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Publicada porAsunción Méndez Chávez Modificado hace 7 años
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El Evangelio de Juan 2,13-25 nos presenta a Jesús en el Templo de Jerusalén.
Allí se ofrecían sacrificios para expiar los pecados, especialmente en Pascua, fiesta en la cual los judíos celebraban la liberación de la esclavitud.
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de la presencia de Dios entre su pueblo.
El Templo de Jerusalén era lo que había de más sagrado para un judío, el signo visible de la presencia de Dios entre su pueblo. Es la casa de Dios, pero sus fieles han convertido la religión y el culto en un mercado.
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En la fiesta de la Pascua se había de ofrecer por todo israelita un sacrificio,
consistente en un buey o en una oveja, por los ricos, y en una paloma, por los pobres (Lev_5:7; Lev_15:14.29; Lev_17:3, etc.), aparte de los sacrificios que se ofrecían en todo tiempo como votos.
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que era en “moneda tiria”.
Además, todo israelita debía pagar anualmente al templo, llegado a los veinte años (Neh_10:33-35; Mar_17:23.24) medio siclo, conforme a la moneda del templo (Exo_30:13), que era en “moneda tiria”.
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No se permitía la moneda romana
No se permitía la moneda romana. De ahí la necesidad de cambistas instalados en el mismo recinto del templo, en el “atrio de los gentiles” que además realizar cambios cobraban una sobrecarga que subía del 5 al 10 por 100.
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Para muchos era el lugar que les daba la oportunidad de enriquecerse,
de mostrar su habilidad en los negocios. Los dueños de todo este comercio eran los saduceos y los sumos sacerdotes del templo, con Anás y Caifás a la cabeza.
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Aquello era un escándalo.
Flavio Josefo dice que la multitud de personas, de ruido y de discusiones que había en el atrio del templo, en el año setenta, dice que aquel año se compraron y sacrificaron más de corderos. Aquello era un escándalo. El cuadro de abusos a que esto dio lugar era deplorable: balidos de ovejas, mugidos de bueyes, estiércol, disputas, regateos, altercados de vendedores.
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Los peregrinos, que iban a Jerusalén para adorar a Dios,
encontraban en el templo aquel barullo y muchos salían escandalizados.
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Nos resulta extraño ver al Señor, látigo en mano, pero Jesús no lastima a ninguna persona,
solamente tira las mesas y hace marchar a las bestias arrojando a los mercaderes del Templo.
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Al estilo de los grandes profetas, condena con este gesto valiente, la falsedad de aquello
que llamaban “culto a Dios”. La situación requería que enseñara y corrigiera enérgicamente.
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El amaba entrañablemente al Templo, "la casa de su Padre", no puede consentir que aquel sitio,
que tendría que ser un sitio para encontrar a Dios, se hubiera convertido en un culto hipócrita que no conducía al cambio de la vida sino a la explotación de los devotos peregrinos.
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Al expulsar del templo a todos los animales, materia de los sacrificios, declara con esto
que tales sacrificios son inútiles y que el culto ofrecido, a base de animales, está abolido.
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Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios.
Jesús va más allá que los profetas, que proponen la reforma de los sacrificios, no la abolición. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios.
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una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”.
Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”.
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Jesús está cumpliendo esta palabra del profeta Zacarías 14,21 , es el día del Señor que se acerca,
con este gesto de purificación. Él es el Hijo que viene a la casa del Padre.
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Este gesto de Jesús provocó una comprensión nueva en los apóstoles de lo que veían sus ojos:
“Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará” ( 17; Sa. 69, 9), es el salmo de los justos que sufren injustamente en el AT.
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«Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.»
Los dirigentes del Templo, no fueron capaces de captar el sentido del gesto de Jesús y cambiar o convertirse. Se creen los dueños del templo y de Dios; ven en Jesús un rival, y desde esa posición de fuerza, le preguntan a Jesús por la señal, un “signo,” que mostraba para obrar así, y el Señor les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.» Naturalmente, estas palabras de Cristo no son una orden de su destrucción. Era una hipótesis, como Cristo habla de su cuerpo.
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El término “templo” significa el recinto del “sancta,” y del “sanctasanctórum” en contraposición
al resto del templo. Los oyentes podían entenderlo de todo el templo. Pero con esta palabra se indica el lugar en que moraba la divinidad. Y la divinidad “moraba” en su cuerpo, éste era el “templo” de la divinidad.
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un Sacerdote, una Víctima y un Altar.
Los judíos presentes no comprendieron. Jesús venía a decir que ese templo ya no servía para el nuevo culto que Él iba a instituir: un culto fundado sobre su propio Cuerpo que sería, al mismo tiempo, un Sacerdote, una Víctima y un Altar.
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El templo es signo de la Santidad que está presente en él
El templo es signo de la Santidad que está presente en él. En Cristo reside la plenitud de la divinidad y, por ello, su humanidad sagrada constituye la verdadera Casa de Dios.
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de ese Templo que es el Cuerpo Místico de Cristo.
También nosotros somos templos de Dios ( 1 Cor 3,16), “piedras vivas” ( 1 Pet 2,5), de ese Templo que es el Cuerpo Místico de Cristo. Hay que estar vigilantes para no profanar ese misterio procurando que esa morada no sea invadida por la algarabía y las preocupaciones que llenan un mercado. Es el misterio del pecado.
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