de discípulo lo han llevado a dar con sus huesos en la cárcel. Pablo lleva cadenas; Pablo pasa por malhechor. Pablo sí está encadenado; per la Palabra de Dios no está encadenada en modo alguno. Es fuerza del Espíritu. La Palabra de Dios corre suelta y libre, activa y poderosa, vital e irresistible, produciendo en todas partes frutos de salvación.
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sufrir con él -perseverancia en la persecución- para reinar con él.
El fin de todo es la salvación de los elegidos: la gloria eterna, conseguida para todos por Cristo en su muerte y en su resurrección. Es el meollo del evangelio de Pablo: morir -no sólo en el bautismo, se trata del martirio- para vivir con él; sufrir con él -perseverancia en la persecución- para reinar con él. Como contraposición y para mover más a la perseverancia: si le negamos, nos negará él; si somos infieles, él será fiel, es decir, riguroso juez nuestro. La memoria de Cristo debe animarnos a perseverar y a sufrir por él. Él, que tiene la vida, nos la dará; él, que tiene el castigo, nos lo impondrá, si no somos fieles.
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Lectura del Santo Evangelio - Lucas 17,11-19
11 Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pesaba a través de Samaría y Galilea. 12 Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia 13 y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». 14 Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados. 15 Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta 16 y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. 17 Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?». 19 Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
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Palabra de Dios Gloria a Ti, Señor Jesús
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«¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
En el pueblo judío toda enfermedad de la piel, incluida la lepra, era llamada castigo o “azote de Dios” (Núm 12, 98; Dt 28, 35) y era considerada como “impureza”. La lepra era entendida como un castigo recibido por el pecado cometido ya sea por el mismo leproso o por sus padres. Rechazado por Dios el leproso debía también ser rechazado por la comunidad.
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se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: “¡Impuro, impuro!”
La Ley sentenciaba que todo leproso «llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: “¡Impuro, impuro!” Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada» (Lev 13, 45-46). En su marcha a Jerusalén el Señor se encuentra a diez leprosos en las afueras de un pueblo. Estos leprosos, al ver a Jesús, en vez de gritar el prescrito “impuro, impuro”, le suplican a grandes voces: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!».
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y la enseña, como un hombre justo, venido de Dios.
Sin duda, la fama del Señor ha llegado a sus oídos. Han escuchado hablar de Él, de sus milagros, de sus curaciones. Se dirigen a Él como “Maestro”, es decir, como a un hombre de Dios que guarda la Ley y la enseña, como un hombre justo, venido de Dios. Como respuesta a su súplica el Señor les dice: «Vayan y preséntense a los sacerdotes». Los sacerdotes, que tenían la función de examinar las enfermedades de la piel y declarar “impuro” al leproso, también debían declararlo “puro” en caso de curarse y autorizar su reintegración a la comunidad.
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del Señor Jesús y según lo establecía la Ley.
En algún punto del camino «quedaron limpios», es decir, curados no sólo de la lepra sino también purificados de sus pecados. Uno de ellos, al verse curado, de inmediato «se volvió alabando a Dios a grandes gritos». Los otros nueve debieron presentarse ante los sacerdotes según la indicación del Señor Jesús y según lo establecía la Ley. El que volvió para presentarse ante el Señor y no ante los sacerdotes era un “extranjero”, un samaritano. Podemos suponer que los nueve restantes eran judíos. A pesar del odio que dividía a judíos y samaritanos los había unido la desgracia común.
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y se presenta ante quien es el Sumo Sacerdote por excelencia.
El samaritano reconoce la divinidad de Cristo, y por eso regresa para darle gracias como Dios que es, y se presenta ante quien es el Sumo Sacerdote por excelencia. Sólo a este samaritano, que lleno de gratitud se postra ante Él en gesto de adoración, le dice el Señor: «tu fe te ha salvado ». La fe en el Señor Jesús no sólo es causa de su curación física, sino también de una curación más profunda: la del perdón de sus pecados, la de la reconciliación con Dios.
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Gracias Señor por tu Palabra purificadora,
que ilumina, alimenta, enriquece, alegra, consuela y compromete. Concédenos vivir conforme a ella. Señor, danos un corazón que siempre esté dispuesto a agradecer porque todo lo que viene de Ti es por el bien de nuestras almas.
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Querida Madre Nuestra Señora Aparecida,
tú que nos amas y nos guías todos los días. Tu que eres la mas bella de las Madres, a quien amo con todo mi corazón, te pido una vez más que me ayudes a alcanzar una gracia. Sé que me ayudarás y sé que siempre me acompañarás hasta la hora de mi muerte. Amén
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